XLVII - MALEBRANCHE

XLVII - MALEBRANCHE

Malebranche - Historia de la filosofía278. Uno de los más eminentes discípulos de Descartes fue Malebranche. Nació en París en 1638 y murió en 1715. Como su maestro, reunió a la metafísica las matemáticas, la física y la astronomía. Sus principios fundamentales son los de Descartes; pero un hombre de genio como Malebranche no se contenta con imitar; imitando inventa.

279. Distiguióse Malebranche por su exagerado ocasionalismo. Inexactamente se ha llamado cartesiano al sistema de las causas ocasionales, pues Descartes no lo defiende, y antes parece que opinaba en contrario. En su carta a Enrique Moro se expresa así: «La fuerza motriz puede ser o de Dios, conservando en la materia igual cantidad de movimiento al que en ella puso desde el momento de la creación, o bien de una sustancia creada, como de nuestra alma, o de cualquier otra cosa a la que Dios haya dado fuerza para mover el cuerpo.» Comoquiera, Malebranche no sólo negó la causalidad efectiva y recíproca en el alma y el cuerpo, sino que en general sostuvo que no había verdadera causalidad en ninguna criatura, ni en las corpóreas, ni en las espirituales. «Las causas naturales no son verdaderas causas; son únicamente causas nacionales: sólo la voluntad de Dios es verdadera causa.» (Recherche de la vérité, 1. VI, par. II, cap. III.) Llevó sus doctrinas hasta el extremo de dudar de que fuera posible el que se comunicara a las criaturas la verdadera causalidad. «Añado —dice— que no se puede concebir que Dios pueda comunicar a los hombres o a los ángeles el poder que él tiene de mover los cuerpos; los que creen que la facultad de mover el brazo es una verdadera fuerza, debieran admitir que Dios puede comunicar a los espíritus el poder de criar y anonadar; en una palabra, hacerlos omnipotentes» (Ibid).

280. Salta a los ojos que no hay paridad entre estas cosas, y que por lo tanto la consecuencia no es legítima. Además, el sistema de Malebranche ofrece otra consecuencia funesta, que no admitía ciertamente su ilustre autor, pero que difícilmente se evita: si no hay en las criaturas verdadera causalidad, no habrá verdadera actividad; y entonces, ¿cómo se explica la verdadera libertad? ¿Cómo se salva?

281. El ilustre filósofo, que unía con sus teorías una sincera adhesión a las verdades católicas, sentía el peso de la dificultad y procuraba deshacerse de ella, no advirtiendo la contradicción en que incurría. Después de haber negado en general la posibilidad de una causalidad verdadera, aun en los espíritus, dice: «Entre las almas y los cuerpos hay mucha diferencia; nuestra alma quiere, obra; en algún sentido se determina; lo confieso: esta verdad nos la atestigua el sentido íntimo, o la conciencia; si no tuviésemos libertad no habría premios ni penas en la otra vida, pues sin libertad no hay acciones buenas ni malas; la misma religión sería una quimera. Pero el que los cuerpos estén dotados de la fuerza de obrar, ni lo vernos claro, ni creemos que se pueda concebir; y esto es lo que negamos al negar la eficacia de las causas segundas.»
Fácil es notar que el filósofo se sentía oprimido por la objeción y que retrocede espantado del abismo que se le muestra.

282. Admite Malebranche cuatro modos de conocer. Iº El conocimiento inmediato de la cosa por sí misma. 2º Por la idea de la cosa. 3º Por el sentido íntimo o la conciencia. 4º Por conjetura. En el primer sentido, el alma sólo conoce a Dios, quien, siendo espiritual, es inteligible por sí mismo, y, además, por ser autor del alma y origen de toda verdad, penetra el entendimiento, se une inmediatamente con él, se le muestra. Los cuerpos, como materiales, no son inteligibles en sí mismos; y así es que los vemos por sus ideas, y como éstas se hallan en Dios, pues que en la fuente de toda inteligencia y verdad está todo de un modo inteligible, resulta que los cuerpos y sus propiedades los vemos en la esencia divina. Esta teoría la funda Malebranche en dos principios: en que todo se halla contenido en Dios de una manera inteligible, y en que el alma está estrechamente unida con Dios, unión que expresa con esta atrevida imagen: «Dios puede llamarse el lugar de los espíritus, como el espacio lo es de los cuerpos.» (Recherche de la vérité, lib. III, pág. 11, cap. IV.)

283. El alma no se conoce a sí misma, ni por sí misma ni por su idea, sino por conciencia o sentido íntimo. De aquí nace que el conocimiento de la naturaleza del alma sea tan imperfecto, y que si bien estamos tan ciertos de su existencia como de la de los cuerpos, sin embargo, no conocemos sus propiedades como las de la extensión, por lo cual no podemos explicarlas como lo hacemos con respecto a los cuerpos.

284. El conocimiento por conjetura se refiere a lo que no conocemos por sí mismo, ni por su idea, ni por sentido íntimo, en cuyo caso se hallan las almas de los demás, pues que es claro que ni las vemos intuitivamente en sí ni en ninguna imagen, ni tampoco están presentes a nuestra conciencia. «Conjeturamos, sin embargo, que son de la misma especie que la nuestra, y creemos que pasa en ellas lo que experimentamos en la nuestra.» (Ibid.)

285. Por lo dicho se ve que Malebranche no enseña que lo veamos todo en Dios; vemos a Dios en Dios; vemos los cuerpos en Dios, en cuanto en la esencia divina se nos ofrecen representados los cuerpos, pero no vernos en Dios las almas de los demás, ni tampoco la propia.

286. La teoría de Malebranche es la exageración de una doctrina cierta; pero al fin es una exageración, y bastante peligrosa. No cabe duda en que el origen de toda verdad está en Dios, que Dios es la luz de todas las inteligencias, que no se pueden explicar el orden intelectual y la comunidad de la razón, sin suponer una comunicación de todos los espíritus con la inteligencia infinita; pero si esto se exagera hasta el punto de quitar a los espíritus creados la actividad propia de suponer que no tienen verdadera causalidad, y que todo cuanto hay en ellos de causado lo hace Dios solo; si se añade que Dios es el lugar de los espíritus como el espacio el de los cuerpos, si se sostiene que aun ahora, aquí en la tierra, vemos a Dios en Dios mismo, y que hasta los cuerpos los vemos en Dios, muy temible es que la idea de creación se transforme en emanación; que la comunidad de razón degenere de visión en Dios en identidad de sustancia, y que el sentido íntimo se convierta en un fenómeno de la conciencia única. Así nos hallaríamos conducidos al panteísmo; si el ilustre filósofo volviese a la vida se llenaría de horror al ver cómo se lo quieren apropiar los panteístas, y enmendaría sin duda algunas páginas que envuelven peligro. Sin embargo, es preciso convenir en que hay inmensa distancia entre Malebranche y los panteístas: quien admite la creación en toda su pureza, quien niega la causalidad verdadera a las criaturas, por temor de hacerlas participantes de la omnipotencia del Creador; quien, a pesar de las dificultades de su propia teoría, defiende 'la libertad de albedrío; quien reconoce la existencia de la otra vida, con todos los dogmas católicos; quien admite una conciencia individual en que el alma se conoce a sí misma; quien divide el mundo en dos clases de sustancias esencialmente distintas, cuerpos y espíritus; quien reconoce una muchedumbre de sustancias finitas, distintas, diferentes entre sí, dependientes todas de Dios, que las ha sacado de la nada y las conserva con su voluntad omnipotente; ese tal no puede ser contado entre los panteístas sin una grosera calumnia.

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