LA NOVIA DEL DIOS AGUA (Tuareg,Africa )

LA NOVIA DEL DIOS AGUA


Hace mucho tiempo, hubo una época que fue muy mala para la gente que habitaba estas tierras. Bulane, el Dios Agua, no había enviado lluvia durante muchos meses. Como consecuencia, los ríos se fueron secando lentamente, primero los pequeños y después los grandes, los lagos se retiraron y los pozos se secaron.

La gente empezó a seguir a los elefantes y a cavar por todas partes, pues estos animales normalmente saben dónde buscar agua en épocas de sequía. Cavaron en el lugar donde habían estado los ríos y los lagos, pero lo único que encontraron fue arena.

Entonces, el gran jefe Rasenke decidió que había que buscar agua en otra región y envió a su hombre de confianza, Mapopo, con una caravana de bueyes en la que llevaba grandes calabazas secas y otras cosas para llevar agua, alimentos para el viaje, trigo y objetos valiosos que podría cambiar por agua, si tenía la suerte de encontrarla.

Mapopo viajó durante mucho tiempo. Un día, llegó a una montaña muy alta y desde la cima pudo ver que del otro lado bajaba un pequeño río. Corrió montaña abajo y no paró hasta llegar al río. Pero cuando estaba a punto de beber su agua, una mano invisible paró su cabeza.

Como no podía creerlo, ordenó a todos sus hombres que llenaran las calabazas. Pero al intentarlo, no pudieron conseguir ni una gota de agua. Mapopo, desesperado, llamó al Dios del Agua.

-¿Señor, por qué no nos deja beber?

- Mapopo, dijo el Dios Agua, tienes que volver con la hija de tu jefe, la princesa Motsesa. Quiero que sea mi novia, entonces podrás beber todo el agua que desees. Pero si ella se niega, todo el mundo morirá de sed en pocos días.

- Señor, contestó Mapopo, llevaré el mensaje a mi jefe; pero por favor, déjenos beber si no, el mensaje nunca llegará a su destino, porque moriremos de sed antes de poder regresar a la aldea. No puedo hablar por mi jefe; Sólo soy su criado.

El Dios Bulane entendió su preocupación, así que Mapopo y todos sus hombres pudieron beber agua y llenar las calabazas para todo el viaje de vuelta a casa. El Dios Agua estaba de acuerdo con que su prometida esposa no podía pasar sed.

El Jefe Rasenke no estaba feliz de ofrecer su hija Motsesa al Dios Agua, aunque era evidente que no quedaba otra solución. La muchacha se fue con una caravana llena de regalos para Bulane.

La caravana llegó al valle; los mensajeros dejaron los regalos allí, se despidieron de Motsesa y regresaron tristes a la aldea.

Entonces Motsesa permaneció sola en medio de esas grandes montañas, hasta que la oscuridad invadió el valle. Estaba asustada, miró a su alrededor para encontrar un buen lugar para dormir, pero no encontró ni refugio ni un ser vivo. No sabía qué hacer. El cielo oscurecía cada vez más y cuando ya no se podía ver la cima de las montañas, tuvo más miedo. Entonces gritó:

- ¡No sé dónde dormir!

- Duerme justo aquí - contestó una voz.

- ¿Aquí? preguntó la muchacha.

- Justo aquí - contestó la misteriosa voz.

Allí no había nadie. La princesa, que tenía miedo de los animales salvajes, del frío e incluso de la voz que le hablaba, permaneció despierta largo rato antes de poder cerrar los ojos. Pero estaba tan cansada del largo viaje, que finalmente se quedó dormida.

Al despertar, se encontró en una casa, acostada en una lujosa cama y a su alrededor había platos llenos de ricos y deliciosos manjares. Como tenía hambre, empezó a comer y cuando acabó con todos los platos, unas manos invisibles se la llevaron.

Más tarde, cuando sintió hambre de nuevo, las mismas manos invisibles le trajeron más comida. Y así vivió muchos días, con todo lo que necesitaba a su alrededor, pero nunca veía a nadie: sólo oía, a veces, la misteriosa voz.

Pasó el tiempo y Motsesa tuvo un niño.

Algunos días más tarde, la misteriosa voz le dio permiso para visitar a sus padres, pero solamente para una visita. Cuando regresó a la montaña, Motsesa se llevó a su hermana pequeña, Senkepen, para no estar tan sola en aquel lugar.

Un día le pidió a Senkepen que se quedara con el bebé mientras iba a buscar agua. Pero mientras estaba fuera, el bebé comenzó a gritar y Senkepen le cantó una canción para calmarle.

De repente, la muchacha vio aparecer un hombre hermoso y elegante delante de ella; sus ropas eran tan brillantes que tuvo que cerrar los ojos.

- Soy Bulane, el padre del bebé - dijo el hombre - deja de cantar canciones tan absurdas y dame a mihijo. Yo me quedaré con él.

Bulane tomó al niño y la muchacha, muy asustada, se alejó corriendo.

Cuando Motsesa regresó comenzó a barrer el suelo ignorando que su hermana se había ido. Entonces vio a Bulane, una figura muy alta y brillante, con su hijo en hombros.

Aunque estaba muy asustada, alcanzó a preguntarle:

- ¿Quién es usted y qué está haciendo con mi hijo?

- Soy su padre, contestó una voz familiar; por eso llevo a mi bebé en mis hombros. Soy tu marido, Motsesa. Soy Bulane, el que abre nuevos caminos. Un día pondré a mi hijo una armadura, será un guerrero valiente que defenderá su pueblo y será rey. Mostraré nuevos caminos a la gente.

Los criados de tu padre encontraron agua porque yo les dije dónde ir a buscarla. Ahora te enseñaré mi pueblo. ¡Quiero que sepas, Motsesa, que estás casada con un rey!
Motsesa estaba asustada y miró a su alrededor: de pronto vio que había casas para todo el mundo, que había mucha gente, ovejas, bueyes y cabras trayendo cestas con comida, leche y yogurt de la montaña.

Cuando la veían la trataban con respeto, la saludaban y la llamaban "nuestra reina, madre del príncipe".
Motsesa, que no esperaba el amor que la gente le demostraba, se sintió tan feliz que lloró de alegría.

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