LA DISTINCION ALMA Y ESPIRITU DE HILLMAN

PICOS & VALLES
La distinción Alma/Espíritu como base para las diferencias entre psicoterapia y disciplina espiritual
de James Hillman (de Puer Papers, 1979)
Traducción de Enrique Eskenazi

“El camino hacia el mundo
es más difícil que el camino más allá de él”
Respuesta a Papini - Wallace Stevens

1. A la búsqueda del alma

Hace mucho y muy lejos de California y su acción, sus preocupaciones, sus compromisos, tuvo lugar en Bizancio, en la ciudad de Constantinopla, en el año 869, un Concilio de los Principales de la Sagrada Iglesia Católica, y es a causa de su reunión entonces y de otra reunión semejante cien años antes (Nicea, 787) que estamos reunidos esta noche en este cuarto.
Porque en ese Concilio en Constantinopla el alma perdió su dominio. Nuestra antropología, nuestra idea de la naturaleza humana, se transfirió de un cosmos tripartito de espíritu, alma y cuerpo (o materia) a un dualismo de espíritu (o mente) y cuerpo (o materia). Y esto porque en aquél otro Concilio, el de Nicea en 787, las imágenes fueron desposeídas de su inherente autenticidad.

Estamos esta tarde en este cuarto porque somos hombres modernos en busca de un alma, como una vez lo expresó Jung. Aún estamos a la búsqueda de reconstituir ese tercer lugar, ese reino intermedio de la psique -que es también el reino de las imágenes y el poder de la imaginación- del cual fuimos exiliados por hombres teológicos, espirituales, hace más de mil años: mucho antes de Descartes y las dicotomías a él atribuidas, mucho antes de la Ilustración y el positivismo y el cientificismo modernos. Estos antiguos acontecimientos históricos son responsables de las desnutridas raíces de nuestra cultura occidental y de la cultura de cada una de nuestras almas.
Lo que el Concilio de Constantinopla le hizo al alma sólo culminaba un largo proceso comenzado con Pablo, el Santo, de sustitución y ocultamiento, y de confusión para siempre después, de alma con espíritu. Pablo usa “psyché” sólo cuatro veces en sus Epístolas. “Psyché” aparece sólo cincuenta y siete veces en el Nuevo Testamento, comparada con las doscientas setenta y cuatro ocurrencias de “pneuma”. Toda una puntuación! De estas cincuenta y siete ocurrencias de la palabra “psyche”, más de la mitad están en los Evangelios y en los Hechos. Las Epístolas, la presentación de la doctrina, las enseñanzas de la escuela, podían exponer su teología y psicología sin demasiada necesidad de la palabra “alma”. Para Pablo, cuatro ocasiones fueron suficientes.

Gran parte de lo mismo es verdad respecto a los sueños y los mitos. La palabra “soñar” no aparece en el Nuevo Testamento; “sueno” (“onar”) acaece sólo en tres capítulos de Mateo (1, 2 y 26). “Mythos” acaece sólo cinco veces, peyorativamente. En cambio, hay un acento en los fenómenos del espíritu: milagros, hablar en lenguas, visiones, revelaciones, éxtasis, profecía, verdad, fe.
Porque nuestra tradición sistemáticamente si ha vuelto en contra del alma, cada uno de nosotros somos inconscientes de las distinciones entre alma y espíritu- equivocando por ello psicoterapia con disciplinas espirituales, confundiendo dónde coinciden y dónde difieren. Esta negación tradicional del alma continúa dentro de las actitudes de cada uno de nosotros, seamos cristianos o no, puesto que estamos inconscientemente afectados por la tradición de nuestra cultura, el aspecto inconsciente de nuestra vida colectiva. Desde que Tertuliano declaró que el alma (anima) es naturalmente cristiana, ha habido una cristiandad latente, una espiritualidad anti-alma, en nuestra alma occidental. Esto ha conducido eventualmente a una desorientación psicológica, y hemos tenido que volvernos a Oriente. Ubicamos, desplazamos o proyectamos en Oriente nuestra desorientación Occidental. Y mi tarea en esta clase es hacer lo que pueda por el alma. Parte de esta tarea, puesto que es ritualmente apropiado, es destacar el papel de C. G. Jung en lograr con esfuerzo aflojar los dedos muertos de estos dignatarios en la antigua Turquía, en parte restableciendo el alma como experiencia primaria y campo de trabajo, y mostrándonos modos -particularmente a través de las imágenes- de darnos cuenta de esa alma.


2. Psique e imagen

Los trescientos obispos reunidos en Nicea en 787 defendieron la importancia de las imágenes contra los enemigos de las imágenes, en especial el ejército imperial bizantino. Las imágenes eran veneradas y adoradas a lo largo del mundo antiguo -estatuas, íconos, pinturas y figuras de arcilla formaban parte de los cultos locales y eran el foco del conflicto entre el Cristianismo y las antiguas religiones politeístas. En la época del Concilio de Nicea había habido otra de estas largas batallas entre espíritu y alma, entre abstracciones e imágenes, entre iconoclastas e idólatras, tal como ocurren en la Biblia y en la vida de Mahoma, y tal como aquellas que ocurrieron en el Renacimiento y en la Reforma, cuando los hombres de Cromwell rompieron las estatuas de Cristo y de María en las iglesias de Inglaterra porque eran obra del Diablo y no cristianas. El odio a la imagen, el temor a su poder, y a la imaginación, es muy antiguo y muy profundo en nuestra cultura.
Ahora, en Nicea, se hizo una sutil y devastadora diferenciación. Ni los imaginistas ni los iconoclastas triunfaron completamente. Se sentó una distinción entre la “adoración” de las imágenes y la libre formulación de ellas por un lado, y la “veneración” de las imágenes y el control autorizado sobre ellas por el otro. Los concilios de la Iglesia separan cabellos, pero las raíces de estos cabellos están en nuestras cabezas, y la separación es de hecho profunda. En Nicea se hizo una distinción entre la imagen como tal, su poder, su plena realidad divina o arquetipal, y lo que la imagen representa, señala, significa. Así, las imágenes devinieron alegorías.

Cuando las imágenes se vuelven alegorías, los iconoclastas han vencido. La imagen misma se ha vuelto sutilmente debilitada. Sí, las imágenes son admitidas, pero sólo si son imágenes oficialmente aprobadas, ilustrativas de la doctrina teológica. La propia imaginería espontánea es espuria, demoníaca, diabólica, pagana, gentil. Sí, la imagen es admitida, pero sólo a fin de ser venerada por lo que representa: las ideas abstractas, las abstractas configuraciones, trascendentes detrás de la imagen. Las imágenes se vuelven modos de percibir doctrina, ayudas para enfocar la fantasía. Se vuelven representaciones, ya no más presentaciones, ya no más presencias del poder divino.

El año 787 marca otra victoria en nuestra tradición de espíritu sobre alma. La resurrección por parte de Jung de las imágenes era un regreso al alma y lo que él llamaba su formación espontánea de símbolos, su vida de fantasía (la cual, como él notaba, está inherentemente ligada al politeísmo) Al volverse a la imagen, Jung regresaba al alma, invirtiendo ese proceso histórico que en 787 había debilitado las imágenes y en 869 había reducido el alma al espíritu racional intelectual.

Aquí quiero recordar la posición de Jung, a partir de la cual he desarrollado la mía. La psicología de Jung se basa en el alma. Es una psicología tripartita. No se basa ni en la materia y el cerebro ni en la mente, el intelecto, el espíritu, la matemática, la lógica, la metafísica. No usa ni los métodos de la ciencia natural y la psicología de la percepción, ni los métodos de la ciencia metafísica y la lógica del conocimiento. Dice que su base está en un tercer sitio intermedio: “esse in anima”, “ser en el alma”. Y encontró esta posición al volverse directamente a las imágenes en sus pacientes enfermos y en sí mismo durante sus años de crisis.
El alma y sus imágenes, habiendo estado alienadas durante tanto tiempo de nuestra cultura consciente, podían ser reconocidas sólo por el alienista (o por el artista, para quien la imaginación y la locura siempre han sido primos que se besan en la antropología de nuestra cultura). De modo que, dijo Jung, si Ud. está en busca del alma, vaya en primer lugar a las imágenes de su fantasía, pues así es como la psique se presenta directamente. Toda consciencia depende de imágenes de la fantasía. Todo lo que sabemos sobre el mundo, sobre la mente, el cuerpo, sobre cualquier cosa en absoluto, “incluyendo el espíritu” y la naturaleza de lo divino, viene mediante imágenes y se organiza por fantasías en un patrón u otro. Esto es verdad incluso para tales estados espirituales como pura luz, el vacío, o la ausencia, o la gozosa fusión, cada uno de los cuales se capta o estructura en el alma de acuerdo a uno u otro patrón arquetipal de la fantasía. Puesto que estos patrones son arquetipales, siempre estamos en una u otra configuración arquetipal, una u otra fantasía, inclusive la fantasía del alma y la fantasía del espíritu. El “inconsciente colectivo”, que abarca los arquetipos, significa nuestra inconsciencia de la fantasía colectiva que domina nuestros puntos de vista, ideas, conductas, mediante los arquetipos.

Dejadme continuar sólo un momento con Jung -aunque ya casi estamos en la parte abstracta, intelectual, de esta clase- quien dice “Cada proceso psíquico es una imagen y un imaginar”. El único conocimiento que tenemos que sea inmediato y directo es conocimiento de estas imágenes psíquicas. Y además, cuando Jung emplea la palabra “imagen”, no quiere decir el reflejo de un objeto o una percepción; esto es, no quiere decir un recuerdo o una imagen derivada. En cambio dice que su término se deriva “del uso poético, propiamente, una figura fantasiosa o imagen de la fantasía”
He enunciado esto porque quiero que sepáis lo que estoy haciendo. Estoy mostrando cómo el alma mira al espíritu, como se ven los picos desde el valle, desde el mundo de fantasía que es la variable estructura de nuestra consciencia y de sus formulaciones, que siempre están configuradas por imágenes arquetipales. Siempre estamos en una u otra metáfora-raíz, fantasía arquetipal, perspectiva mítica. Desde el punto de vista del alma nunca podemos salir del valle de nuestra realidad psíquica.


3. Alma y espíritu

He llamado a esta charla “Picos y Valles”, esperando separar estas imágenes a fin de contrastarlas tan vívidamente como pueda. Parte de ese separar y contrastar es la emoción del odio. De modo que hablaré con odio y con impulso de lucha, o “eris”, o “polemos”, del cual Heráclito, el primer antepasado de la psicología, había dicho que es el padre de todo.

El significado contemporáneo de “pico” fue desarrollado por Abraham Maslow, quien a su vez estaba en resonancia con una imagen arquetipal, puesto que los picos han pertenecido al espíritu desde el Monte Sinaí y el Monte Olimpo, Monte Patmos y el Monte de los Olivos, y el Monte Moriah del primer Abraham patriarcal. Y podrían fácilmente nombrarse otra docena de montañas del espíritu. No requiere muchas explicaciones darse cuenta de que la experiencia pico es un modo de describir la experiencia pneumática, y que la escalada a los picos está en busca del espíritu o es el impulso del espíritu en busca de sí mismo. El lenguaje empleado por Maslow acerca de la experiencia pico -”auto-validante, auto-justificadora, y que lleva su propio valor intrínseco consigo”, la semejanza a Dios y proximidad a Dios, el absolutismo e intensidad- es un modo tradicional de describir las experiencias espirituales. Maslow se merece nuestra gratitud por haber reintroducido el “pneuma” en la psicología, incluso si su movimiento ha sido compuesto por la antigua confusión de pneuma con psyche. Pero ¿qué hay acerca de la “psyche” de la psicología?

Los valles en verdad necesita más exposición, así como todo lo que tiene que ver con el alma necesita ser cuidadosamente imaginado, lo más exactamente que podamos. “Valle” viene de los Románticos: Keats usa el término en una carta, y he tomado este fragmento de Keats como un lema psicológico: “Llama al mundo, si quieres, el valle de hacer alma. Entonces descubrirás el uso del mundo”
Valle, en el lenguaje religioso usual de nuestra cultura, es un lugar emocional hundido -el valle de las lágrimas; Jesús caminó por este valle solitario, el valle de la sombra de la muerte. La primera definición de “valle” en el Diccionario Oxford de Inglés es “gran depresión o vacío”. Los significados de “valle” y “cuenca” incluyen subcategorías enteras refiriéndose a tales tristes cosas como el declive de los años y la vejez, el mundo contemplado como un lugar de problemas, pena y llanto, y el mundo contemplado como el escenario de lo mortal, lo terrenal, lo vil.
Hay también una asociación femenina con los valles (a diferencia de los picos). Lo encontramos en el Tao Te King, 6; en las metáforas morfológicas freudianas, donde el río de valle rodeado de árboles y poblado de vida animal es un equivalente para la vagina; y también hallamos una connotación femenina del valle en la mitología. Pues los valles son los lugares de las ninfas. Una de las explicaciones etimológicas de la palabra “ninfa” considera que son personificaciones de los jirones y nubes de niebla adheridas a los valles, laderas de las montañas y fuentes de agua. Las ninfas velan nuestra visión, nos hacen cortos de vista, miopes, atrapados -no hay distancia de largo alcance, no hay proyectos ni profecías como desde los picos.

Este par pico/valle también es empleado por el catorceavo Dalai Lama del Tíbet. En una carta (a Peter Goullart) escribe:

“La relación de la altura con la espiritualidad no es meramente metafórica. Es una realidad física. Los pueblos más espirituales de este planeta viven en los lugares más altos. Y también las flores más espirituales... Llamo a los aspectos elevados y luminosos de mi ser “espíritu”, y a los aspectos oscuros y pesados, “alma”.
El alma está en casa en los valles profundos, sombríos. Allí crecen pesadas flores aletargadas, saturadas de negro. Los ríos fluyen como almíbar dulce. Se vacían en enormes océanos de alma.
El espíritu es una tierra de altura, blancos picos y lagos y flores como joyas resplandecientes. La vida es parca y los sonidos viajan grandes distancias.
Hay música del alma, comida del alma, danza del alma y amor del alma...
Cuando el alma triunfó, los pastores vinieron a los lamasterios, puesto que el alma es comunitaria y le gusta tararear al unísono. Pero el alma creativa anhela el espíritu. Fuera de las selvas del lamasterio, los monjes más bellos un día se despiden de sus camaradas y parten a hacer su viaje solitario hacia los picos, para aparearse allí con el cosmos...
El espíritu no procrea en la desolación altiva, pues la desolación es de las profundidades, como lo es la procreación. En estas alturas, el espíritu deja al alma muy atrás...
La gente necesita escalar la montaña no simplemente porque ésta se encuentra allí sino porque la divinidad animosa necesita aparearse con el espíritu...[abreviado]”

Quisiera señalar una o dos pequeñas curiosidades en esta carta. Pueden ayudarnos a ver aún más el contraste entre alma y espíritu. Primero, ¿habéis advertido cuán importante es ser “literal” y no “meramente metafórico” cuando uno toma el punto de vista espiritual? Además, este punto de vista requiere la “sensación física” de altura, de “subida”. Luego ¿habéis visto que son los monjes “más bellos” los que abandonan a sus hermanos, y que su apareamiento es con el cosmos, un apareamiento comparado con la nieve? (Una vez, en nuestra tradición Occidental de caza de brujas, un tiempo obsesivamente preocupado con proteger al alma de los espíritus erróneos -y viceversa- el diablo se identificó por su pene de hielo y su esperma fría). Y finalmente ¿habéis advertido los dos tipos de “simbolismo de anima”: las flores oscuras, pesadas, aletargadas al lado de los ríos de jarabe dulce y las flores de pétalos virginales de los glaciares?

Estoy tratando de dejar que las “imágenes” del lenguaje señalen nuestras distinciones. Este es el modo de proceder del alma, puesto que es el modo de los sueños, reflejos, fantasías, ensueños y pinturas. Podemos reconocer lo que es espiritual por su estilo de imaginería y de lenguaje: y lo mismo con el alma. Dar “definiciones” de espíritu y alma -el uno abstracto, unificado, concentrado; la otra concreta, múltiple, inmanente- pone la distinción y el problema en el lenguaje del espíritu. Habríamos ya dejado el valle; estaríamos haciendo diferencias como un investigador, estableciendo qué corresponde con qué de acuerdo a la lógica y la ley en lugar a hacerlo de acuerdo con la imaginación.
Volvámonos a otra cultura un poco más cercana a casa, si bien lejana en el tiempo: los antiguos santos del desierto en Egipto, a quienes podríamos llamar los fundadores de nuestra tradición ascética occidental, nuestra disciplina del espíritu.
Primero debemos recordar que estos hombres eran egipcios, y como ha mostrado Violet MacDermott, sus movimientos espirituales deben entenderse en relación con sus antecedentes religiosos egipcios. Como heredero de una duradera religión politeísta, el santo del desierto intentaba “invertir los efectos psicológicos de la antigua religión”. Su disciplina aspiraba a separar al monje de su comunidad humana y también de la naturaleza, las cuales eran de importancia vital para la religión politeísta en la que lo divino y lo humano se interpenetraban por doquier (esto es, en el valle, no sólo en el pica o el desierto). Al vivir en una cueva -el lugar de entierro de la antigua religión- el santo del desierto realizaba una mimesis de la muerte: los rigores de su disciplina espiritual, sus posturas peculiares, el ayuno, el insomnio, la oscuridad, etc. Estos rigores le ayudaban a soportar el asalto de los demonios, las influencias ancestrales de los muertos, así como su historia personal y cultural.

“El mundo de los Dioses era, en Egipto, también el mundo de los muertos. Mediante los sueños, los muertos se comunicaban con los vivos... y por ello el sueño representaba un tiempo en que su alma se veía sometida a su cuerpo y a aquellas influencias que derivaban de su antigua religión... su ideal era dormir lo menos posible”

De nuevo habréis advertido el alejarse del sueño y los sueños, lejos de la naturaleza y la comunidad, lejos de la historia personal y ancestral y de la complejidad politeísta. Estos factores de los cuales quiere liberarse la disciplina espiritual dan indicaciones específicas sobre la naturaleza del alma.
Hallamos otro contraste entre alma y espíritu, expresado en términos diferentes de los espirituales que hemos examinado, en el pequeño volumen de E.M. Forster “Aspectos de la Novela”, en el que establece los componentes básicos del arte de la novela. Distingue entre fantasía y profecía. Dice que ambas suponen la mitología, los dioses. Entonces conjura a la fantasía con estas palabras:

“...ahora invoquemos todos los seres que habitan el aire inferior, las aguas poco profundas, y las colinas más pequeñas, todos los Faunos y Dríades y deslices de memoria, todas las coincidencias verbales, Pans y juegos de palabras (“puns” en inglés), todo lo que es medieval de este lado de la tumba [por lo cual presiento que quiere decir lo burdo, común y humorístico, lo diario, lo grotesco y lo extraño, incluso bestial, pero también festivo]”

Cuando Forster llega a la profecía obtenemos aún más imágenes del espíritu, puesto que la profecía en la novela pertenece a:

“lo que trasciende nuestras habilidades, aún cuando es la pasión humana la que las trasciende, las deidades de la India, Grecia, Escandinavia y Judea, a todo lo que es medieval más allá de la tumba y a Lucifer hijo de la mañana [y esto último lo tomo como significando “el problema del bien y del mal”]. Por sus mitologías distinguiremos estos dos tipos de novelas”

Por sus mitologías también distinguiremos nuestras terapias.
Forster continúa con las comparaciones, pero debemos partir, recogiendo sólo unas pocas observaciones dispersas. El espíritu (o el estilo profético) es humilde pero sin humor. “Puede implicar cualquiera de las fe que han perseguido a la humanidad -Cristianismo, budismo, dualismo, Satanismo, o la mera elevación del amor y el odio humano a tal poder que sus receptáculos normales ya no los contienen“. (Recordaréis el lama apareándose con el cosmos, el solitario santo del desierto). La profecía (o el espíritu) es principalmente un tono de voz, un acento, tal como hallamos en las novelas de D. H. Lawrence y Dostoievski. La fantasía (o alma, en mis términos) es una cualidad maravillosa de la vida diaria. “El poder de la fantasía penetra en cada rincón del universo, pero no en las fuerzas que lo gobiernan -las estrellas que son el cerebro de los cielos, el ejército de la ley inalterable, permanecen intocados- y las novelas de este tipo tienen un aire improvisado...” Aquí pienso en las asociaciones libres de Freud como un “método” en psicología, o en el modo de escribir de Jung, donde ningún parágrafo sigue lógicamente al anterior, o en la figura de Lévi-Strauss, el “bricoleur”, el artesano y su manera casual de juntar collages, y cuán diferente es este estilo psicológico de aquél de la meditación trascendental intensamente enfocada, el alejamiento, el vaciamiento.
Y finalmente para nuestro propósitos, Forster dice acerca de las novelas de fantasía, o escritura del alma: “Si ha de invocarse especialmente a un dios, que sea Hermes- mensajero, ladrón y conductor de las almas...”
Forster apunta a algo más acerca del alma (mediante su noción de fantasía) y este algo más es “historia”. El alma nos involucra en la historia -nuestra historia de caso individual, la historia de nuestra terapia, nuestra cultura como historia. (Hemos visto al asceta copto intentando vencer la historia ancestral mediante prácticas espirituales). Aquí también hablo el lenguaje del alma al recurrir todo el tiempo a ejemplos históricos, tal como el viejo E. M. Forster, hombrecillo melindroso en su cuarto de Cambridge, ahora muerto, y los ya muertos Freud y Jung, regresando a viejos mitos y a sus estudiosos, a las etimologías y la historia en palabras, y hasta algunas localidades geográficas específicas, los valles actuales del mundo. Pues este es el modo en que procede el alma. Este es el método psicológico, y el método psicológico permanece dentro de este mundo de valle, a través del cual pasa la historia y deja sus rastros, nuestros “antepasados”.

Los picos cancelan la historia. La historia debe vencerse. La historia es sin sentido, Henry Ford, fabricante profético de obsolescencia, y el pasado es un cubo de cenizas, dijo Carl Sandburg, cantante profético. De modo que los operarios del espíritu y los buscadores del espíritu ante todo deben escalar por encima de los deshechos de la historia, o profetizar su fin o su irrealidad, el tiempo como ilusión, así como la historia de sus localidades individuales y particulares, sus particulares raíces étnicas y religiosas (el nada favorecido término de Jung “inconsciente racial”). Así, desde el punto de vista del espíritu, no hay diferencia si nuestro maestro es un Zaddik de un “shtetl” polaco, un indio debajo de un cactus mejicano o un maestro japonés en un jardín de piedras; estas diferencias no son sino condicionantes de la historia, residuos personales. El espíritu es impersonal, arraigado no en el alma local, sino intemporal.

Cabalgaré este caballo de la historia hasta que caiga, porque sostengo que la historia se ha vuelto la Gran Reprimida. Si en la época de Freud la sexualidad era la Gran Reprimida y la creadora del fermento interno de la psiconeurosis, hoy lo que no toleramos es la historia. No; cada uno somos Prometeos con un saco de posibilidades, esperanzas de Pandora, abiertos, sin preocupaciones, el futuro ante nosotros, tan variados, tan bellos, tan nuevos -hombres y mujeres nuevos y liberados viviendo hacia delante en una ficción científica. De modo que la historia retumba por debajo, funcionando en nuestros complejos psíquicos.

Nuestros complejos son historia en obra en el alma: el socialismo de nuestro padre, el fundamentalismo de su padre, y me reacción en contra de ellos como Hefner al Metodismo, Kinsey a los Boy Scouts, Nixon a los Quakeros. Es tanto más fácil trascender la historia escalando la montaña y que venga lo que sea, que trabajar en la historia en nuestro interior, nuestras reacciones, hábitos, morales, opiniones, síntomas que impiden un verdadero cambio psíquico. El cambio en el valle requiere el reconocimiento de la historia, una arqueología del alma, un cavar en las ruinas, una re-colección (recordar). Y un plantar en un suelo geográfico e histórico específico con su propio olor y sabor, en conexión con los espíritus de los muertos, el “alma -po“ sumergida en el suelo de abajo.
Desde el punto de vista del alma y la vida en el valle, el escalar la montaña parece una deserción. Los lamas y santos “se despiden de sus camaradas”. Como aquí estoy como abogado del alma, tengo que presentar su punto de vista. Su punto de vista aparece en la gran depresión vacía del valle, en el abatimiento interior y cerrado que acompaña a la exaltación del ascenso. El alma se siente dejada detrás, y vemos a esta alma reaccionar con resentimientos de anima. Las enseñanzas espirituales advierten con frecuencia al iniciado acerca de murmuraciones introspectivas, acerca de los celos, el despecho, y la mezquindad, acerca de apegos a sensaciones y recuerdos. Estas precauciones presentan una fenomenología precisa de cómo se siente el alma cuando el espíritu se despide.

Si una persona está a la vez en terapia y en una disciplina espiritual -Vedanta, ejercicios respiratorios, meditación trascendental, etc. - el maestro espiritual bien podría considerar el análisis como una pérdida de tiempo con ilusiones y trivialidades. El analista podría considerar los ejercicios espirituales como una raja en la vasija psíquica, una huida o bien a la fisicidad (somatizar, un tipo de conversión histérica sofisticada) o hacia la metafisicidad. Estas son condiciones que crecen en el mismo seto, pues ambas fisicizan, substancian, hipostatizan, tomando sus conceptos como cosas. Ambas pierden el “como si”, el enfoque metafórico de Hermes, olvidando que la metafísica también es un sistema de fantasía, si bien uno que desgraciadamente debe tomarse a sí mismo como literalmente real.

Además de estas mutuas acusaciones de trivialidad, hay una cuestión más esencial que nos preguntamos en nuestros sillones psicoanalíticos: “Quién” está haciendo el viaje? No hay discusión aquí acerca del valor relativo de las doctrinas o los objetivos; ni es un análisis de las visiones vistas y las experiencias sentidos. La situación esencial no es el análisis del contenido de las experiencias espirituales, puesto que hemos visto experiencias semejantes en los hospitales del estado, en sueños, en viajes con drogas. Tener visiones es fácil. La mente nunca deja de exudar y manar la savia y el jugo de la fantasía, y luego congela este juego en monumentos paranoides de verdad eterna. Y luego, ¿no son con frecuencia estos acontecimiento aparentemente sorprendentes de luz, de sincronicidad, de visión espiritual en un viaje de LSD, triviales -ver el universo revelado en la costura de un botón o en un rastro de linóleo- al menos tan trivial como lo usualmente ocurre en la sesión de terapia que separa los embrollos de la escena doméstica cotidiana?

La cuestión de qué es trivial y qué es significativo depende del arquetipo que da significado, y esté -dice Jung, es el sí-mismo. Una vez que se constela el sí-mismo, el “significado” viene con él. Pero como con cualquier acontecimiento arquetipal, tiene su lado locamente indiferenciado. De modo que uno puede verse abrumado por una significación desubicada, inferior, paranoide, así como un puede verse abrumado por eros y la propia alma (anima) sometida a las angustias de un amor ridículo y desesperado. La desproporción entre el contenido trivial de un acontecimiento sincronístico por un lado, y por el otro el sentimiento gigantesco de significado que viene con él, muestra lo que quiero decir. Como una persona que se ha enamorado (fallen into love), así una persona que ha caído fascinada por el significado (fallen into meaning) comienza el proceso de auto-validación y autojustificación de trivialidades que pertenecen a la experiencia del arquetipo dentro de cada complejo y forma parte de su defensa. Por ello hay poca diferencia, psicodinámicamente, si caemos en la sombra y justificamos nuestros desórdenes de moralidad, o el ánima y nuestros desórdenes de belleza, o el si-mismo y nuestros desórdenes de significado. La paranoia ha sido definida como un desorden del significado -esto es, puede referirse a la influencia de un arquetipo de sí-mismo poco diferenciado. Parte de este desorden es la misma sistematización que, por medios defensivos de la doctrina de la sincronicidad, podría dar un profundo orden significativo a una coincidencia trivial.

Aquí volvemos a M. Forster, quien nos recordaba que la voz del espíritu es humilde y la del alma llena de humor. La humildad es temida y evitada por el significado: el alma se toma los mismos acontecimientos más como los equívocos (puns) y travesuras de Pan. Humildad y humor son dos modos de descender al “humus”, a la condición humana. La humildad haría que nos inclináramos al mundo y pagáramos lo que se debe a su realidad. Devolver al Cesar. El humor nos trae abajo con una metida de pata. Una realidad pesadamente significativa se vuelve sospechosa, se miramos a través de ella, el mundo se vuelve risible -la paranoia se disuelve y la sincronicidad se vuelve espontaneidad.
Así, la relación del analista del alma con el acontecimiento espiritual no es en términos de las doctrinas o de los contenidos. Nuestro interés es por la persona, el Quién, que asciende la montaña. También preguntamos, ¿Quién ya está allá arriba, llamando?
Esta pregunta no es tan diferente de una planteada en las disciplinas espirituales, y es crucial. Puesto que no es el viaje y sus estaciones y senderos, ni el ritmo del ascenso o la pendiente de la ladera, o el pico y su experiencia, ni siquiera el regreso- es la persona en la persona que incita toda la empresa. Y aquí recurrimos a la historia, al ego histórico, a nuestra voluntad de poder Nor-Occidental, la misma voluntad de poder que traía a California a los misioneros y a los cazadores, los ganaderos y los rancheros y los sembradores, los cultivadores de naranjas y los cultivadores de viñedos, y los sectarios, y los buscadores de oro y los constructores de trenes . ¿Puede dejarse esto detrás de la puerta como un polvoriento par de zapatos gastados, como cuando avanza hacia la perfumada alfombrilla del cuarto de meditación? ¿Puede cerrarse la puerta a la persona que en primer lugar lo trajo a uno hasta el umbral?

El movimiento de un lado del cerebro al otro, de la tediosa vida cotidiana al supermercado de la superconsciencia, de la basura a la trascendencia, el enfoque de “estados alterados de conciencia” -para resumirlo- niega este ego histórico. Es un enfoque que se retrotrae a Saul cuando se volvió Pablo, conversión en lo opuesto, deshaciéndose del propio trasero en un relámpago.
De modo que podéis ver que la cuestión arquetipal no es ni “cómo” ocurre el conflicto alma/espíritu, ni “por qué”, sino “quién” de entre la variedad de figuras de que estamos compuestos, qué figura arquetipal o persona está involucrada en este acontecimiento. ¿Qué Dios está en obra al llamarnos hacia la montaña o al contenernos en los valles? Para la psicología arquetipal hay un Dios en cada perspectiva, y en cada posición. Todas las cosas están determinadas por imágenes psíquicas, inclusive nuestras formulaciones del espíritu. Todas las cosas se presentan a la conciencia en las formas de una u otra perspectiva divina. Nuestra visión es mimética con uno u otro de los Dioses.

¿Quién asciende la montaña: es el inconsciente bienhechor cristiano en nosotros, aquél que ha perdido su cristiandad histórica y es un inconsciente cruzado, caballero andante, misionero, salvador? (Tiendo a ver más peligroso socialmente al “Soldado Cristiano” latente de nuestro cristianismo inconsciente que a la llamada psicosis latente, u homosexualidad latente, o a la depresión latente y enmascarada)
¿Quién asciende la montaña: es el Escalador, un hombre que quisiera ser la montaña misma, yo sobre el Monte Rushmore -ahora humilde, para aguardad y ya veréis...?
¿Es el ego heroico? ¿Es Hércules, todavía con las mismas tareas: limpiar los establos de la polución, matar a las criaturas de las ciénagas, apalear a sus animales, rechazar la llamada de las mujeres, progresar a través de doce estadios (al final para enloquecer y casarse con Hebe, que es Hera, Mamá, en su forma más joven dulce, sonrientemente hebefrénica)?
¿Es el que asciende es el ímpetu espiritual del “puer aeternus”, la imagen del dios alado en cada uno de nosotros, el hermoso muchacho del espíritu -Icaro en su camino hacia al sol, y luego cayendo a plomo con las alas de cera; Faetón conduciendo el carro del sol y perdiendo el control, quemando el mundo; Belerofonte, ascendiendo en su blanco caballo alado para caer en las planicies y quedar cojo para siempre? Estos son los escaladores puer, los salteadores del cielo, cuyo eros refleja la antorcha y la escalera de Eros y su flecha buscadora, un anhelo de lo más alto y lo más lejano y más y más puro y mejor. Sin este componente arquetipal afectando nuestras vidas, no habría impulso espiritual, ni nuevas chispas, ni ir más allá de lo dado, ni grandeza ni sentido de destino personal.

De modo que psicológicamente, y quizás también espiritualmente, la situación es una de hallar conexiones entre el impulso ascensional del puer y el abrazo empañado y atrapador del alma. Mi noción de esta conexión evitaría dos tendencias. La primera sería llevar también el alma hacia arriba, “liberarla” de su valle -la demanda trascendentalista. La segunda reduciría el espíritu a un complejo y negaría así la legítima ambición del puer y arte del vuelo -la demanda psicoanalítica. Recordemos aquí que aquél que no puede volar no puede imaginar, como dijo Gaston Bachelard, y también Mohammad Ali. Imaginar en un verdadero vuelo elevado, un modo de caída libre, caminar sobre el aire, para experimentar la realidad neumática y su inflación concomitante, uno debe imaginar fuera del valle, por encima de los campos de cereales y el pan cotidiano. A veces esto es demasiado para los analistas profesionales, y al no reconocer los reclamos arquetipales del puer, frustran la imaginación.
Volvámonos ahora a la conexión puer-psique sino forzar las aspiraciones de ninguna de esas figuras sobre la otra.


4. El matrimonio puer-psique

La acomodación entre el espíritu que busca ascender por un lado y la ninfa, el valle o el alma por el otro, puede imaginarse como el matrimonio puer-psique. Ha sido re-contado de muchas maneras - por ejemplo, en “Mysterium coniunctionis” de Jung como una conjunción alquímica de substancias personificadas, o en el cuento de Apuleyo sobre Eros y Psique. De la misma manera que en estos modelos, imaginemos en un estilo personificado. Entonces podremos sentir las diferentes necesidades dentro de nosotros como voliciones de personas distintas, donde puer es el Quien en nuestro vuelo espiritual, y anima (o psique) es el Quien en nuestra alma.
Ahora, lo importante acerca del anima es aquello que siempre se ha dicho sobre la psique: es insondable, inaprensible. Pues el anima, “el arquetipo de la vida”, como Jung la ha llamado, es esa función de la psique que es su vida actual, la confusión presente en la que está, su descontento, deshonestidades y emocionantes ilusiones, junto con las encaladas esperanzas de un resultado mejor. Las situaciones que presenta son tan infinitas como profunda es el alma, y acaso estos mismos “problemas” laberínticos son su profundidad. El anima enreda y tuerce y nos enrolla hasta el punto de ruptura, realizando la “función de relación”, otra de las definiciones de Jung, una definición que se vuelve convincente sólo cuando nos damos cuenta de que relación significa perplejidad.

Esta confusión de psique es lo que la consciencia “puer” necesita para casarse a fin de emprender “la batalla de los sexos”. Los oponentes del espíritu son antes que nada las molestias bajo su propia piel: los humores matinales, los síntomas, las prevaricaciones en las que se entrampa, y la vanidad. El puer necesita combatir la irritabilidad de esta “mujer” interior, su pereza pasiva, sus ilusiones por los dulces y los halagos -todo lo cual el análisis llama “autoerotismo”. Este combatir es un combatir “con”, más que un combatir por o un combatir contra el anima, un abrazo estrecho, tenso, dedicado en muchas posiciones de intercambio, donde la locura del puer se encuentra con la confusión y la desviación psíquica, y donde esta locura se refleja en ese espejo deformante. No es recto ni es claro. Ni siquiera conocemos qué armas usar o dónde esta el enemigo, puesto que el enemigo parece ser mi propia alma y mi corazón y mis más queridas pasiones. El puer es dejado solo con su locura a la cual, a lo largo de la batalla, ha de recurrir con tanta frecuencia que aprende así a cuidarla como valiosa, como la única cosa que él es verdaderamente, su unicidad y limitación. El reflejo en el espejo del alma conduce a que uno vea la locura del propio impulso espiritual, y la importancia de esta locura.

Precisamente de ésto es de lo que se trata en la lucha con el anima y lo que la psicoterapia es en tanto que el sitio de esta lucha: descubrir la propia locura, el propio espíritu singular, y ver la relación entre el propio espíritu y la propia locura, que hay locura en el propio espíritu y que hay espíritu en la propia locura.

El espíritu necesita testimoniar esta locura. O dicho de otro modo, el puer toma su impulso y su meta literalmente a menos que haya un reflejo que haga posible una comprensión metafórica de su impulso y su meta. Al testimoniar como el experimentador receptivo y el imaginador de las acciones del espíritu, el alma puede contener, nutrir y elaborar en fantasía el impulso del puer, aportarle sensualidad y profundidad, comprometerlo en los engaños de la vida, cuidarlo para mejor o para peor. Entonces el individuo en quien estos dos componentes se están desposando comienza a llevar consigo su propio espejo reflejante y su eco. Se vuelve consciente de lo que significan sus acciones espirituales en términos de la psique. El espíritu vuelto hacia la psique, en lugar de desertarla por los sitios elevados y el amor cósmico, encuentra siempre posibilidades ulteriores de ver a través de las opacidades y ofuscaciones en el valle. La luz del sol entra en el valle. La Palabra participa de la charla y el cotilleo.

El espíritu demanda que la psique le ayude, no que lo rompa o lo subyugue o lo deje de lado como una rareza o una enfermedad. Y pide al analista que actúa en nombre de la psique, que no vuelva al alma en contra de la aventura del puer sino que, en su lugar, prepare el deseo de ambos el uno por el otro.
Desgraciadamente gran parte del cosmos psicoterapéutico está dominado por la perspectiva de la adaptación social de Hera (y su siervo favorito, el fuerte ego de Hércules que se hace cargo). Hera sale a coger al renegado espíritu puer para “hacer” algo sensato de él. El espíritu puer no es visto en su auténtico valor arquetipal. Los sacerdotes y sacerdotisas de Hera de la consulta psicológica intentan aclarar los problemas, dar apoyo terapéutico, tratando de comprender qué inquieta a una persona. El asesoramiento psicológico literaliza entonces los problemas y, matando la posibilidad de ver a través de su locura, mata el espíritu.

Los psicólogos que no atienden lo suficiente al espíritu olvidan que es uno de los componentes esenciales de la conjunción y no puede ser despachado como un viaje mental, como intelecto, como sólo teología o metafísica o una huida más del puer. El espíritu descuidado entra en la psicología a través de la puerta trasera, disfrazado como sincronicidad, magia, oráculos, ciencia ficción, auto-simbolismo, mandalas, tarot, astrología, y otras indiscriminaciones, igualmente proféticas, ahistóricas y carentes de humor. Porque se requiere espíritu para discernir entre los espíritus.

”Diakrisis” en sí misma es un don del espíritu, y el psicólogo que rechaza al puer traquetea fortalecido por mecanismos doctrinales de maestros muertos, con sus propias velas imaginativas decaídas o nunca siquiera desplegadas, girando en círculos en las planicies de un bajo perfil, una humildad de horizontes chatos: la práctica de la psicoterapia.

Una vez que el espíritu se ha vuelto hacia el alma, el alma puede contemplar sus propias necesidades de un modo nuevo. Entonces estas necesidades ya no son intentos de adaptarse a los requerimientos civilizadores de Hera, o la insistencia de Venus de que amor es Dios, o las curas médicas de Apolo, o incluso a la tarea de Psyche de hacer-alma (soul making). No sólo presenta la psique sus síntomas y sus reclamos neuróticos por aprender solamente el amor, o por la comunidad, o por mejores matrimonios y mejores familias, o por la independencia. Por el contrario, estas demandas piden también inspiración, visión de largo alcance, eros ascencional, vivificación e intensificación (NO relajamiento), radicalidad, trascendencia y significado -en breve, la psique tiene necesidades espirituales, que la parte puer de nosotros puede satisfacer. El alma pide que sus preocupaciones no sean despachadas como triviales sino vistas a través en términos de perspectivas más elevadas y más profundas, las verticalidades del espíritu. Cuando nos damos cuenta de que nuestro malestar psíquico apunta a un ansia espiritual más allá de lo que la psicología ofrece y que nuestra sequedad espiritual apunta a una necesidad de aguas psíquicas más allá de lo que ofrece la disciplina espiritual, entonces comenzamos a cambiar tanto terapia como disciplina.

El matrimonio puer-psique resulta en primer lugar en una interioridad acrecentada. Construye un espacio amurallado, el tálamo o la cámara nupcial, ni pico ni valle, sino más bien un sitio donde ambos pueden ser mirados a través de ventanas de cristal o cerrados con puertas. Esta interioridad aumentada significa que cada nueva inspiración del puer, cada idea ardiente, en cualquier momento de la vida y en cualquier persona, recibe psiquización. Será primero arrojada a través de los caminos laberínticos del alma, que serpentea y la vuelve más lenta y la alimenta desde varios lados (las “muchas” ayas y las “muchas” ménades) transformando al espíritu de su manía unidireccional hacia arriba en “polytropos”, la multivariedad del viejo héroe Hermético, Ulises. El alma realiza el servicio de tortuosidad a la flecha del puer, aportando a las compulsiones sulfúricas del espíritu la sal duradera del alma.

De modo similar para el alma: la cámara nupcial intensifica el linaje, le da calor y presión, construyendo alma a partir de nubes amorfas en necesidades impulsivas. Y estas, por beneficio del puer, se formulan en lenguaje. Hay un sentido de proceso, dirección, continuidad dentro la propia vida interior de sueños y deseos. El sufrimiento comienza a tener sentido. En lugar de los apareamientos repetitivos y usuales de jóven-ninfa de virginal inocencia acoplada con semillas desperdiciadas insensatamente por todas partes, la concepción psíquica toma lugar y la obra de la propia vida comienza a formarse.

El matrimonio puer-psique finalmente implica sacar nuestros complejos a la vez fuera del mundo y fuera del reino de los sistemas espirituales. Significa que la búsqueda e investigación pasen por una búsqueda e investigación psicológica, una exploración del alma por el espíritu para la fecundación psíquica. El movimiento mesiánico, liberador, trascendente conecta primero con el alma y se preocupa en primer lugar con su movimiento: no “¿qué significa esto?” -la pregunta que hace el espíritu al espíritu -sino “¿qué mueve esto en mi alma?” -la interiorización de la pregunta. Esto solo pone cuerpo psíquico en el mensaje y el viaje del puer, añadiéndole valores psíquicos, de modo que el mensaje del puer pueda tocar el alma y enrojecerla en la vida. Pues es especialmente en este reino del alma -tan perdido, vaciado e ignorante- que los dones del espíritu puer son primeramente necesarios. Es el alma, la psique, y la psicología que necesitan la atención del espíritu. Descended de las montañas, monjes, y como el hermoso John Keats, venid a los valles del hacer-alma.


5. Cuatro puntos de diferencia

En este punto abandono la entusiasta perspectiva del puer para regresar de nuevo al alma. Quiero sugerir ahora tres cualidades fundamentales del hacer-alma en distinción con las disciplinas espirituales. Estas tres son: (1) Patologizar -un interés en las psicopatologías de nuestras vidas - esto es, una preocupación atenta por el logos del pathos de la psique. Manteniendo un oído sintonizado a las patologizaciones del alma, preservamos el vínculo estrecho del alma con la mortalidad, limitación y muerte. (2) Anima -una lealtad a los humores nublados de las fuentes de agua, a los giros y vueltas seductoras de las figuras femeninas internas que personifican el sendero laberíntico de la vida psíquica, aquellas ninfas, brujas oscuras, cenicientas perdidas, y Perséfones de destrucción, y las fantasías evasivas e ilusorias que el ánima crea, las imágenes del alma en el alma. (3) Politeísmo -compromiso unívoco a la discordia y la cacofonía, a la variedad y al no tenerlo todo atado, al derrumbarse, la multiplicidad de las diez mil cosas, a las periferias y sus tangentes (más que a los centros), a los movimiento episódicos, ocasionales del alma (como esta clase) y sus compulsiones para repetir en los valles de sus errores, y la necesidad de errancia y de error para descubrir los múltiples modos de los múltiples Dioses.

Soy consciente de que estas clases fueron organizadas a fin de relacionar Este y Oeste, disciplinas religiosas y psicoterapia, y por ello debo hacer una contribución a una situación que creo que no es la principal (el par Este/Oeste). Porque creo que la verdadera pasión es entre Norte y Sur, entre las regiones superiores e inferiores, ya sean el Protestantismo represivo de Europa del Norte y América por un lado, y por el otro el Sur, el Mediterráneo oprimido, la oscuridad Latina debajo de las fronteras, a lo largo de los ríos, bajo los alpes; ya sea esta división entre el industrial Norte maníaco y el deprimido Sur ritualístico, o entre San Francisco y Los Angeles.
Pero el profesor Needleman dice que es borrosa la línea entre el terapeuta y el guía espiritual, y él dibujaría esa línea espiritualmente -esto es, verticalmente- creando Este y Oeste a lo largo de las cumbres de las montañas, quizás como la División Continental, mientras que yo dibujaría la línea horizontalmente, como fluyen los ríos, hacia abajo. Las tres cualificaciones que acabo de hacer -patologizar, anima, politeísmo- son mi modo de dibujar la línea más pesada y apretadamente, espesada con sombra.

Cualquiera que esté comprometido con estos tres factores, considerándolos importantes, incluso como religiosos, me parece estar comprometido en terapia y psicología. Cualquiera que tienda a menospreciar patologizar a favor del crecimiento, o las confusiones de anima por la fortaleza del ego o la iluminación espiritual, o quien descuide la diferenciación de multiplicidad y variedad en nombre de la unidad está comprometido en la disciplina espiritual.
Yo dibujaría las líneas entre las dos labores de este modo. Pero también sugeriría que se dibujan no por lo que predica una persona sino de acuerdo al peso de importancia que atribuya a las trivialidades, las pequeñas cosas en la práctica diaria. Hay, por ejemplo, muchos que se llaman psicoterapeutas y fingen su práctica, pero que de acuerdo a estos criterios, están de echo comprometidos diariamente en el espíritu. En el acento que ponen y en los valores que escogen, su principal preocupación es con el ascenso (crecer hacia arriba), fortalecimiento, unidad e integridad. Mientras que yo creo, aunque estoy menos familiarizado con el lado espiritual de las cosas (viniendo de Suiza, donde nuestras palabras principales son "complejo", "esquizofrenia", "introvertido-extravertido", "Rorschach" y "Bleuler", y el espectro de fármacos de Ciba-Geigy, Sandoz y Hoffmann-La Roche; esto es, nuestra fantasía es más psiquiátrica, más psicopatológica que la de vosotros, que está más determinada espiritualmente por vuestra historia y geografía, este Golden State, sus misiones fundadoras, sus nombres completamente espirituales -Eureka, Sacramento, Berkeley (el Obispo), Los Angeles, San Diego, Santa Cruz, Carmel, Santa Barbara). Creo que los maestros espirituales pueden, pese a su doctrina, comprometerse con frecuencia en psicoterapia cuando siguen la figura interna femenina como guía, el "paredros" o ángel, cuando dejan que florezcan la visión y la fantasía, cuando dejan hablar a las múltiples voces en los síntomas y transforman el patologizar en maestros internos, cuando se alejan de todas las generalidades y abstracciones hacia la inmediatez concreta y la multivalencia de los acontecimientos.
En otras palabras, las líneas entre terapia y disciplina, entre alma y espíritu no dependen del tipo de paciente o del tipo de maestro, o de si el paciente o el maestro nacieron en las Cascadas o los Himalayas, sino que dependen de cual dominante arquetipal esté operando a través de los propios puntos de vista. La situación siempre vuelve a "Quién", en la subjetividad del individuo, está formulando las preguntas y dando las respuestas.

Patologizar, anima y politeísmo están además íntimamente conectados el uno con el otro. Nos llevaría demasiado lejos en esta charla intentar mostrar la lógica interna de esta conexión y no estoy preparado para hacerla rápida y sucintamente. Además, esta interconexión ha sido un tema principal de muchos de mis escritos, porque uno pronto descubre en el trabajo consigo mismo y otros que cada uno de estos criterios de hacer-alma tiende a implicar al otro. Las diversas figuras de anima, inspiraciones élficas y humores que mueven a una persona, hombres y mujeres por igual (pues es absurdo sostener que las mujeres sólo pueden tener animus, no almas, como si un arquetipo o una diosa pudiera limitarse a la psicología personal del género sexual) dan un doble sentimiento peculiar. Hay un sentido de mismidad, de importancia personal, sentido de alma, que no es una inflación del ego, y a la vez hay una conciencia de que la propia subjetividad es fluida, aérea, fogosa, terrenal, hecha de varios componentes, móvil, inaprensible, ahora íntima y prójima y servicial como Atenea dando sabios consejos, ahora astuta y desapareciendo, arrastrándolo a uno ingenuamente hacia huecos desesperados como Perséfone, y al siguiente momento Afrodita sugiriendo murmullos fantasiosos en el oído interno, espuma de mar, vulva rosada y luego Artemisa elevada y orgullosa, manteniendo todo en su sitio, uno mismo en la distancia, en unidad sólo con la naturaleza, un alma virgen entre hermanos y hermanas, únicamente.

Anima nos hace sentir muchas partes.
Anima, como dijo Jung, es un equivalente de y una personificación del aspecto politeísta de la psique. "Politeísmo" es un concepto teológico o antropológico para la experiencia de un mundo multi-animado
Esta misma experiencia de multiplicidad puede alcanzarnos también a través de síntomas. También nos hacen conscientes de que el alma tiene otras voces e intenciones que la del ego. Patologizar da testimonio tanto a la naturaleza inherentemente compleja del alma como a los muchos Dioses reflejados en esta composición. Aquí tomo mis pistas de dos observaciones hechas al pasar por Jung. "Lo divino en nosotros funciona como neurosis del estómago o el colon o la vejiga, simplemente molestias del submundo. Nuestros Dioses se han ido a dormir, y sólo se agitan en las profundidades de la tierra". Y de nuevo: "Los dioses se han vuelto enfermedades; Zeus ya no rige el Olimpo sino en su lugar el plexo solar, y produce curiosos especímenes para la consulta del médico..."
A veces escalando la montaña uno busca huir de este submundo, y así los Dioses aparecen desde abajo trayendo todo tipo de desórdenes fisiológicos. Han de ser oídos, aunque sea sólo a través de truenos intestinales y sus ardores fogosos en la vejiga.
Como ascensos a la montaña, pero bajo el disfraz de la psicología, son las terapias conductistas y las terapias de relajamiento y liberación. Curan los síntomas y pierden los Dioses. Si Jacob no hubiera aferrado al Demon no hubiera sido herido ciertamente, y tampoco hubiera sido Jacob. Pierde el síntoma y devuelve el mundo al ego.

Aquí mi propuesta es que el hacer-alma no niega los Dioses y la búsqueda de ellos. Pero mira más de cerca, encontrándolos más al modo de los griegos y los egipcios, para quienes los Dioses toman parte en todas las cosas. Toda existencia esta llena con ellos, y los seres humanos están siempre involucrados con ellos. Este estar involucrados es de lo que tratan los mitos -las historias tradicionales de interacciones humanas y divinas. No ha sitio donde uno pueda estar, ni acto que uno pueda hacer ni pensamiento que uno pueda pensar sin ser mimético con un Dios. Así estudiamos la mitología para entender la estructura de la personalidad, la psicodinámica, el patologizar. Los dioses están dentro, como solía decir Heinrich Zimmer, y están dentro de nuestros actos, ideas y sentimientos. No tenemos que aventurarnos a lo largo de los espacios estrellados, el cerebro de los cielos, o sacarlos de su ocultamiento con fármacos alucinógenos. Están ahí en la precisas manera en que uno siente y piensa y experimenta sus humores y síntomas. Aquí está Apolo, aquí mismo, haciéndonos distantes y deseando formar ingeniosas ideas claras, distintas; aquí está el viejo Saturno, aprisionado en sistemas de juicio paranoides, maniobras defensivas, conclusiones melancólicas; aquí está Marte, teniendo que enrojecer el rostro y matar a fin de establecer un punto; y aquí está la ninfa del bosque Dafne-Diana, retirándose hacia el follaje, el camuflaje de la inocencia, suicida a través de la naturalidad.

Finalmente quisiera señalar otra diferencia, la cuarta, entre picos y valles, la diferencia que tiene que ver con la muerte.
Si el espíritu trascendería la muerte de alguna de diversas maneras -unificación de modo que uno no esté sujeto a la disolución; unión con el sí-mismo, donde sí-mismo es dios; la construcción de un cuerpo inmortal o cuerpo diamantino; los desplazamientos hacia la ausencia de tiempo y de espacio y de imágenes y de mente; morir al mundo como lugar de apegos - el hacer-alma en cambio tallaría y biselaría el barco de la muerte, la vasija de la muerte, un contenedor para sostener el morir que acaece en el alma. Se imagina que la vida psíquica se refiere más fundamentalmente a la vida del alma-po, aquello que se desliza hacia el fondo -no sólo en el momento de la muerte física sino que siempre se está deslizando hacia el fondo, siempre descendiendo, siempre yendo más profundamente hacia las realidades concretas y animándolas.

De modo que no puedo concluir con posiciones últimas, palabras finales, sabios enunciados de maestros. No hay final para un discurso errabundo, no hay resumen, no hay culminación, pues acabarlo sería llegar a una detención. Preferiría dejarlo inconcluso y nublado, sin mensaje espiritual abstracto- ni siquiera una imagen particular. Vosotros tenéis las propias. El alma las genera incesantemente.

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