LA RAZA DINÁSTICA EGIPCIA: SUS COMPONENTES

LA RAZA DINÁSTICA EGIPCIA: SUS COMPONENTES
La determinación de la raza a la que pertenecieron los pobladores del antiguo Egipto constituye un tema muy estudiado como base de un más profundo conocimiento de la civilización faraónica
LA RAZA DINÁSTICA EGIPCIA: SUS COMPONENTES
I. La llamada ‘raza dinástica’

Desafortunadamente todas las cuestiones étnicas o antropológicas están siempre teñidas y contaminadas por el ‘utilitarismo político’ de turno. Por esa razón este tema ha sido deliberadamente manipulado a conveniencia de cada cual en según qué momento de nuestra historia más reciente. Las últimas corrientes investigadoras quieren ver en la civilización egipcia la expresión más elevada de una civilización africana negra.

La egiptología tiene, no obstante, la obligación científica de investigar objetivamente esta cuestión. Ello debe hacerse desde la prudencia, la independencia y el rigor. Se trata básicamente de reivindicar la auténtica naturaleza de la personalidad y esencia del antiguo pueblo egipcio, del cual es heredera toda la humanidad. Podemos afirmar que la aportación racial de los primitivos pobladores del valle del Nilo fue plural. Basta con examinar de modo somero la configuración de la geografía física de Egipto para entender la lógica de este planteamiento.

Egipto se desenvuelve desde siempre en torno y a lo largo de la arteria vital que constituye el río Nilo. Este río cuya longitud alcanza los 6741 kilómetros desde el corazón de la actual Uganda, en el centro de África, hasta el Mediterráneo, ha sido, y es, el camino de descenso hacia el mar, no sólo de los nutrientes limos inundatorios, sino de las sangres y las culturas africanas que han bajado desde el sur hacia el norte, a lo largo de sus orillas, desde el principio de los tiempos durante toda la historia de Egipto. Cada una de las dos orillas del río supuso, a su vez, una especie de ventana o puerta de acceso a otros dos mundos diferentes.

Por Occidente, en el desierto libio, y a lo largo de la ribera marítima del Mediterráneo una concurrencia de pueblos que se vieron acosados por la progresiva desecación del Sahara, vino a asentarse en oleadas sucesivas desde las altas mesetas rocosas hasta la misma orilla pantanosa del río.

De la parte de Oriente, se produjeron infiltraciones permanentes a través de dos vías básicas: el Delta oriental y la prolongación natural del pasillo sirio, a lo largo del Mediterráneo, puerta abierta a todas las razas y pueblos cuya procedencia última tendría su origen, de una parte, en el Asia central y las áreas mesopotámicas y, de otra, en las orillas ribereñas con el Mar Rojo a las que accedían gentes a través de la península del Sinaí, procedentes de la actual península Arábiga.

El valle y el delta fueron el crisol dónde todas estas aportaciones sanguíneas de origen Kamito-Tchadiano-Berebero-Semítico se amalgamaron formando un nuevo genotipo: la raza egipcia.

II. El nacimiento de la lengua y la escritura

En la mezcla resultante del encuentro de los grupos africanos, semíticos y beréberes, el grupo humano del Este, verosímilmente el más importante, parece que dio a la lengua egipcia una fuerte coloración semítica tanto en su estructura como en su vocabulario.

Sin embargo, la lengua egipcia también posee grandes elementos que la emparentan con lenguas africanas empleadas en el ámbito nilótico y sudanés, tales como el somalí, el gala, el saho o el afar. Si las razas se mezclaron en el valle, también lo hicieron sus lenguas, nada más natural. La creación del sistema jeroglífico no resultó como consecuencia de un proceso lineal. Se trató de un sistema que prevaleció sobre otros que se intentaron.

Sin duda este sistema es heredero de los pictogramas que se ven sobre ciertas cerámicas de la época prehistórica.

La escritura jeroglífica fue el soporte para integrar sólidamente entre sí, en una sola lengua, las diferentes aportaciones lingüísticas de los pueblos que acudieron a poblar el valle del Nilo. Una sola cultura, una sola escritura, un solo pueblo, eran las premisas de los reyes de la unificación. Las ausencia de las vocales en la escritura y la presencia de los determinativos permitían a cualquier escriba fuera oriundo del norte o del sur, descifrar un texto oficial.


III. Los aspectos históricos

Los testimonios de vida humana en el valle del Nilo se remontan al Paleolítico Inferior, como atestiguan los hallazgos de útiles de piedra.

Hacia el quinto milenio antes de Cristo aparecen en Egipto los primeros grupos de cultura neolítica que parecen haberse mezclado o superpuesto a los grupos ya existentes en el valle. Sólo esta posibilidad permitiría comprender los aspectos heterogéneos del neolítico egipcio.

En un proceso de colonización interna y de fusión de componentes culturales dispares surgió una cultura propia, realmente egipcia. En los umbrales del cuarto al tercer milenio se produjo la formación del estado faraónico y el surgimiento de la civilización egipcia.

El yacimiento de Merimde Beni-Salamé, en el Bajo Egipto, situado en el vértice sur del borde occidental del Delta del Nilo, constituye el más antiguo del neolítico egipcio. Su período cronológico abarca desde el sexto al quinto milenios a. de C.

Hay otros yacimientos en el Omarí y en Heluán, cerca de El Cairo que se corresponden con el período cronológico de Merimde. Los asentamientos de época más reciente en el Bajo Egipto se han encontrado en la localidad de Maadi, también al sudeste de El Cairo.

Los materiales hallados en Maadi, incluidos restos de material de cobre para uso cosmético, parecen indicar la posibilidad de un gran entramado comercial y político de esta zona con el sur de Palestina y el Oriente Próximo. Pero la gente de Maadi también se relacionaba con los habitantes del Sur del valle, en el Alto Egipto. Por ejemplo esto se nota en la cerámica roja, primero importada y luego fabricada y en las paletas de esquisto, también traídas del Alto Egipto.

Así pues, este lugar era un punto de tránsito en las relaciones comerciales entre el Alto Egipto y los pueblos del Oriente Medio. En el sur se daban en estos momentos (hacia el 4400 a. de C.) focos culturales representados básicamente por el Badariense, cuyos yacimientos se han encontrado en las inmediaciones de Assiut, en el Egipto medio. A la cultura de Badari le sucede, en el Alto Egipto la de Nagada, la más importante de las culturas prehistóricas en el sur.

Convencionalmente dividida en tres grandes fases (I a III) nos ofrece el hilo conductor que lleva directamente a la fundación del Estado Egipcio. Una característica decisiva de la cultura de Nagada es su dinámica geográfica. Partiendo de su foco geográfico situado en el meandro que el río hace a la altura de la actual ciudad de Kena, en principio se fue expandiendo hacia el norte hasta la actual Assiut, y hacia el sur, hasta más allá de la primera catarata.

Las distintas fases de la cultura nagadiense van mostrando la evolución cultural de sus integrantes. Asentamientos regulares, cementerios, útiles cerámicos rojos con boca negra, esculturas vinculadas con la fertilidad, paletas de esquisto con formas animales, vasijas de marga con representaciones de barcos que discurren por el ríos nos muestran el avance cultural de los pobladores del Alto Egipto. Se advierte la creación de una elite del período de Nagada II que funda ciudades amuralladas que controlan grandes superficies con asentamientos agrícolas.

También se han descubierto espacios ceremoniales que recuerdan a las primeras instalaciones dinásticas para la celebración de los festivales Sed. En Hierakonpolis, al sur de Luxor, se encontró una hermosa tumba pintada (la llamada Tumba nº 100), en la que se ven representadas escenas de navegación, caza y lucha entre hombres que proclaman abiertamente el anuncio de los tiempos históricos.

Este periodo es ahora identificado como la dinastía ‘00’ (desde Nagada II tardía a principios de Nagada III) y la dinastía ‘0’ (Nagada IIIB).

Desde el punto de vista de los antiguos egipcios este segmento cronológico representa lo que ellos identificaron como ‘la época legendaria’, que fue previa a la histórica y que constituye un banco nebuloso donde parece que arranca todo lo faraónico. Se trata de la idea del inicio mismo de la raza dinástica.

Los textos no cuentan nada y tampoco nos hablan de los Shemsu Hor (Seguidores de Horus) término que sirve para designar a los reyes que, al parecer, precedieron a las dinastías históricas. Se trata de relatos orales, transmitidos entre los sacerdotes que hablan acerca de que los primeros reyes de Egipto fueron los propios dioses, los creadores del mundo, conforme nos relata el ciclo heliopolitano.

Después (siempre según los relatos egipcios) intervinieron los semi-dioses, hijos de los anteriores. Después de las dinastías divinas y las semi-divinas, se contabilizaban por los sacerdotes una serie de reyes no determinados que recogen los anales reales más antiguos
que conocemos. El Papiro de Turín varía ligeramente esta descripción.

En suma, para los egipcios el conjunto de los semi-dioses, los espíritus ancestrales y los hombres que reinaron antes de la dinastía I formaron el conjunto de los llamados ‘seguidores de Horus’.

El único documento preciso que se refiere al final del período legendario, la llamada ‘Piedra de Palermo’, representa a una serie de personajes que llevan la corona roja del Bajo Egipto de los que nos facilita los nombres que para nada se parecen a los nombres egipcios habituales, tales son Seka, Jaau, Tiu, Tchesh, Neheb, Uadyined y Mehe.

Quizás estos formaran parte de la lista manetoniana de los reyes menfitas y, en tal caso, los tinitas deberían ser identificados con algunos de los propietarios de los monumentos de Abidos que habitualmente han sido integrados dentro de la dinastía I, y que, en puridad, deberían ser considerados como los inmediatos antecesores de Menes, el unificador.

IV. Conclusiones

No se puede negar que la aportación de sangre extranjera a la población egipcia no cesó a lo largo de toda su historia, igual que hoy mismo sigue sucediendo. La afluencia de invasores, ya fueran estos asiáticos o negros del sur, siguió marcando las modificaciones genéticas del pueblo de los faraones, pero no se puede ignorar que aquellos rostros antiguos siguen poblando los días y las noches de Egipto.

Esto es válido tanto en el caso del actual pueblo copto, que se reputa ser el más directo descendiente de los antiguos egipcios, cuanto en el de la población campesina del valle y el delta. No es exagerado, pues, afirmar a guisa de conclusión final que el hombre egipcio no fue nada especialmente diferente del que, en rasgos generales, se puede ver hoy en día en Egipto.

Para hablar con propiedad se ha de considerar que Egipto está poblado hoy por una masa de coptos islamizados que, si bien ha soportado a lo largo de siglos, tras la invasión árabe, las mezclas con razas vecinas de Asia, África o el Mediterráneo, ha mantenido estable un prototipo de hombre que fue la materia prima con que se construyó una de las civilizaciones más esplendentes de la humanidad.

Ellos son los herederos de aquellos que descubrieron antes que nadie la inmortalidad y los dioses, los que inventaron la vida eterna a orillas del Nilo eterno.

Dr. Francisco J. Martín Valentín

Anexo

Estimación de la población del Egipto faraónico en las distintas épocas de su historia
(de Butzer, 1976, 83 y 85; fig. 13)

4000 a. de C. (Predinástico) 548.000
3000 a. de C. (Época Tinita) 866.000
2500 a. de C. (Imperio Antiguo) 1.614.000
1800 a. de C. (Imperio Medio) 1.900.000
1250 a. de C. (Imperio Nuevo) 2.850.000
130 a. de C. (Época Grecorromana) 4.322.000


Bibliografía básica de referencia

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