Los Símbolos Precolombinos.
EL COSMOS Y LA DEIDAD
FEDERICO GONZALEZ
Ya hemos hablado del centro como quinta dirección diciendo que allí mora Ometéotl, el dios dual. En efecto, en ese punto se concentra la energía vertical que desciende y asciende entre los dos polos de un eje. Esa misma polaridad ascendente-descendente de energías va a repetirse en el plano horizontal conformando los propios límites del cuadrángulo, equilibrándolo, o entre los brazos de la cruz, dando lugar a las armoniosas tensiones de la figura, en donde la energía ascendente-descendente se desdobla oponiéndose por pares y manteniendo al centro como lugar de reposo, como punto de conjunción de las contradicciones y sitio de comunicación axial con otros planos o mundos; los cielos o grados superiores y los estadios inferiores, el infernus, el país subterráneo. Ubicado en ese eje inmóvil también está Xiuhtecuhtli como dios del fuego, en el sentido de que éste representa la energía central y constituye el principio simbólico original que -a través de su desdoblamiento y de sus oposiciones internas- genera la ronda alternada de los elementos, la guerra constante de las vibraciones y formaciones cósmicas. Ese mismo dios es el patrón del año o del siglo, lo que representa el fuego nuevo, o sea el nacimiento del tiempo que constantemente se regenera a sí mismo, siempre cambiante pero inalterable en su esencia, dios viejo, tan antiguo como la creación temporal que él mismo signa y origina por su actividad, conformando el plano horizontal donde se manifiesta la vida. Para los náhuatl nacer en la tierra es descender de la morada celeste original para vivir una existencia ilusoria cuyo verdadero sentido se realizará efectivamente cuando culmine como un ascenso a los cielos, operaciones ambas -la del descenso y el ascenso- que se efectúan a través del mismo eje central que está representado por el dios del fuego primigenio y del tiempo como encarnación de una energía dual original presente en todas las cosas -lo que repta y lo que vuela, el cielo y la tierra- cuya síntesis siempre renovada es capaz de generar el plano creacional por la oposición y la conjunción de su actividad y su reposo, es decir, gracias al ritmo alternado y dual del aspir y el expir universal que se expande hacia los cuatro rumbos del mundo -como flechas lanzadas por guerreros-, configurándolo, limitándolo.
Ese principio original y central se expresa en forma dual en las cuatro direcciones del espacio, y asimismo en cuatro fases del tiempo y en cuatro modalidades de la materia, etc.,1 signando con esa marca cuaternaria toda manifestación de cualquier tipo ya que esa es la característica inherente a la expresión cósmica, lo que la define y en la que invariablemente se halla siempre presente la energía radiante del principio -el fuego original-, la deidad más antigua manifestándose por parejas, en forma dual. De allí que las deidades derivadas del Omeyocan se traduzcan en pares, en conjuntos o funciones masculino-femeninas que simbolizan y conforman el juego dialéctico del cosmos, las fuerzas centrípetas y centrífugas y su constante realización de la estabilidad y el orden por intermedio del binario y la complementación de opuestos que él ejemplifica. Así las duplas divinas abarcan la totalidad y se despliegan en la sacralidad evidente de la manifestación a la que sellan con los nombres de cielos, planetas y estrellas, tormentas, lluvias y fenómenos atmosféricos, energías de la tierra y la naturaleza, presentes en la fauna y la flora que, en general, rigen sobre los misterios de la vida y la santificación del hombre como gran protagonista del drama cósmico, en una escala descendente que va de lo más sutil a lo más denso, de los principios universales a las aplicaciones particulares, de lo aéreo a lo sólido, en una gama continua de transformaciones que poseen, sin embargo, idénticas estructuras, por lo que las deidades de la tierra -y las del inframundo-, por analogía, no dejan de tener las mismas características prototípicas que las celestes, razón por la que pueden considerarse un duplicado de aquellas, o ellas mismas a otro nivel de consideración o lectura, lo que en casi todas las tradiciones se ejemplifica con la relación de parentesco filial: padre-hijo, abuelo-nieto o dios viejo-dios joven. Este es el caso de la generalidad de los númenes precolombinos, que al igual que los de la 'gentilidad' destacaban de esta manera los aspectos pasivos y activos -a veces reunidos en un solo personaje- de determinados atributos divinos que en casi todas las formas tradicionales se extienden a los astros y a los números y a sus equivalentes proyecciones geométricas, códigos verdaderamente prototípicos y universales que nos permiten rescatar su idea de la cosmogonía y comprender su pensamiento. Esta concepción está también explícita unánimemente en las antiguas culturas americanas por la presencia mítica y simbólica de los gemelos,2 los que siendo dos han tenido origen en un mismo y único huevo, simbolizando la manifestación dual de un mismo principio, a veces presentados como hermanos enemigos que suelen guerrear significando energías opuestas -una activa, la otra pasiva, una lumínica y brillante, la otra opaca y tenebrosa- o compartir amigables aventuras; lo que describe el rechazo y la simpatía mutua, la atracción y la repulsión de aquello que siendo de naturaleza común tiene que vivir separado en dos géneros -como en el caso de la pareja humana- que dramáticamente se contraponen y se asemejan.
Esta realidad está descrita con profunda intuición por A. López Austin,3 quien nos dice refiriéndose al concepto del eje del mundo entre los antiguos nahuas:
Este eje tal vez fue concebido como la oposición de dos bandas helicoidales, en perpetuo movimiento giratorio, a manera de un gran malinalli que unía cielo e inframundo pasando por el ombligo de la tierra. Una banda sería la nacida en un mundo inferior, fría, húmeda y nocturna, mientras que la otra sería de naturaleza caliente y luminosa, del mundo superior. El movimiento: originaria la continua sucesión sobre la tierra de los días y las noches. Abundantes son estas figuras de entrelazamientos de las dos bandas opuestas en la iconografía, principalmente en su forma abreviada de ollin.
Sólo repetiremos que el símbolo de la doble espiral, a veces disimulado como motivo 'decorativo' -en su forma circular o cuadrangular- y que se encuentra desde una punta a otra de América -y en todas las tradiciones conocidas- alude obsesivamente a esta concepción cosmogónica que se expresa no sólo de manera gráfica y visual (como es el caso de ollin y malinalli) sino en el mito y en la estructura misma de las culturas precolombinas -incluso en su organización social- del mismo modo que lo hace el famosísimo símbolo del yin-yang extremo oriental, que reúne estas energías y las complementa en el seno indiferenciado del Tao, del que se originan y al que retornan. Este es el caso también de Tzacol y Bitol, nombres que siempre se dan acoplados (creador y hacedor) y Gukumatz y Tepeu según el Popol Vuh, y asimismo entre los náhuatl bajo los nombres de Ometecutli y Omecíhuatl, pareja divina y creadora surgida de la emanación omnipresente de Ometéotl, padres de Quetzalcóatl según algunos, que a su vez tiene un mellizo: Xolotl. Por otra parte, la palabra cóatl significa mellizo. Entre los mayas tzotziles, lacandones, yucatecos, cakchiqueles, etc., y en Estados Unidos entre los indios pueblo y los iroqueses existen creencias semejantes. En los diccionarios mayas de Motul y Viena se habla de una deidad incorpórea que no podía ser representada llamada Hunab Kú -como el Yahvé hebraico, cuyo nombre, para abundar, era impronunciable- el que generaba o era análogo a Itzám Ná, creador del mundo, dios lagarto, arquitecto, constructor y habitante de la casa tridimensional del cosmos o mansión de los lagartos o iguanas, al que muchas veces se representa de forma dual, bicéfalo, actuando constantemente en los cuatro rincones del mundo, en las seis caras del cubo del universo, al que él mismo simboliza, mutando sus atributos y colores contraponiéndolos en la siempre presente danza universal donde todo es simbólico y significativo -y está también íntimamente relacionado con los animales, las plantas, los fenómenos y las energías de la naturaleza- puesto que es una manifestación de lo sagrado (Diccionario Cordemex, Mérida, México 1980).4
Sobre este numen escribe J. Eric S. Thompson -el que por otra parte cree reconocerlo en el códice de Madrid (pp. 75-76) acompañado de su, esposa, ubicado en el Centro del Mundo en su papel de pareja creadora-:
De cualquier modo, el concepto de Itzam Ná no comprende tan sólo cuatro Itzam que forman el techo y las paredes del mundo porque cuando los Itzam tocan el horizonte se vuelven para formar el piso de la casa en que está nuestro mundo, para completar el rectángulo de la Casa de Iguanas. Es más importante que el Itzam asuma nuevas funciones cuando deja los ámbitos celestes por el piso de la casa del mundo. Mientras los Itzam de aspecto celeste envían lluvias a la tierra, en su aspecto terrestre son el suelo en que tiene su ser toda vegetación, y ahora reciben esa lluvia que antes dispensaron desde lo alto.
Los diversos nombres de Itzam Ná están relacionados con esa dualidad. Así Itzam Ná, Itzam Tzab y probablemente Yaxcocahmut se refieren al aspecto celestial de Itzam Ná; Itzam Cab o Itzam Cab Ain, 'Iguana Tierra' o 'Iguana Tierra Caimán', son nombres de Itzam Ná en su calidad de divinidad de la tierra, el piso de Itzam Ná.5
Hay, pues, seis Itzam Ná, uno para cada uno de los cuatro puntos cardinales de la representación plana y dos para la volumétrica, uno celeste y otro terrestre, que interactúan, sin tomar en consideración al séptimo, invisible, que se ubica en el punto central de esta caja o cubo. Es ésta entonces una deidad múltiple que por sí misma o en colaboración con otros -sus distintos nombres, sus atributos masculinos-femeninos, sus hijos, etc.- crea, conserva y transforma el mundo para volver a generarlo, siendo considerado como señor del tiempo y también del fuego, como principio original siempre renovable -al igual que el Xiuhtecuhtli azteca- y por lo tanto, y pese a su ubicuidad (o precisamente por eso), se lo sitúa en el lugar del axis inmutable, en el Eje del mundo o Centro de la casa de las iguanas, o manifestación universal, de la cual es la esencia o el corazón. De hecho, lo que queremos señalar es cómo una energía única se desdobla y conjuntamente con ella progrede indefinidamente generando la serie numérica, expresión de todo lo numerable.6 Podemos encontrar esta circunstancia en muchísimos ejemplos: documentos, textos, símbolos, mitos y ritos precolombinos, y en especial destacar la del hijo de la pareja creadora, creador a su vez, o mejor re-creador por su acción de regenerar el tiempo, educador y héroe salvador de características humanas y divinas hecho a imagen y semejanza de sus padres y abuelos y por lo tanto con atributos equivalentes expresados específicamente en el plano de la creación, los que pueden entonces comprenderse y emularse por aquellos hombres que acceden a sus enseñanzas reveladoras. Este personaje es el corazón de la tierra imagen del corazón del cielo y es conocido en el interior del hombre y su sacrificio y regeneración por el fuego -símbolo con el que también el corazón se identifica- constituyendo el punto central de todas las culturas precolombinas.7 Pero además de considerar estas identidades y equivalencias nos interesa ahora remarcar algunos de los conceptos acerca de las deidades, panteones y teogonías con los que nos solemos acercar de manera profana a lo que suponemos son las religiones antiguas. Estas falsas ideas tienen por cierto el mismo origen que otros errores -ver Capítulo VI- aunque por tratarse directamente del tema (panteones y númenes) están muy vinculadas con la pérdida del concepto de lo sagrado y la mentalidad simbólica y condicionadas por el racionalismo, la mecanicidad de la lógica formal, la literalidad y la aceptación de las elucubraciones científicas y los sistemas filosóficos vigentes, lo que supone un criterio de realidad perfectamente imaginario con el que se pretendería sistematizar todas las cosas, las deidades incluidas. Nos referimos a la imposibilidad de una clasificación 'exacta' y mecánica de los númenes -es decir, de los atributos de la deidad-, incluida la definición 'oficial' de lo sagrado, que como el símbolo, es indefinible por su propia naturaleza. Estas pretensiones cientificistas querrían hacer de lo metafísico un esquema administrativo del que previo un inventario se pudiera sacar balance, un negocio que, como cualquier otro admitiera una evaluación contable. Previos estos requisitos ya se podría volcar la información en una ficha para que -a través de un programa establecido por el arbitrio de los hombres- las deidades nos hablaran por intermedio de la máquina de la mente. La verdad es que este procedimiento no nos parece adecuado por simplista. Pero así actuamos los hombres contemporáneos, con un criterio de clasificación maniática, pretendiendo que la exactitud es esta tontera. Recolectamos minucias y les ponemos un nombre, una etiqueta, y de esta manera nos calmamos, nos autoengañarnos y suponemos que de ese modo ya sabemos. Manejamos un inmenso archivo de nimiedades y lo peor es que creemos en él, que consideramos que así va la cosa en verdad. Es absurdo pero le damos más crédito a esa confusión que a nosotros ya que como archiveros podemos fallar, pero no así el propio archivo al que consideramos sagrado; se trata de una 'entidad' a la que se atribuyen características de verdad e infalibilidad, como sucede en ciertas formas idolátricas y supersticiosas. A esta 'deidad' de fábrica humana la llamamos ciencia-progreso. La que constituye de por sí una garantía de certeza absoluta. Pero lo que verdaderamente es lamentable acontece en nuestro interior pues esta 'entidad' tan fantasmagórica como fantaseada ha terminado por dominar lo que quedaba de nuestro pensamiento imponiéndonos sus arbitrariedades y 'filosofías' con las que, según su criterio, obligatoriamente debemos juzgar cualquier cosa, entre ellas los panteones de las sociedades 'primitivas', a las que les adjudicamos entonces confusas ideas animistas y atribuimos apenas algunos conocimientos 'mágicos' de la deidad, a la que aún ni siquiera habían concebido de manera religiosa por el mismo atraso en que se encontraban.8 Razón por la que sus númenes parecen contradictorios, inestables, pueriles, ineficaces, sucios y dignos de salvajes, y por sobre todo incapaces de adaptarse a nuestras asepsias cientificistas, que no son sino inventos racionalistas y supersticiones contemporáneas con los que en nuestra ignorancia queremos dimensionar y catalogar todas las cosas para de esta manera simplona establecer su verdad. Lo que equivale a decir que el método con el que pretendemos fijar y clasificar la deidad y sus atributos es, por lógica, tan equivocado como el conocimiento que tenemos del objeto de nuestro 'estudio': Dios, los númenes, lo sagrado y los símbolos aritméticos, geométricos y constructivos en que la deidad se manifiesta. Los que pasan a ser automáticamente falsos para el hombre moderno cuando no puede encajarlos en sus rígidos esquemas, lo que le crea una auténtica imposibilidad de comprenderlos. Es imposible fijar al numen cuando uno se le acerca con la intención de contabilizar sus nombres y sus atributos, los que se escapan indefectiblemente. Esta deficiencia cultural con que hemos nacido los hombres actuales puede ser subsanada precisamente por el estudio y la meditación en los símbolos, cultura y pensamiento del hombre de la antigüedad, sirviendo esta comprensión como un soporte para conocer la realidad a la que todos los pueblos de todos los tiempos se han referido y que consideraban su más maravillosa herencia y su más precioso legado, la razón de ser de ellos y de la manifestación, el Conocimiento de otro mundo y otra vida, en la que esta existencia se halla incluida -como una célula en el torrente sanguíneo- y de la que no constituye sino un estadio y un símbolo de pasaje. Pero actualmente para conseguir este propósito hay que caer en cuenta de que la forma en que nuestra mente y nosotros estamos preparados para la comprensión, o sea, nuestra visión del mundo, no es la adecuada y se transforma en el peor enemigo del Conocimiento (al igual que nuestros afectos enraizados en esta descripción y lo con ella relacionado) al considerar que es nuestra identidad. O sea, que la primera parte de este trabajo sería un desaprendizaje, un romper de estructuras y 'creencias' viejas, las que se van destruyendo paulatinamente con la aprehensión de otras nuevas, vinculadas por lo tanto a la aparición de un hombre nuevo en el sentido iniciático de la expresión, y no relacionada con simples cambios superficiales. Desafortunadamente ésta es una labor que hoy no se enseña en las universidades, aunque éste debería ser el objeto de su existencia. Sin embargo, y en contra de la ignorancia generalizada en las instituciones oficiales de todo el mundo, queremos hacer la salvedad respecto a varias casas de estudio americanas y europeas en lo que se refiere al hombre precolombino y sus culturas. En efecto, es digno de especial interés este asunto desde el punto de vista tradicional y simbólico ya que las investigaciones universitarias vinculadas con lo precolombino, al igual que la labor desempeñada por ciertas instituciones y museos, son sumamente valiosas y prácticamente imprescindibles para la reconstrucción de estas sociedades. Se trata aquí de un auténtico trabajo científico sin rigideces ni prejuicios ideológicos, con amplitud de miras y espíritu abierto y sobre todo práctico, concreto. No haremos mención de nombres por la índole de estos textos limitados en espacio, pero debe buscarse en esos autores y casas de estudio -que no incluyen el Museo de la Casa de América de Madrid- el gran caudal de información que afortunadamente tenemos; y aclaramos que nos referimos a aquellas instituciones que cumplen la labor para la cual fueron creadas, lo que excluye cualquier planteamiento demagógico y proselitista, o pretensión política, de este o aquel signo. Igualmente queremos prevenir a los lectores sobre el caso de algunos personajes de corte teosofístico o espiritista a los que llamaremos 'ocultistas', en cuanto parecieran estar en posesión de algunos conocimientos 'ocultos' relacionados sólo con la mistificación y la tupida ignorancia escondida en la banalidad del secreto por el secreto mismo y la más desvergonzada egolatría. Estos oscuros personajes que a veces asimismo van de grandes chamanes autóctonos son capaces de forzar cualquier situación para hacerla entrar en sus esquemas; carecen de todo dato tradicional y no tienen ni vaga idea de lo que es la Cosmogonía, aunque tratan de obtener la admiración entre quienes les rodean por sus pretendidos secretos. A veces utilizan ciertas semejanzas y algunas similitudes verdaderas para efectuar auténticas confusiones e inventos tan improbables como los 'científicos' -en los que a menudo se basan- sin tener, sin embargo, el mínimo indispensable de una formación intelectual que aun estando deformada contiene en sí los gérmenes, la posibilidad de una re-organización, de una, con-versión (en el sentido real de la palabra) que efectivice y sea capaz de revitalizar el pensamiento y los símbolos de la antigüedad y de instaurar en nosotros el Conocimiento.
NOTAS
1 Xiuhtecutli -llamado también Huehuetéotl, Señor de los cuatro tiempos, era el único dios que no habla muerto en las cuatro anteriores reestructuraciones del mundo, por ser inalterable. Su fiesta se celebraba por esto con gran pompa cada cuatro años, para mostrar su propio rejuvenecimiento, y en forma solemnísima cada cincuenta y dos -el fuego nuevo o atadura de años, el siglo náhuatl- cuando las Pléyades se detenían al alcanzar el cenit del firmamento a medianoche.
2 En las tradiciones del Viejo Mundo los 'gemelos' aparecen a menudo. Los dióscuros son gemelos así como Rómulo y Remo, los Ashvin del Rig Veda, Sjenta Mainyu y Angra Mainyu, [Momoros y Adepomaros, etc.].
3 A. López Austin, Algunas ideas acerca de tiempo mítico entre los antiguos nahuas. XII Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, México, 1975.
4 Recordar que para los náhuatl la tierra, como representación sintética del cosmos, era la espalda de un lagarto, cipactli, también iguana o caimán. A veces se menciona que en el centro de ese plano cubierto de lodo se elevaba una milpa o una planta de maíz. El 'árbol de la paz' de los iroqueses crece en el centro del mundo, simbolizado por el caparazón de la tortuga, que se asimila a la 'gran isla', la tierra.
5 Thompson, J. Eric S., Historia y Religión de los Mayas (pág. 267). A. Barrera Vasquez traduce Itzamná por Mago del Agua, lo asocia con el lagarto-cocodrilo y subraya la identidad simbólica entre la ceiba y el cocodrilo que puede observarse en los códices y monumentos. Diccionario Maya Cordemex.
6 Con respecto a los indígenas de Baja California -hoy extinguidos-, los cronistas nos dicen que tenían un mito creacional en el que participaba una pareja de hermanos mellizos, los que posteriormente se transformaban en el bien y el mal.
7 La palabra yollotl en náhuatl significa, según el diccionario de Rémi Simeón, corazón, interior, médula de fruto seco o pepita, y tiene una serie de palabras anexas o derivadas muy esclarecedoras. Yollo: hábil, ingenioso, inteligente, que tiene buena memoria. Yollocalli: interior, seno, entrañas. Uei yollocayotl: valor, osadía, grandeza de alma. Por lo tanto, está indicando la esencia y el centro en relación con el conocimiento, la cordura, la inteligencia, la valentía, la certeza y la sabiduría que se producen en el corazón, nunca en el cerebro -el que recibe la sangre con que funciona gracias a aquél- como creen los racionalistas y los cientificistas. En las sociedades tradicionales cuando se habla de mente se está hablando en verdad de corazón, se subordina ella a éste, y por él y en él es que se produce la inteligencia y la vida. Para los mayas de Yucatán la recta intención es llamada ol, y según el Diccionario de Motul esa palabra equivale a corazón, lo mismo para los de las tierras altas y especialmente los cakchiqueles para quienes ese término representa el hálito de todo lo viviente, el principio del entendimiento. Agregaremos que el yollotl náhuatl tiene la misma raíz que ollin (movimiento) signo fundamental en el pensamiento precortesiano.
8 Ya se sabe que estas 'ideas' modifican a la sociedad y al hombre que en ella vive moldeándolo de tal manera a través de costumbres, usos, modas, 'creencias', etc., con las que él se identifica y de lo que se siente muy ufano, sumamente orgulloso, que sería capaz de eliminar por uno u otro medio a cualquiera que contradijera sus convicciones por relativas o falsas que fueren.
EL COSMOS Y LA DEIDAD
FEDERICO GONZALEZ
Ya hemos hablado del centro como quinta dirección diciendo que allí mora Ometéotl, el dios dual. En efecto, en ese punto se concentra la energía vertical que desciende y asciende entre los dos polos de un eje. Esa misma polaridad ascendente-descendente de energías va a repetirse en el plano horizontal conformando los propios límites del cuadrángulo, equilibrándolo, o entre los brazos de la cruz, dando lugar a las armoniosas tensiones de la figura, en donde la energía ascendente-descendente se desdobla oponiéndose por pares y manteniendo al centro como lugar de reposo, como punto de conjunción de las contradicciones y sitio de comunicación axial con otros planos o mundos; los cielos o grados superiores y los estadios inferiores, el infernus, el país subterráneo. Ubicado en ese eje inmóvil también está Xiuhtecuhtli como dios del fuego, en el sentido de que éste representa la energía central y constituye el principio simbólico original que -a través de su desdoblamiento y de sus oposiciones internas- genera la ronda alternada de los elementos, la guerra constante de las vibraciones y formaciones cósmicas. Ese mismo dios es el patrón del año o del siglo, lo que representa el fuego nuevo, o sea el nacimiento del tiempo que constantemente se regenera a sí mismo, siempre cambiante pero inalterable en su esencia, dios viejo, tan antiguo como la creación temporal que él mismo signa y origina por su actividad, conformando el plano horizontal donde se manifiesta la vida. Para los náhuatl nacer en la tierra es descender de la morada celeste original para vivir una existencia ilusoria cuyo verdadero sentido se realizará efectivamente cuando culmine como un ascenso a los cielos, operaciones ambas -la del descenso y el ascenso- que se efectúan a través del mismo eje central que está representado por el dios del fuego primigenio y del tiempo como encarnación de una energía dual original presente en todas las cosas -lo que repta y lo que vuela, el cielo y la tierra- cuya síntesis siempre renovada es capaz de generar el plano creacional por la oposición y la conjunción de su actividad y su reposo, es decir, gracias al ritmo alternado y dual del aspir y el expir universal que se expande hacia los cuatro rumbos del mundo -como flechas lanzadas por guerreros-, configurándolo, limitándolo.
Ese principio original y central se expresa en forma dual en las cuatro direcciones del espacio, y asimismo en cuatro fases del tiempo y en cuatro modalidades de la materia, etc.,1 signando con esa marca cuaternaria toda manifestación de cualquier tipo ya que esa es la característica inherente a la expresión cósmica, lo que la define y en la que invariablemente se halla siempre presente la energía radiante del principio -el fuego original-, la deidad más antigua manifestándose por parejas, en forma dual. De allí que las deidades derivadas del Omeyocan se traduzcan en pares, en conjuntos o funciones masculino-femeninas que simbolizan y conforman el juego dialéctico del cosmos, las fuerzas centrípetas y centrífugas y su constante realización de la estabilidad y el orden por intermedio del binario y la complementación de opuestos que él ejemplifica. Así las duplas divinas abarcan la totalidad y se despliegan en la sacralidad evidente de la manifestación a la que sellan con los nombres de cielos, planetas y estrellas, tormentas, lluvias y fenómenos atmosféricos, energías de la tierra y la naturaleza, presentes en la fauna y la flora que, en general, rigen sobre los misterios de la vida y la santificación del hombre como gran protagonista del drama cósmico, en una escala descendente que va de lo más sutil a lo más denso, de los principios universales a las aplicaciones particulares, de lo aéreo a lo sólido, en una gama continua de transformaciones que poseen, sin embargo, idénticas estructuras, por lo que las deidades de la tierra -y las del inframundo-, por analogía, no dejan de tener las mismas características prototípicas que las celestes, razón por la que pueden considerarse un duplicado de aquellas, o ellas mismas a otro nivel de consideración o lectura, lo que en casi todas las tradiciones se ejemplifica con la relación de parentesco filial: padre-hijo, abuelo-nieto o dios viejo-dios joven. Este es el caso de la generalidad de los númenes precolombinos, que al igual que los de la 'gentilidad' destacaban de esta manera los aspectos pasivos y activos -a veces reunidos en un solo personaje- de determinados atributos divinos que en casi todas las formas tradicionales se extienden a los astros y a los números y a sus equivalentes proyecciones geométricas, códigos verdaderamente prototípicos y universales que nos permiten rescatar su idea de la cosmogonía y comprender su pensamiento. Esta concepción está también explícita unánimemente en las antiguas culturas americanas por la presencia mítica y simbólica de los gemelos,2 los que siendo dos han tenido origen en un mismo y único huevo, simbolizando la manifestación dual de un mismo principio, a veces presentados como hermanos enemigos que suelen guerrear significando energías opuestas -una activa, la otra pasiva, una lumínica y brillante, la otra opaca y tenebrosa- o compartir amigables aventuras; lo que describe el rechazo y la simpatía mutua, la atracción y la repulsión de aquello que siendo de naturaleza común tiene que vivir separado en dos géneros -como en el caso de la pareja humana- que dramáticamente se contraponen y se asemejan.
Esta realidad está descrita con profunda intuición por A. López Austin,3 quien nos dice refiriéndose al concepto del eje del mundo entre los antiguos nahuas:
Este eje tal vez fue concebido como la oposición de dos bandas helicoidales, en perpetuo movimiento giratorio, a manera de un gran malinalli que unía cielo e inframundo pasando por el ombligo de la tierra. Una banda sería la nacida en un mundo inferior, fría, húmeda y nocturna, mientras que la otra sería de naturaleza caliente y luminosa, del mundo superior. El movimiento: originaria la continua sucesión sobre la tierra de los días y las noches. Abundantes son estas figuras de entrelazamientos de las dos bandas opuestas en la iconografía, principalmente en su forma abreviada de ollin.
Sólo repetiremos que el símbolo de la doble espiral, a veces disimulado como motivo 'decorativo' -en su forma circular o cuadrangular- y que se encuentra desde una punta a otra de América -y en todas las tradiciones conocidas- alude obsesivamente a esta concepción cosmogónica que se expresa no sólo de manera gráfica y visual (como es el caso de ollin y malinalli) sino en el mito y en la estructura misma de las culturas precolombinas -incluso en su organización social- del mismo modo que lo hace el famosísimo símbolo del yin-yang extremo oriental, que reúne estas energías y las complementa en el seno indiferenciado del Tao, del que se originan y al que retornan. Este es el caso también de Tzacol y Bitol, nombres que siempre se dan acoplados (creador y hacedor) y Gukumatz y Tepeu según el Popol Vuh, y asimismo entre los náhuatl bajo los nombres de Ometecutli y Omecíhuatl, pareja divina y creadora surgida de la emanación omnipresente de Ometéotl, padres de Quetzalcóatl según algunos, que a su vez tiene un mellizo: Xolotl. Por otra parte, la palabra cóatl significa mellizo. Entre los mayas tzotziles, lacandones, yucatecos, cakchiqueles, etc., y en Estados Unidos entre los indios pueblo y los iroqueses existen creencias semejantes. En los diccionarios mayas de Motul y Viena se habla de una deidad incorpórea que no podía ser representada llamada Hunab Kú -como el Yahvé hebraico, cuyo nombre, para abundar, era impronunciable- el que generaba o era análogo a Itzám Ná, creador del mundo, dios lagarto, arquitecto, constructor y habitante de la casa tridimensional del cosmos o mansión de los lagartos o iguanas, al que muchas veces se representa de forma dual, bicéfalo, actuando constantemente en los cuatro rincones del mundo, en las seis caras del cubo del universo, al que él mismo simboliza, mutando sus atributos y colores contraponiéndolos en la siempre presente danza universal donde todo es simbólico y significativo -y está también íntimamente relacionado con los animales, las plantas, los fenómenos y las energías de la naturaleza- puesto que es una manifestación de lo sagrado (Diccionario Cordemex, Mérida, México 1980).4
Sobre este numen escribe J. Eric S. Thompson -el que por otra parte cree reconocerlo en el códice de Madrid (pp. 75-76) acompañado de su, esposa, ubicado en el Centro del Mundo en su papel de pareja creadora-:
De cualquier modo, el concepto de Itzam Ná no comprende tan sólo cuatro Itzam que forman el techo y las paredes del mundo porque cuando los Itzam tocan el horizonte se vuelven para formar el piso de la casa en que está nuestro mundo, para completar el rectángulo de la Casa de Iguanas. Es más importante que el Itzam asuma nuevas funciones cuando deja los ámbitos celestes por el piso de la casa del mundo. Mientras los Itzam de aspecto celeste envían lluvias a la tierra, en su aspecto terrestre son el suelo en que tiene su ser toda vegetación, y ahora reciben esa lluvia que antes dispensaron desde lo alto.
Los diversos nombres de Itzam Ná están relacionados con esa dualidad. Así Itzam Ná, Itzam Tzab y probablemente Yaxcocahmut se refieren al aspecto celestial de Itzam Ná; Itzam Cab o Itzam Cab Ain, 'Iguana Tierra' o 'Iguana Tierra Caimán', son nombres de Itzam Ná en su calidad de divinidad de la tierra, el piso de Itzam Ná.5
Hay, pues, seis Itzam Ná, uno para cada uno de los cuatro puntos cardinales de la representación plana y dos para la volumétrica, uno celeste y otro terrestre, que interactúan, sin tomar en consideración al séptimo, invisible, que se ubica en el punto central de esta caja o cubo. Es ésta entonces una deidad múltiple que por sí misma o en colaboración con otros -sus distintos nombres, sus atributos masculinos-femeninos, sus hijos, etc.- crea, conserva y transforma el mundo para volver a generarlo, siendo considerado como señor del tiempo y también del fuego, como principio original siempre renovable -al igual que el Xiuhtecuhtli azteca- y por lo tanto, y pese a su ubicuidad (o precisamente por eso), se lo sitúa en el lugar del axis inmutable, en el Eje del mundo o Centro de la casa de las iguanas, o manifestación universal, de la cual es la esencia o el corazón. De hecho, lo que queremos señalar es cómo una energía única se desdobla y conjuntamente con ella progrede indefinidamente generando la serie numérica, expresión de todo lo numerable.6 Podemos encontrar esta circunstancia en muchísimos ejemplos: documentos, textos, símbolos, mitos y ritos precolombinos, y en especial destacar la del hijo de la pareja creadora, creador a su vez, o mejor re-creador por su acción de regenerar el tiempo, educador y héroe salvador de características humanas y divinas hecho a imagen y semejanza de sus padres y abuelos y por lo tanto con atributos equivalentes expresados específicamente en el plano de la creación, los que pueden entonces comprenderse y emularse por aquellos hombres que acceden a sus enseñanzas reveladoras. Este personaje es el corazón de la tierra imagen del corazón del cielo y es conocido en el interior del hombre y su sacrificio y regeneración por el fuego -símbolo con el que también el corazón se identifica- constituyendo el punto central de todas las culturas precolombinas.7 Pero además de considerar estas identidades y equivalencias nos interesa ahora remarcar algunos de los conceptos acerca de las deidades, panteones y teogonías con los que nos solemos acercar de manera profana a lo que suponemos son las religiones antiguas. Estas falsas ideas tienen por cierto el mismo origen que otros errores -ver Capítulo VI- aunque por tratarse directamente del tema (panteones y númenes) están muy vinculadas con la pérdida del concepto de lo sagrado y la mentalidad simbólica y condicionadas por el racionalismo, la mecanicidad de la lógica formal, la literalidad y la aceptación de las elucubraciones científicas y los sistemas filosóficos vigentes, lo que supone un criterio de realidad perfectamente imaginario con el que se pretendería sistematizar todas las cosas, las deidades incluidas. Nos referimos a la imposibilidad de una clasificación 'exacta' y mecánica de los númenes -es decir, de los atributos de la deidad-, incluida la definición 'oficial' de lo sagrado, que como el símbolo, es indefinible por su propia naturaleza. Estas pretensiones cientificistas querrían hacer de lo metafísico un esquema administrativo del que previo un inventario se pudiera sacar balance, un negocio que, como cualquier otro admitiera una evaluación contable. Previos estos requisitos ya se podría volcar la información en una ficha para que -a través de un programa establecido por el arbitrio de los hombres- las deidades nos hablaran por intermedio de la máquina de la mente. La verdad es que este procedimiento no nos parece adecuado por simplista. Pero así actuamos los hombres contemporáneos, con un criterio de clasificación maniática, pretendiendo que la exactitud es esta tontera. Recolectamos minucias y les ponemos un nombre, una etiqueta, y de esta manera nos calmamos, nos autoengañarnos y suponemos que de ese modo ya sabemos. Manejamos un inmenso archivo de nimiedades y lo peor es que creemos en él, que consideramos que así va la cosa en verdad. Es absurdo pero le damos más crédito a esa confusión que a nosotros ya que como archiveros podemos fallar, pero no así el propio archivo al que consideramos sagrado; se trata de una 'entidad' a la que se atribuyen características de verdad e infalibilidad, como sucede en ciertas formas idolátricas y supersticiosas. A esta 'deidad' de fábrica humana la llamamos ciencia-progreso. La que constituye de por sí una garantía de certeza absoluta. Pero lo que verdaderamente es lamentable acontece en nuestro interior pues esta 'entidad' tan fantasmagórica como fantaseada ha terminado por dominar lo que quedaba de nuestro pensamiento imponiéndonos sus arbitrariedades y 'filosofías' con las que, según su criterio, obligatoriamente debemos juzgar cualquier cosa, entre ellas los panteones de las sociedades 'primitivas', a las que les adjudicamos entonces confusas ideas animistas y atribuimos apenas algunos conocimientos 'mágicos' de la deidad, a la que aún ni siquiera habían concebido de manera religiosa por el mismo atraso en que se encontraban.8 Razón por la que sus númenes parecen contradictorios, inestables, pueriles, ineficaces, sucios y dignos de salvajes, y por sobre todo incapaces de adaptarse a nuestras asepsias cientificistas, que no son sino inventos racionalistas y supersticiones contemporáneas con los que en nuestra ignorancia queremos dimensionar y catalogar todas las cosas para de esta manera simplona establecer su verdad. Lo que equivale a decir que el método con el que pretendemos fijar y clasificar la deidad y sus atributos es, por lógica, tan equivocado como el conocimiento que tenemos del objeto de nuestro 'estudio': Dios, los númenes, lo sagrado y los símbolos aritméticos, geométricos y constructivos en que la deidad se manifiesta. Los que pasan a ser automáticamente falsos para el hombre moderno cuando no puede encajarlos en sus rígidos esquemas, lo que le crea una auténtica imposibilidad de comprenderlos. Es imposible fijar al numen cuando uno se le acerca con la intención de contabilizar sus nombres y sus atributos, los que se escapan indefectiblemente. Esta deficiencia cultural con que hemos nacido los hombres actuales puede ser subsanada precisamente por el estudio y la meditación en los símbolos, cultura y pensamiento del hombre de la antigüedad, sirviendo esta comprensión como un soporte para conocer la realidad a la que todos los pueblos de todos los tiempos se han referido y que consideraban su más maravillosa herencia y su más precioso legado, la razón de ser de ellos y de la manifestación, el Conocimiento de otro mundo y otra vida, en la que esta existencia se halla incluida -como una célula en el torrente sanguíneo- y de la que no constituye sino un estadio y un símbolo de pasaje. Pero actualmente para conseguir este propósito hay que caer en cuenta de que la forma en que nuestra mente y nosotros estamos preparados para la comprensión, o sea, nuestra visión del mundo, no es la adecuada y se transforma en el peor enemigo del Conocimiento (al igual que nuestros afectos enraizados en esta descripción y lo con ella relacionado) al considerar que es nuestra identidad. O sea, que la primera parte de este trabajo sería un desaprendizaje, un romper de estructuras y 'creencias' viejas, las que se van destruyendo paulatinamente con la aprehensión de otras nuevas, vinculadas por lo tanto a la aparición de un hombre nuevo en el sentido iniciático de la expresión, y no relacionada con simples cambios superficiales. Desafortunadamente ésta es una labor que hoy no se enseña en las universidades, aunque éste debería ser el objeto de su existencia. Sin embargo, y en contra de la ignorancia generalizada en las instituciones oficiales de todo el mundo, queremos hacer la salvedad respecto a varias casas de estudio americanas y europeas en lo que se refiere al hombre precolombino y sus culturas. En efecto, es digno de especial interés este asunto desde el punto de vista tradicional y simbólico ya que las investigaciones universitarias vinculadas con lo precolombino, al igual que la labor desempeñada por ciertas instituciones y museos, son sumamente valiosas y prácticamente imprescindibles para la reconstrucción de estas sociedades. Se trata aquí de un auténtico trabajo científico sin rigideces ni prejuicios ideológicos, con amplitud de miras y espíritu abierto y sobre todo práctico, concreto. No haremos mención de nombres por la índole de estos textos limitados en espacio, pero debe buscarse en esos autores y casas de estudio -que no incluyen el Museo de la Casa de América de Madrid- el gran caudal de información que afortunadamente tenemos; y aclaramos que nos referimos a aquellas instituciones que cumplen la labor para la cual fueron creadas, lo que excluye cualquier planteamiento demagógico y proselitista, o pretensión política, de este o aquel signo. Igualmente queremos prevenir a los lectores sobre el caso de algunos personajes de corte teosofístico o espiritista a los que llamaremos 'ocultistas', en cuanto parecieran estar en posesión de algunos conocimientos 'ocultos' relacionados sólo con la mistificación y la tupida ignorancia escondida en la banalidad del secreto por el secreto mismo y la más desvergonzada egolatría. Estos oscuros personajes que a veces asimismo van de grandes chamanes autóctonos son capaces de forzar cualquier situación para hacerla entrar en sus esquemas; carecen de todo dato tradicional y no tienen ni vaga idea de lo que es la Cosmogonía, aunque tratan de obtener la admiración entre quienes les rodean por sus pretendidos secretos. A veces utilizan ciertas semejanzas y algunas similitudes verdaderas para efectuar auténticas confusiones e inventos tan improbables como los 'científicos' -en los que a menudo se basan- sin tener, sin embargo, el mínimo indispensable de una formación intelectual que aun estando deformada contiene en sí los gérmenes, la posibilidad de una re-organización, de una, con-versión (en el sentido real de la palabra) que efectivice y sea capaz de revitalizar el pensamiento y los símbolos de la antigüedad y de instaurar en nosotros el Conocimiento.
NOTAS
1 Xiuhtecutli -llamado también Huehuetéotl, Señor de los cuatro tiempos, era el único dios que no habla muerto en las cuatro anteriores reestructuraciones del mundo, por ser inalterable. Su fiesta se celebraba por esto con gran pompa cada cuatro años, para mostrar su propio rejuvenecimiento, y en forma solemnísima cada cincuenta y dos -el fuego nuevo o atadura de años, el siglo náhuatl- cuando las Pléyades se detenían al alcanzar el cenit del firmamento a medianoche.
2 En las tradiciones del Viejo Mundo los 'gemelos' aparecen a menudo. Los dióscuros son gemelos así como Rómulo y Remo, los Ashvin del Rig Veda, Sjenta Mainyu y Angra Mainyu, [Momoros y Adepomaros, etc.].
3 A. López Austin, Algunas ideas acerca de tiempo mítico entre los antiguos nahuas. XII Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, México, 1975.
4 Recordar que para los náhuatl la tierra, como representación sintética del cosmos, era la espalda de un lagarto, cipactli, también iguana o caimán. A veces se menciona que en el centro de ese plano cubierto de lodo se elevaba una milpa o una planta de maíz. El 'árbol de la paz' de los iroqueses crece en el centro del mundo, simbolizado por el caparazón de la tortuga, que se asimila a la 'gran isla', la tierra.
5 Thompson, J. Eric S., Historia y Religión de los Mayas (pág. 267). A. Barrera Vasquez traduce Itzamná por Mago del Agua, lo asocia con el lagarto-cocodrilo y subraya la identidad simbólica entre la ceiba y el cocodrilo que puede observarse en los códices y monumentos. Diccionario Maya Cordemex.
6 Con respecto a los indígenas de Baja California -hoy extinguidos-, los cronistas nos dicen que tenían un mito creacional en el que participaba una pareja de hermanos mellizos, los que posteriormente se transformaban en el bien y el mal.
7 La palabra yollotl en náhuatl significa, según el diccionario de Rémi Simeón, corazón, interior, médula de fruto seco o pepita, y tiene una serie de palabras anexas o derivadas muy esclarecedoras. Yollo: hábil, ingenioso, inteligente, que tiene buena memoria. Yollocalli: interior, seno, entrañas. Uei yollocayotl: valor, osadía, grandeza de alma. Por lo tanto, está indicando la esencia y el centro en relación con el conocimiento, la cordura, la inteligencia, la valentía, la certeza y la sabiduría que se producen en el corazón, nunca en el cerebro -el que recibe la sangre con que funciona gracias a aquél- como creen los racionalistas y los cientificistas. En las sociedades tradicionales cuando se habla de mente se está hablando en verdad de corazón, se subordina ella a éste, y por él y en él es que se produce la inteligencia y la vida. Para los mayas de Yucatán la recta intención es llamada ol, y según el Diccionario de Motul esa palabra equivale a corazón, lo mismo para los de las tierras altas y especialmente los cakchiqueles para quienes ese término representa el hálito de todo lo viviente, el principio del entendimiento. Agregaremos que el yollotl náhuatl tiene la misma raíz que ollin (movimiento) signo fundamental en el pensamiento precortesiano.
8 Ya se sabe que estas 'ideas' modifican a la sociedad y al hombre que en ella vive moldeándolo de tal manera a través de costumbres, usos, modas, 'creencias', etc., con las que él se identifica y de lo que se siente muy ufano, sumamente orgulloso, que sería capaz de eliminar por uno u otro medio a cualquiera que contradijera sus convicciones por relativas o falsas que fueren.
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