LIII - HUME

David Hume - Historia de la filosofía395. Hume, nacido en 1711, continuó en Inglaterra el idealismo, pero de una manera más perniciosa que Berkeley; este último negaba la existencia del mundo corpóreo, pero admitía la del espiritual y no destruía la relación de los seres entre sí. Hume lo redujo todo a simples fenómenos subjetivos; sostuvo que nada sabemos sobre lo que les corresponde en la realidad, y que en saliendo de esa experiencia puramente subjetiva no hay ciencia posible. Así arruinaba el principio de causalidad, y la relación de causas y efectos no era más que el simple encadenamiento de los fenómenos que nos atestigua la conciencia. Por manera que cuando afirmamos que lo que empieza a ser ha dependido de otro que le haya dado la existencia, establecemos una proposición sin fundamento, pues que en la conciencia de los fenómenos no está atestiguada la dependencia real entre ellos, sino meramente la sucesión. (V. Filos. fund., lib. X. —Ideología., cap. XI.)
LIV - CONDILLAC

Condillac - Historia de la filosofía306. Este filósofo nació en 1715 y murió en 1780. Observa con minuciosidad, clasifica con método, expone con lucidez, pero su pensamiento es poco profundo. La doctrina de Locke no pareció a Condillac bastante sensualista. La reflexión, que el filósofo inglés combinaba con las sensaciones, la miró el ideólogo francés como inútil complicación del sistema; en su concepto no hay dos orígenes de nuestras ideas, sino uno solo: la sensación. La reflexión, en su principio, no es otra cosa que la sensación misma, y es más bien un canal por donde pasan las ideas que vienen de los sentidos que el manantial de ellas. Todo cuanto hay en nuestros fenómenos internos no es más que la sensación, o primitiva o transformada. La superioridad pertenece al tacto.

307. Condillac hizo un esfuerzo por hacernos palpable su sistema ideológico, y he aquí cómo pretende conseguirlo. Imagina una estatua organizada como nosotros, animada de un espíritu, pero sin idea alguna, y le supone un exterior todo de mármol que no le permita el uso de ningún sentido, reservándose abrírselos el filósofo según lo creyere conveniente. Empieza en seguida por abrirle el olfato, porque le parece que éste es uno de los más limitados en orden a la producción de los conocimientos, y continúa luego por los demás; los considera aislados y en conjunto, observa lo que cada cual da de sí, y por fin se encuentra con el satisfactorio resultado de que la estatua, sin más que las sensaciones, va adquiriendo deseos, pasiones, juicio, reflexión; en una palabra, todo cuanto hay y puede haber en el corazón, en la fantasía, en la voluntad, en el entendimiento. Son admirables los progresos que hace la estatua, hablando Condillac por ella, como se supone.

308. Tan fecundo es semejante método de observación que el filósofo francés llegó a mirar como inútil el supo per que el alma reciba inmediatamente sus facultades de la Naturaleza; basta que se nos den los órganos para advertimos por el placer y el dolor de lo que debemos buscar o huir; con dos resortes tan sencillos la obra del espíritu humano se hace por sí misma; la experiencia sensible nos produce las ideas, deseos, hábitos, talentos de toda especie. Condillac, metido dentro de su estatua, habla como un oráculo; se conoce que los ideólogos anteriores le parecían caviladores frívolos; tiene una indecible satisfacción al ver que todo lo aclara con la antorcha de su nueva teoría. Platón, San Agustín, Malebranche, tenían mucha dificultad en explicar la idea del número; Condillac lo extraña, y en dos palabras les señala el camino para salir del apuro; esos hombres habían creído que en la idea había algo superior a lo sensible; esto no es así; la idea del número sólo encierra sensación: la dificultad queda solventada.

309. Esta doctrina adquirió por breve tiempo aquella popularidad que, por ser adquirida con demasiada prontitud, deja sospechar la escasez de su fundamento y hace presumir lo endeble de su duración. Así ha sucedido, y si Condillac resucitase tendría el doble desconsuelo de ver las funestas consecuencias que por de pronto se sacaron de su doctrina y el que en la actualidad su sistema ha caído en un profundo descrédito en toda Europa, incluso en Francia. (V. Filos. fund., lib. IV, caps. I y II. —Ideología, cap. I.)

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