EL SIMBOLISMO DEL PENTAGRAMA

Entre las figuras geométricas más destacadas aparece sin duda el pentagrama o pentalfa, un símbolo con un complejo significado y cuyo uso se remonta a la antigüedad (ya era empleado entre los sumerios).

Tuvo una importancia enorme, y de forma muy especial, para los miembros de la Sociedad Pitagórica. Éstos consideraban a su equivalente numérico, el cinco o pentada, el “número del hombre y de la naturaleza viviente, del crecimiento y la armonía natural, del movimiento del alma”*. Era además el número de la perfección humana y simbolizaba al hombre microcósmico. Además, los pitagóricos consideraban el pentagrama como símbolo de la salud, y lo utilizaban como contraseña secreta o signo de reconocimiento entre ellos, tal y como explicó el escritor sirio Luciano de Samósata.


Entre otras peculiares características, el pentagrama contiene en sus proporciones el número áureo, phi, o “divina proporción”.

Esta “fascinación” de los pitagóricos por el pentagrama fue heredada por los constructores medievales y, de este modo, podemos encontrar este símbolo en numerosos edificios levantados por ellos. Un estudioso como el profesor Santiago Sebastián, especialista en iconografía y simbología señala, al referirse a la importancia de la geometría en los templos románicos, que la “más importante como figura clave fue el pentágono, que poseía la llave de la geometría y de la sección áurea e incluso poseyó poderes mágicos”**.

Por otro lado, el pentagrama también posee una lectura puramente cristiana. En algunos casos, por ejemplo, puede simbolizar las cinco llagas de Cristo. En un célebre texto artúrico, el romance Sir Gawain y el Caballero Verde, el héroe porta en su escudo el símbolo del pentagrama, y se le relaciona con las heridas de Jesús crucificado, los cinco dedos de la mano y las cinco virtudes: generosidad, compañerismo, pureza, cortesía y misericordia.

penta3.jpgTiempo después, durante el Renacimiento, tuvo también un significado de microcosmos, como ejemplifica la célebre obra De occulta philosophia (1531), de Cornelius Agrippa von Nettesheim, en cuyos grabados encontramos bellas representaciones de un hombre con las extremidades extendidas y enmarcado dentro de un círculo, generando con su cuerpo un pentagrama. También Paracelso se ocupó de él, asegurando que es “el signo más poderoso de todos”, y lo identifica igualmente con el microcosmos.

Y, como no, también encontramos esta sugerente figura en la simbología masónica, detalle nada extraño si tenemos en cuenta que buena parte de su iconografía procedía de los masones operativos, los maestros constructores de la Edad Media. En la masonería actual es conocido como “estrella flamígera”.

En la actualidad, como todos sabréis, el pentagrama suele interpretarse a nivel popular con el satanismo, la magia y la brujería, identificándose con el Maligno, sobre todo si aparece representado con dos “puntas” hacia arriba. Parece ser que el culpable de esta identificación es el ocultista francés del siglo XIX Éliphas Lévi, quien lo puso en relación con el no menos célebre baphomet.

Sin embargo, ya hemos visto que con anterioridad, la lectura que puede hacerse de este símbolo es positiva, y así fue entendida a lo largo de la historia. Algunos autores, como Matila C. Ghyka, creen que su uso permitió transmitir el conocimiento esotérico de los pitagóricos siglo tras siglo, pasando a manos de los maestros constructores a través de los trazados geométricos utilizados en la arquitectura.

En el libro recojo varios ejemplos en los que aparece la misteriosa figura. Uno de ellos es San Bartolomé de Ucero, en Soria, que ya vimos por aquí hace unas semanas (Por cierto, el pentagrama aparece también en varias marcas de cantería de la iglesia). Como expliqué brevemente en aquel post, este templo soriano ha sido atribuido de forma habitual con la Orden del Temple, aunque no existe forma de demostrarlo documentalmente.


Sin embargo, otros edificios cuyo templarismo sí está confirmado de forma fehaciente, también están “marcados” por este símbolo. En Tomar, localidad portuguesa fundada por los templarios, encontramos la figura del pentagrama en numerosos lugares. Por ejemplo, en la bella iglesia de Santa María do Olival, donde se observa un pentagrama en el óculo que hay sobre el ábside. También había otro justo sobre la puerta de entrada, aunque hoy está desaparecido y sólo puede apreciarse en diseños del templo.


De vuelta en España, vemos también un pentagrama en la iglesia burgalesa de San Juan de Castrojeriz (imagen de arriba), con un aspecto muy similar al que encontramos en Santa María do Olival.


Más ejemplos arquitectónicos: en la catedral de Amiens encontramos varios pentagramas en las hermosas vidrieras, uno de ellos realmente espectacular, en el rosetón del transepto norte (sobre estas líneas y la fotografía que arranca este post). Hay otros en la catedral de Notre-Dame de París, en un rosetón pentagonal de una vidriera o en la “rosa” norte de Saint-Ouen en Rouen.

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