Lobos :animales de luz


Hubo en las viejas tierras de Europa una época lejana en la que los lobos no fueron animales malditos, sino símbolos totémicos de un poder mágico superior. Los animales salvajes representaban arquetipos místicos para comprender el misterio de la vida y los chamanes utilizaban esos arquetipos para transcender su ubicación y su visión del mundo. El lobo fue considerado un animal de luz, un héroe de la luz, un guerrero de la luz, y como tal se le reconoció y se le dio un valor sagrado. Su nombre en griego antiguo es Lykos (el hijo o portador de la luz, el luminoso) y lykántropo era el chamán que había alcanzado el poder y el rango de guerrero de la luz.

Ni que decir tiene que cuando llegó el cristianismo medieval se convirtió a los lykántropos (chamán hombre-lobo) en malvados demonios y se los persiguió al igual que a las brujas, símbolos ambos del paganismo chamánico que había que desprestigiar y destruir.

También Merlín era un lykántropo, o al menos discípulo de uno, pues la leyenda celta dice que su maestro y amigo en los bosques era Blaise, vocablo afrancesado que deriva de lobo en lengua bretona. Merlín y su maestro van siempre juntos cuando el mago se aparta de la sociedad y penetra en los bosques, por lo que ambos personajes son posiblemente el desdoblamiento literario de un único paradigma, el del chamán lykántropo, el héroe o guerrero de la luz.

En aquella antigua religión chamánica se denominaba a la Gran Diosa Madre, a la divinidad superior, con el nombre de la Abuela de los Lobos o bien simplemente se la llamaba la Gran Loba.

El Cristo Redentor venido de oriente fue aceptado al principio como un Maestro Druida por muchos paganos celtas, pero después el cristianismo persiguió y destruyó el paganismo e impuso al nuevo dios como único Salvador.

Además de la religión del Lobo, existió en Europa la religión chamánica del Ciervo y mucho antes aún otra: la religión del Oso. En esta última el oso, o mejor la osa, era el símbolo encarnado de la divinidad. El oso pasaba el largo y frío invierno (en aquella época - 100.000 años antes de la E.C.- hacía mucho más frío que en la actualidad) aletargado en el interior de una profunda cueva. En la primavera despertaba y renacía a la vida. El poderoso y totémico oso se convirtió en un símbolo chamánico del renacimiento y de la iniciación, antes incluso que la serpiente, el ciervo o el lobo. Es por ello que las mayores y famosas constelaciones del firmamento en el hemisferio norte son denominadas la osa mayor y menor, pues nunca desaparecen en la bóveda celeste y siempre giran y custodian al eje aparente del cosmos que es la estrella polar. Las osas eran así las guías hacia el Mundo Superior.

La Gran Osa representaba en aquella época la encarnación de la Diosa. El totémico animal habitaba en el interior de la cueva iniciática de la vida. Se cazaba al oso tan sólo de forma ritual, para asumir el arquetipo de su fuerza y su renacimiento. El sacerdote y chamán paleolítico oficiaba en el interior de la cueva sagrada y todos se alimentaban de la carne divina del oso. Esta práctica se denomina Teofagia. Para la religión chamánica Dios encarna en la naturaleza y por ello los animales son también arquetipos de manifestación divina. En nuestra mentalidad antropomórfica, con un dios concebido a nuestra semejanza, nos resulta difícil comprender la inmanencia de la divinidad en toda la creación. El cristianismo, que hunde sus raíces secretas también en el chamanismo, repite este ritual, aunque antropomorfizado, y sus seguidores también practican Teofagia simbólica con la encarnación humana de su dios, como repiten diariamente en el ritual de la Santa Misa o Eucaristía, ingiriendo la carne y sangre del dios, oficiando en un templo que es un remedo sofisticado de la antigua cueva del oso o cueva iniciática de la vida. Y algunas catedrales antiguas todavía conservan un lugar especialmente sagrado que es una antigua cueva santa original sobre la que se edificó el templo y que suele ser denominada cripta fundacional o santa sanctórum.

Por este mismo motivo Artús (el rey Arturo) es una encarnación del dios oso (Arth era una de las palabras con la que en lengua celta se denominaba al oso) y lucha contra las tinieblas para devolver la luz al mundo. El oso como símbolo del renacimiento muere/hiberna pero retorna. Los chamanes representaban esto con una espiral, emblema del eterno renacimiento, pero también el símbolo del sendero de la iniciación. Hay que descender a las entrañas del mundo para descubrir su significado y luego regresar para manifestar lo aprendido. Toda espiral es un camino de ida y vuelta, hacia adentro primero y luego hacia afuera, hacia abajo y después hacia arriba. La espiral de la iniciación era un grabado sumamente común en los altares celtas.

Arturo es acompañado por los caballeros chamánicos de la Tabla Redonda, entre los que destaca Lanzarote del Lago, que es una encarnación de Lug, Lykos o dios lobo de la luz. Por todo ello el Norte o tierra del oso y del lobo era un lugar mitológico sagrado, una puerta mística al Otro Mundo. El continente Ártico o de Artús es así la tierra de los osos y de ahí proviene la denominación con la que conocemos al Polo Norte.

Los osos también reciben el nombre de ursus (en latín) y por ello la orden cristiana de monjas ursulinas toma ese nombre, ya que antiguamente fue una orden de mujeres chamanes de la religión del oso. Cuando llegó el cristianismo medieval se las fue reconvirtiendo hasta transformarlas en las monjas cristianas de la actualidad. Brujas y chamanes hubieron de elegir entre perecer o cristianizarse. Este integrista proceso culminó sólo bien entrada la Edad Media, con las célebres persecuciones inquisitoriales y las hogueras. Hasta ese momento brujas y chamanes pervivieron y convivieron mezclados con el cristianismo. Desde entonces hasta el presente muchos chamanes y brujas (así como las míticas hadas) pasaron al Otro Mundo u Otro Lado, donde permanecen y aún no han regresado. Incomprendidos y desterrados nos observan y hacen breves incursiones en nuestra cotidiana realidad tetradimensional.

Los lobos corretean por el monte durante la noche, bajo el brillo de la luna, son los guerreros de la luz. Los ilumina un sol invisible, que es el sol de la iniciación.

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