XXIII - PIRRÓNICOS

XXIII - PIRRÓNICOS

Escepticismo - Sexto Empírico - Historia de la filosofía120. ¿Quién creyera que el escepticismo pudo nacer de alta idea virtuosa? He aquí, sin embargo, cómo fue conducido Pirrón de Elea a un extremo tan deplorable. Empezó por encarecer la importancia de la virtud y la necesidad de dedicarse a ella exclusivamente, dejando inútiles investigaciones que no podían conducirnos al conocimiento de la verdad. Hállanse en esta doctrina las dos máximas de Sócrates: 1ª, la virtud es el supremo bien; 2ª, sólo sé que no sé nada. Mas Pirrón insistió mucho en la última; trató de apoyarla con su dialéctica, no advirtiendo que al minar toda verdad minaba toda virtud, pues que la virtud es también una gran verdad. Pero el filósofo se había ido engolfando en su sistema, y el amor propio no retrocede fácilmente; aceptó, pues, las consecuencias de sus principios; en la ruina de la verdad envolvió la virtud, y acabó por negarlo todo. ¿Cuál fué entonces su doctrina sobre la conducta humana? «Es difícil —decía— el despojarse totalmente de la naturaleza.» Y así dejaba por única regla el vivir conforme a la misma. ¿Qué se infería de esto? Si no hay verdad absoluta, no hay moral; sólo hay apariencias entre las cuales descuellan las sensibles; de aquí a la teoría del placer no hay más que un paso; por manera que una filosofía que empieza por una exageración de la moral acaba en el cieno de la corrupción.

121. El escepticismo, cuya cuna hemos hallado en Elea, se desenvuelve en la escuela de Pirrón y de su discípulo y amigo Timón, a quien se atribuye el haber excogitado diez argumentos para combatir toda verdad, o sean diez motivos de duda. Todavía encontraremos posteriormente las ramificaciones de esta escuela. Ya la hemos visto nacer entre los primeros eleáticos (XV), y la veremos continuando hasta nuestros días.

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