Teonanácatl, "Cuerpo de Dios"

Teonanácatl, "Cuerpo de Dios"


El hombre, a través de distintas vías, ha encontrado los elementos activos que lo han conducido a producir las situaciones idóneas para comulgar con sus divinidades. Diferentes civilizaciones han recurrido a una diversidad de alucinógenos como muestra concreta de su sabiduría, concerniente al conocimiento de la herbolaria; en este sentido, es la naturaleza la que proporciona los elementos que propician el viaje de los chamanes y sacerdotes al mundo de las percepciones.

En algunas de las primeras crónicas sobre la Nueva España ya existen referencias a los hongos y al peyote. Proscritas por considerarse asunto diabólico, las drogas mágicas siguieron en poder de las culturas prehispánicas, no obstante la persecución del Santo Oficio contra todos aquellos que las ingerían. Ya en el siglo XX, Aldous Huxley y Antonin Artaud suscitaron el interés del mundo hacia estas plantas despreciadas y temidas durante centurias, cuyos poderes le permitieron al hombre experimentar profundamente en el conocimiento de sí mismo y de su realidad; debido a su capacidad para provocar alucinaciones, los hongos tuvieron un lugar sagrado en los rituales de la medicina mágica.

Haciendo un poco de historia, debemos recordar el uso de la Amanita muscaria por los pueblos del norte de Eurasia; el del hachís en el Oriente Medio, y el del peyote por las culturas americanas. El libro de Moreau de Tours (Du haschisch et de l’alienation mentale) abre en 1855 la era científica del estudio de estas drogas. Los faraones del antiguo Egipto tenían tal estima por los hongos que convirtieron su consumo en privilegio exclusivo de la clase dirigente; para los caldeos eran manjares delicados, en tanto que los chinos e hindúes aprendieron a desecarlos y preservarlos en forma de polvo. En muchos países de Asia se empleaban los hongos como droga medicinal para combatir diferentes males. En celta se denomina al hongo como “hijo de una noche”. Un druida de la Galia describe reverentemente cómo un hongo sagrado que creció hasta alcanzar la altura de 30 cm, iluminó el bosque con una luz dorada.

Los hongos fosforescentes modernos incluyen al “fuego fatuo” (Pleurotus olearius) y a una especie australiana de la cual se desprende una luz verde tan intensa que, se dice, se puede leer con ella. Los antiguos griegos consideraban a los hongos como alimento de dioses. Juvenal pone en boca de un sibarita esta rapsodia: “guarda tu maíz, ¡Oh Libia!, desata tus bueyes, siempre que nos envíes hongos”. Éstos eran clasificados y vendidos según leyes estrictas y preparados en utensilios especiales. La muy difundida creencia de que los hongos brotan en una noche parece provenir de una antigua leyenda que se conserva en Rusia, según la cual, después de un trueno aparecen súbitamente nuevas cosechas. Un viejo relato inglés cuenta que cuando cae un rayo sobre la pradera hace brotar un círculo perfecto de hongos, donde bailan los duendes a la luz de la Luna. En La tempestad de Shakespeare, Próspero pretende poseer poderes mágicos obtenidos de duendes cuyo pasatiempo consiste en cosechar hongos de media noche.

Pero, ¿qué hay de los hongos alucinógenos, mismos que hicieran famosa a la curandera María Sabina y a Huautla de Jiménez, Oaxaca? Mucho antes de la llegada de Cortés, las culturas mesoamericanas, desde el Valle de México hasta el Istmo de Tehuantepec, atribuían a una serie de hongos alucinógenos una naturaleza divina; los consumían durante las ceremonias religiosas que fueron descritas por los cronistas españoles. Los monjes franciscanos que acompañaron a Hernán Cortes durante la conquista de México, referían que los aztecas practicaban una comunión demoníaca después de ingerir el hongo llamado teonanácatl (carne de Dios); Motolinía, al comienzo del siglo XVI escribe:

[...] tenían otra manera de embriaguez que los hacía más crueles, era con unos hongos o setas pequeñas, que en esta tierra los hay como en Castilla; más los de esta tierra son de tal calidad, que comidos crudos y por ser amargos, deben tras de ellos o comer con ellos un poco de miel de abejas; de allí a poco rato veían mil visiones y en especial culebras; y como salían fuera de todo sentido, parecíales que las piernas y el cuerpo tenían lleno de gusanos que los comían vivos, y así medio rabiando se salían fuera de casa, deseando que alguno los matase, y con esta bestial embriaguez y trabajo que sentían, acontecía alguna vez ahorcarse, y también eran contra los otros más crueles. A estos hongos llámanles en su lengua teonanacatl, que quiere decir carne de Dios o del demonio que ellos adoraban y de la dicha manera con aquel amargo manjar, su cruel dios los comulgaba.

A los textos o fuentes de este tipo se añaden testimonios arqueológicos reunidos por Robert Gordon Wasson. Los frescos de Teotihuacan (que pertenecen al periodo III, o sea, del 300 al 600 de nuestra era) representan al hongo cerca del dios de la lluvia, Tláloc, con cuyo culto estaría relacionado; en las tierras mayas se han descubierto numerosas estatuillas de piedra que aluden al hongo sagrado (asociado a la imagen del sapo) que datan del periodo que abarca desde el segundo milenio antes de Cristo hasta los años 300-600 de nuestra era.
En sus inicios, los estudios acerca de los hongos sagrados fueron muy escasos; existen algunas publicaciones al respecto de finales de los años cuarenta, como la del etnobotánico R. E. Shultes, que atrajo de nuevo la atención sobre el teonanácatl, pero corresponde a los norteamericanos V. Pavlovna y R. G. Wasson, estudiosos en etnomicología, el mérito del descubrimiento de las cualidades de los hongos alucinógenos. Sus trabajos sobre el papel desempeñado por estos hongos en las culturas prehispánicas fueron reunidos en una obra monumental. En 1953 emprendieron una expedición a México y pudieron comprobar que el culto al hongo sagrado persiste entre los mazatecos. Diferentes variedades son utilizadas por los indios que pretenden poseer facultades adivinatorias (curanderos, chamanes) durante determinadas ceremonias nocturnas, según constataron y describieron los esposos Wasson. Sus posteriores visitas en 1954 y 1955 a las regiones mije, mazateca, zapoteca y pahua, es decir, a las zonas montañosas del México meridional, les permitieron profundizar sus conocimientos y recoger muestras que fueron confiadas para su identificación a Roger Heim, director del Museo Nacional de Historia Natural en Francia. En 1956 Heim y el etnólogo Strasser Pean, acompañaron a los Wasson en una nueva expedición, circunscrita principalmente a Huautla de Jiménez, en la Sierra Mazateca.

En esa ocasión pudieron asistir a las sesiones adivinatorias nocturnas en la casa de una curandera ahora mundialmente famosa, María Sabina, y así lograron reunir numerosos documentos etnológicos y micológicos. Cabe puntualizar que generalmente los rituales o ceremonias se efectúan precisamente bajo el cobijo nocturno, debido a que existe la creencia de que es más fácil para el curandero, el “desprenderse” de su cuerpo e ir en busca del conocimiento, ayudado por el hongo sagrado.

En 1958, Albert Hoffman obtuvo de los esclerotes de Psilocybe mexicana, dos compuestos químicos de acción psicotrópica que denominó psylocybina y psilocina. Ulteriormente fueron descubiertos estos compuestos en otras variedades de Psilocybes y en la Stropharia cubensis. Estas substancias aisladas son drogas neurodislépticas de naturaleza indólica. La farmacología animal muestra que se trata de substancias de acción estimulante neuro-vegetativa compleja.

La acción terapéutica principal de la psilocybina parece que es su influencia sobre el humor y la afectividad. Es notable cómo esta droga puede estimular la memoria afectiva. Se trata a veces de simples reminiscencias en las cuales las escenas son rememoradas en el contexto emocional en el que habían sido vividas inicialmente; pero en ocasiones se convierten en verdaderas vivencias, en las que el pasado es revivido como presente, desvaneciéndose el mundo exterior a favor de los trastornos de la conciencia; es decir, la recuperación de la memoria de acontecimientos olvidados.

Recordemos también que en Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll describe los efectos cognitivos de los hongos: deformaciones somestésicas, alucinaciones liliputienses y alteraciones fantásticas de la imagen corporal experimentadas por su heroína, después de ingerir trozos del hongo de la oruga.

Desde hace algunas décadas, ha aumentado el interés sobre substancias como la psylocibina. Tal curiosidad es explicable porque, por un lado, los progresos de la química nos podrían llevar a una situación en que sea posible relacionar directa y estrictamente los efectos psíquicos con las fórmulas estructurales de las substancias, y por otro, se ha descubierto una serie de medicamentos que restauran la normalidad mental en las psicosis, y que tienen alguna correlación con los que la perturban. La coincidencia de estos dos caminos ha hecho que la atención de los investigadores se centre en estos problemas que pueden conducir o, incluso, estar ya conduciendo a resultados trascendentales para la psiquiatría clínica.

Los hongos consumidos por placer, las plantas sagradas, se utiliza como remedios conservando también, en su aspecto fundamental, aquel carácter intrínseco: el misticismo, la magia y una vía para el autoconocimiento.

Finalmente, nos queda claro que el estudio de los alucinógenos utilizados por antiguas culturas en todo el mundo y su acción en el ser humano, nos ayudará en buena medida a la comprensión más allá de nuestras propias fronteras, de aquellos mundos, en nuestro caso el prehispánico, cuyo pensamiento y simbolismo nos es aún parcialmente desconocido; por otro lado, su uso en la psiquiatría podría ser la llave para la investigación de ciertos recovecos de nuestra mente y las alteraciones que presenta al interactuar con diferentes estímulos; en ambos casos, se abre ante el hombre una plenitud insospechada.

[Rueda de Hongo]

Comentarios