REFLEXIONES SOBRE LA MUERTE

La Muerte


Introducción

Queremos atenuar la angustia del hombre por la muerte. Es este, en verdad, el único fin válido y terminado de esta obra. Queremos que todos sepan, a ciencia cierta, que nuestro partido frente a ella no es el que se nos ha inculcado y gritar a viva voz que nos encontramos condicionados a equívocas interpretaciones del efecto.
Toda la obra fundamentará los aciertos que aquí se exponen. Cada temática que se presenta se encuentra, en verdad, sostenida por lo que hemos denominado Organon Trascendental de la Ontología.

Abentofáil

El fragmento siguiente narra sobre la extraordinaria obra de Abentofáil: El filósofo autodidacto01. La novela desarrolla un cuento donde un niño es abandonado a merced de la buena ventura en una isla y es criado por una gacela; así, el niño crece y por sus propios medios logra hacer metafísica; es decir, lo consigue sin "ayuda" de nadie. Leámoslo:

«Dicen, pues, que había frente a esta isla otra isla grande, [...] poblada de gente, y gobernada a la sazón por uno de sus moradores, [...] que tenía una hermana [...] a quien disuadía del matrimonio e impedía el casamiento, por no encontrar hombre de prendas suficientes para ella. Tenía también un deudo o allegado, [...] que se casó con ella en secreto, [y quedó ella] luego embarazada de él y dio a luz un niño. Mas como temiera [...], colocó al niño en una caja de madera y, después que le hubo amamantado, la ajustó y ató con firmeza y habilidad y saliendo con ella al anochecer y acompañada de algunos criados y personas de su confianza hacia la orilla del mar, [a pesar de su dolor, la soltó luego] en el mar, y alcanzándola casualmente la corriente de las aguas agitadas por la marea, la transportó aquella misma noche a la playa de la otra isla antes citada. [...]»
«[Llegando a la orilla] lloraba y se estremecía pidiendo socorro, llegando su voz a oídos de una gacela que había perdido a su hijuelo por haber salido de su custodia y haber sido arrebatado por el águila; y cuando la gacela oyó esta voz, creyendo fuese la de su hijo, anduvo en seguimiento hasta que llegó a la caja; [...] compadecióse de aquél ser viviente, concibió por él un afecto tiernísimo, ofreciéndole sus pechos y le sació de leche fácilmente digerible, sin que en adelante cesara ya de prodigarle sus cuidados, de alimentarle y de apartar, de él cualquier daño. [...]»
«[El niño fue creciendo y] acostumbrándose a andar con las bestias y éstas con él, y ni ellas le molestaban ni él a ellas. [Empezaron a fijarse] en su mente las imágenes de las cosas después de apartarlas de su vista, [también descubrió en su persona] las partes vergonzosas.»
«[El niño] veía que las bestias vivas evitaban el contacto de las muertas de su especie y huían de ellas, razón por la cual no hallaba expedito el camino para esta obra, hasta que, habiendo encontrado cierto día un águila muerta, dirigióse resueltamente al cumplimiento de su deseo. Aprovechóse de la ocasión, pues no viendo que ninguna de las bestias huyera de dicha águila, se acercó a ella y cortó sus dos alas y su cola íntegramente, tal como ellas eran; [...] esto le proporcionó medio con que cubrir su desnudez, calentar su cuerpo e infundir temor en los ánimos de todas las demás bestias; de tal modo que ya no le disputaron las cosas ni se le opusieron, y ni aún siquiera se le aproximaba alguna de ellas a excepción de la gacela que le había amamantado y criado. Esta, pues, no le abandonó jamás, ni tampoco él la dejó nunca, [...]»
«[Llegó el día en que el cuerpo de la gacela se debilitó y murió.] Cuando la vio el niño en semejante estado se afligió con extremado dolor, [llamábala] con aquella voz a la cual ella solía contestar apenas oía, y la invocaba con el mayor esfuerzo posible; pero no por esto observaba en ella movimiento ni alteración alguna. Procedió a observar los oídos y ojos de aquella, y no vio en ellos lesión y daño perceptible; fue asimismo examinado todos los demás miembros de su cuerpo, sin notar en ninguno de ellos menoscabo alguno. Deseaba ardientemente encontrar el lugar donde radicaba aquella lesión para removerla de ella, con la cual retornara su madre adoptiva al prístino estado de vida y vigor. Nada de esto le saltó a la vista, y no pudo, por tanto, realizar su deseo.»
«[Por otra parte] había notado que cuando cerraba sus ojos o los cubría con cualquier objeto, no veía cosa alguna hasta que desapareciese aquél obstáculo; asimismo había observado que cuando introducía los dedos en sus oídos, obturándolos, no oía cosa alguna hasta que los apartaba, y del propio modo había observado que cuando comprimía su nariz con la mano, no percibía olor alguno, en tanto que no dejara expedita su nariz; en virtud de esto infería o creía firmemente que todos sus sentidos y sus funciones todas estaban sujetos a obstáculos que los impedían, y que cuando desaparecían tales obstáculos se reanudaban aquellas funciones. Habiendo, pues, observado todos los miembros exteriores de aquella sin ver en ellos ningún vicio manifiesto, [...] asaltó su mente la idea de que aquél vicio o defecto que en ella se había presentado hallábase tan sólo en un miembro oculto a la vista, alojado en las entrañas del cuerpo; y que este miembro era de tal condición, que ninguno de los demás miembros exteriores podía prescindir de su funcionalismo; [...]»
«[...] Había él observado anteriormente en los cuerpos muertos de las bestias y demás animales, que todos los miembros eran macizos, sin que hubiera cavidad en ellos, a excepción del cráneo, pecho y vientre; y vínole a la mente la idea de que el miembro aquél que se hallaba de tal modo afectado, no debía encontrarse sino en uno de estos tres lugares, [...] además, cuando reflexionó sobre sí mismo, percibió en su pecho semejante miembro; y en tanto que, al considerar sus demás miembros, como la mano, el pie, la oreja, la nariz, el ojo y la cabeza, veía posible la separación de ellos, infiriendo de aquí que podía prescindir de ellos; en cambio, cuando meditaba acerca de aquella cosa que había entrado en su pecho, no le parecía pudiera prescindir de ella ni aún por un momento. [...]»
«[...] Pensó, pues, si entre las bestias y demás animales había visto alguno que, hallándose en un estado semejante al de la gacela, volviose luego al primer estado; y como no encontrase nada en esto, comprendió, por tanto, que habría que desesperar restituirla a su primer estado, [...] si él encontrase dicho miembro y removiese de él la indisposición referida; decidióse, por tanto, a abrir su pecho y a investigar lo que en él hubiese. [...]»
«[Abrió, por tanto, su pecho] lo que consiguió con no poca dificultad y repugnancia, tras multiplicados y penosos esfuerzos, dejando ya el corazón al descubierto; como le viera macizo por todas sus partes, observó si notaba en él algún defecto aparente o manifiesto, y no encontró en él cosa alguna; pero habiéndole comprimido con su mano, vino en conocimiento de que había en él alguna cavidad, y dijo: «Tal vez el objeto último de mis investigaciones precisamente esté en el interior de este miembro, y yo no he llegado a él todavía». Rajó, pues, sobre él, y encontró allí dos cavidades, una del lado derecho y otra del lado izquierdo; la del lado derecho llena de sangre coagulada y la del lado izquierdo vacía, no había en ella cosa alguna, y dijo: «No hay la menor duda que el asiento de la cosa que busco sea uno de estos dos receptáculos». [Y se dijo:] «En cuanto a esta sangre, ¿cuántas veces al herirme las bestias, peleando con ellas, fluyó de mi cuerpo con abundancia? Y, sin embargo, ni esto me ha perjudicado, ni me ha impedido en lo más mínimo ninguna de mis acciones. No es pues, este receptáculo donde se halla el objeto ansiado. Por lo que respecta al receptáculo del lado izquierdo, veo que se halla vacío, [y no] me avengo a pensar sino que el objeto por mí buscado estaba en él, y que, al separarse de allí, lo dejó vacío; y que por esta causa sobrevino a este cuerpo la paralización que se apoderó de él, privándole de los sentidos y anulando sus movimientos». Y cuando vió que aquello que se alojaba en dicho receptáculo se ausentó antes de la destrucción de éste, y que le abandonó cuando aún se hallaba en buen estado, comprendió que con más razón no volvería a él después de la destrucción y disección de que había sido objeto.»
«Consagróse, pues, a la meditación acerca de aquella entidad, qué sería, cómo existiría, qué fuera lo que la unió a aquella carne, adónde se había dirigido, por qué puerta saliera cuando se ausentó del cuerpo, cuál la causa que la determinara al salir, si fué contra o según su voluntad, y en este último supuesto, cuál fuera la causa por la cual se le hiciera tan odioso el cuerpo, que se decidiera a abandonarle.»

Realmente impresiona ver el desenlace final. Por sus propios medios este chico logra entender lo que en esta obra hemos llamado nada llena, o sea, aquél ventrículo vacío pero que le convencía contenía la explicación de lo que impulsa lo vital; en contraste y complementación, explicita la nada llena como el otro ventrículo que posee sangre, es decir, esa sustancia fisiológica consecuente. Representa por tal este cuento la metafísica y la física de la vida correspondientemente.


Sobre los fundamentos metafísicos de la muerte

La objetividad de la subjetividad

Con metafísica nos referimos al dominio que comprende la parcialidad trascendental, y por ende, a lo trascendente.
Nos complace escuchar la música de un autor, contemplar los dibujos de alguien, mirar las fotografías o filmaciones de un ser querido, acariciar las esculturas artísticas o los utensilios personales que empleó un ser ya ausente, etc. Todo pareciera indicarnos que se ha "plasmado" en lo inanimado una información propia transfigurativa de aquello que sentía y era una persona —un ser vivo.
Si tenemos presente que la adimensionabilidad de lo trascendental juega a favor de estos acontecimientos, se puede correlacionar lo siguiente: primero, que la información biológica se "plasma" en los objetos de una manera adimensional; y segundo, que una trascendencia post-meta-existencial no impide ni afirma la continuidad de lo adimensional de lo dimensionable y por consiguiente nos da derecho a seguir investigando.
Lo que sentimos está ahí en cada uno de nosotros y no logramos hablar de ello ni medirlo por ser incorruptible. No nace y por consiguiente no muere, sino que es eterno.
La heredad, la voluntad, la promesa, etcétera, en los ausentes y en los muertos, es tan "tangible" como toda sustancia corpórea. Por ello es patente en el ser humano y determina acciones como si las "viera". Esto es porque lo querer, siendo trascendental, es configurado de esta manera y permanece en este mundo de realidad inmanente fenoménica cobrando una consideración de entidad.

La entropía de la vida

No es que fenecemos sino que ya nacimos muertos. Como dijera Schopenhauer: «ni nacemos, ni morimos, no somos sino nada». Veamos algunas de sus extraordinarias reflexiones08a:

"El presentimiento que tenemos de nuestra naturaleza eterna y la convicción profunda que albergamos todos en nuestro corazón de ser indestructibles por la muerte, y de la cual dan testimonio las angustias de conciencia que sobrevienen infaliblemente a la aproximación de nuestro fin, están íntimamente ligados. Spinoza expresa este concepto en los siguientes términos: «sentimus, experimurque, nos œternos esse.» El hombre que reflexiona sólo puede creerse indestructible, admitiendo que su ser no ha tenido principio, que es eterno, o, mejor dicho, que no está sujeto al tiempo. Por el contrario, todo aquel que crea que ha sido creado de la nada, tiene que admitir también que se volverá a la nada, [...]." (Libro IV, cap. XLI, p. 540)
"[...] La hipótesis de que el hombre ha sido creado de la nada conduce fatalmente a la de su fin absoluto. En esto el Antiguo Testamento se produce con lógica perfecta, pues la doctrina de la inmortalidad no encaja con la de la creación de la nada. Si el Nuevo Testamento enseña la inmortalidad es porque su espíritu y muy probablemente también su origen vienen de la India, a través de Egipto. [...]" (Libro IV, cap. XLI, p. 541)
"[...] Del hecho de que existimos se sigue que debemos existir siempre. Somos nosotros mismos el ser que el tiempo ha recogido en su seno para llenar el vacío, y así llenamos la totalidad del tiempo, sin distinción de pasado, de presente o de porvenir, y nos es tan imposible salir de la existencia como del espacio. [...]" (Libro IV, cap. XLI, p. 542)
"Al hombre no debería decírsele: «A partir de tu nacimiento empiezas a existir, pero eres inmortal»; lo que se le debería decir es: «No eres una nada», [...]." (Libro IV, cap. XLI, p. 543)

La negentropía vitalista, siendo aquello que permite el orden del universo, contiene en verdad un «Orden algo Desorganizado». Será así, correspondientemente, un Orden y una Información, determinando con esto que lo segundo, es decir aquello entrópicamente positivo, ya nos pertenece desde el nacimiento mismo. El placer de romper un papel en desuso, algunos de nosotros en ver las cosas desordenadas, o toda cuestión similar, esconde una realidad intrínseca al ser humano: su entropía o tánatos.
Observamos este hecho por la simple cuestión de que ya estamos preparados para morir, como lo expresa a gritos toda nuestra fisiología y hasta el «miedo» que es un factor psicológico innato; porque en verdad, ya tenerlo desde el "vamos" repara en la posibilidad del conocimiento innato del fin. Es decir, estamos hablando de poseer el conocimiento inconsciente del vivir un tiempo suficiente para perpetuar la especie y fenecer. La importancia de esto radica en el hecho de que entonces ya "venimos" de algún "lado", donde el a priori no puede ser otro que el mismo conocimiento que el a posteriori tal cual la realidad del "más allá" reviviscente platónico y, según se desprende, que "volveremos" entonces a él y que no pertenecemos realmente a este mundo fenoménico donde ni siquiera nuestras células son nuestras.
Esto lo han observado, entre seguramente muchos otros, Simmel al estudiar los autorretratos de Rembrabdt y notar que va expresando su propia muerte con los años; o bien Rickert al decir que cada uno tiene su propia muerte; y Heidegger al hacer notar que la muerte está siempre como posible. Schopenhauer por su parte dice09b:

"Cuando en otoño se observa el pequeño mundo de los insectos y se ve que uno se prepara un lecho para dormir el pesado y largo sueño del invierno, que otro hace su capullo para pasar el invierno en estado de crisálida y renacer un día de primavera con toda su juventud y en toda su perfección, y en fin, que la mayoría de ellos, al tratar de tomar descanso en brazos de la muerte, se contentan con poner cuidadosamente sus huevecillos en lugar favorable para renacer un día rejuvenecidos en un nuevo ser, ¿qué otra cosa es esto sino la doctrina de la inmortalidad enseñada por la Naturaleza? Esto quiere darnos a entender que entre el sueño y la muerte no hay diferencias radicales, que ni el uno ni la otra ponen en peligro la existencia. El cuidado con que el insecto prepara su celdilla, su agujero, su nido, así como el alimento para la larva que ha de nacer en la primavera próxima, y hecho esto muere tranquilo, seméjase en todo al cuidado con que un hombre coloca en orden por la noche sus vestidos y dispone su desayuno para la mañana siguiente, y luego se duerme en paz. Esto no podría suceder si el insecto que ha de morir en otoño, considerado en sí mismo y en su verdadera esencia, no fuese idéntico al que ha de desarrollarse en primavera, lo mismo que el hombre que se acuesta es el que después se levanta." (pp. 81-82)
"[...] ¿Dónde se halla el amplio seno de la nada, preñado del mundo, que aún guarda las generaciones venideras? [...] No puede estar sino donde toda realidad ha sido y será, en el presente y en lo que contiene." (p. 85)

Desde Heráclito (con su hipótesis de los opuestos), pasando por Hegel (la dialéctica social), la ley de los opuestos dialécticos, Freud (tánatos y líbido), y hasta la moderna biología física (entropía y negentropía de Schrödinger), empero sin descartar alguna disciplina oriental por allí (como la del yin-yang), todas nos hablan de los mismo. Nos enseñan que en todo sistema vivo hay un orden que vence al desorden del universo y logra tener en él un lugar, hasta que finalmente este último le vence. Y eso, sin más, es lo que ocurre: tenemos, pero todos dentro nuestro, una especie de "otro yo" que nos empuja al caos, es decir a la muerte.
La entropía de la vida sólo afectará a lo posible corruptible, y de hecho lo hará necesariamente. Por eso una parte de nosotros, es decir nuestra trascendentalidad, está ajena a estas facultades. Schopenhauer nos dice al respecto08b:

"[...] Y así comprendidas las cosas, llegaremos a la convicción de que esta médula [la voluntad del individuo], esta sustancia íntima, es indestructible, a pesar del aniquilamiento cierto de la conciencia con la muerte y a pesar de su no existencia antes del nacimiento. [...]" (Libro II, cap. XVIII, p. 218)
"[...] Con la edad, la inteligencia se debilita y se gasta lo mismo que el cerebro. La voluntad, como cosa en sí, jamás está ociosa, jamás se fatiga. [...] No desaparece con la edad, continúa queriendo lo que ha querido; incluso se hace más firme e inflexible cuando la inteligencia se debilita; [...]." (Libro II, cap. XIX, pp. 233-234)
"[...] La inteligencia se fatiga, mientras que la voluntad es infatigable. [Sólo ella] trabaja automáticamente, a veces con extraordinaria fuerza y presteza, sin conocer la fatiga. El niño de pecho, que apenas posee un vislumbre de inteligencia, posee ya voluntad propia; [...] quiere sin saber lo que quiere. [...]" (Libro II, cap. XIX, p. 230)
"Lo que permanece idéntico, lo que no envejece en nosotros es la esencia misma de nuestro ser, que se halla colocada fuera del tiempo. [...]" (Libro II, cap. XIX, p. 260)

¿Es que se ha preguntado usted alguna vez seriamente si «esto» que nos mantiene vivos, despiertos, de un metro y pico de altura, etcétera, que no podemos cambiar de raíz ni un ápice tal cual dijera Cristo, responde a algo que usted no conoce o la ciencia ha llegado a investigar? Y no nos referimos a lo genético, puesto que la información que se trae ancestralmente nunca conlleva la semejante información del ser vivo. Por nuestra parte, como tantos otros, nos hemos dado cuenta que la vida nos separa de una muerte y que en esto «no estamos solos»; y no sólo eso, sino que estamos aquí como «ovejas en medio de lobos». Esto es, como seres despiertos en medio de dormidos que, como noctámbulos, son peligrosos.

La metafísica de la vida

Hablamos en este mundo de objetos que son visibles, pero, en verdad, eso es un error. Son meramente reflexivos del espectro luminoso y a tal punto, que no existen sus contornos sino dados por los delineamientos de sus sombras. Lo único que existe, pues, es la luz; esa fenomenología de la noumenología. No vemos el objeto nunca sino la fuente metafísica que lo alumbra; ni tampoco sus contornos sino los delineamientos de lo ausente. Por lo tanto, si la luz distingue o produce la sombra, es decir nada, la filosofía negativa podrá mostrarnos esta luz, es decir, aquello trascendente. En suma, si queremos hablar de la metafísica de un objeto debemos no enfocar nuestra filosofía en el objeto, que es meramente sombra, sino en la fuente de luz que lo ilumina. Por eso la luz es la cosa en sí kantiana (ver el Capítulo de Física) y objeto de toda metafísica.
Por tal motivo Schopenhauer ensalzó este camino, a saber: el de la postura complementaria de la filosofía positiva; o sea de aquella filosofía de lo invisible, intangible, percibida extrasensorialmente, o bien no-empirista. Sólo la postura negativa de la filosofía, es decir aquella que habla de la extrasensoriedad, será la única adecuada para lo metafísico. Nos dice este autor07a:

"[...] lo que quiere siempre la voluntad es la vida, [... Es] indiferente y hasta un puro pleonasmo decir la voluntad de vivir, en vez de la voluntad, lisa y llanamente. [...] Donde quiera que hay voluntad existirá también la vida, el mundo. [...]"

Somos usted y quien les habla, en esencia, representativos de lo metafísico. Tenemos en nuestra apariencia, conducta e interior toda su expresión posible. Comemos y esto irá a parar fuera de nuestro cuerpo; es decir, somos como una cañería vacía tal cual el ventrículo de la gacela de Abentofáil.
El mismo Schrödinger apunta al respecto10a:

"[...] Para pasar del aspecto mental al material o viceversa, tenemos, por así decirlo, que separar los elementos y reunirlos luego en un orden completamente distinto. [... Si] a un niño se le entrega una caja muy complicada de construcciones de diversas formas y colores. Con ella puede formar una casa, una torre, una iglesia, la muralla china, etc. Pero no puede construir dos al mismo tiempo, porque necesita los mismos ladrillos, o al menos una parte común de ellos, para cada cosa. [...] Así, pues, y para resumir, nosotros no pertenecemos a este mundo material que para nosotros construye la ciencia. No estamos en él, sino fuera, y somos solamente espectadores. La razón de que creamos estar en él, pertenecer al cuadro, radica en que nuestros cuerpos forman parte del mismo. [...]"

y Schopenhauer07c:

"[...] Y así como estamos perfectamente satisfechos con conservar nuestra forma y no sentimos perder la materia excretada, la misma actitud conviene conservar cuando la muerte viene a cumplir en gran escala y en mayor medida, lo que sucede en cada día y en cada hora con la excreción; así como permanecemos indiferentes en el primer caso, deberíamos no espantarnos tampoco en el segundo. [...]" (§ 54, p. 101)
"[...] es tan absurdo embalsamar los cadáveres como lo sería conservar cuidadosamente nuestras deyecciones. [...]" (§ 54, p. 101)

Nuestros ajustados y limitados cuerpos materiales no ven, sino, cosas materiales. Es decir, cosas cuantificablemente ponderables y que, si empiezan, necesariamente terminan04b; y tanto es esto en el espacio como en el tiempo. Esto es así porque usamos en ello nuestras fisiologías que se homogeinizan con ellas. Sólo lo trascendente se aleja de esto, como lo es el sentimiento que no podemos apresar, el usar esos "ojos espirituales" que habló Cristo, etcétera.
Pensemos en un experimento. Supongamos tener un animal para sacrificar al que, a su disgusto y temor, le damos a entender que está próximo a su muerte. Le conectamos todo un equipamiento electromédico que sense su actividad visceral y le pesamos y le nominamos. Así, respectivamente, podemos observar en él tres cosas más una cuarta, a saber: la actividad organísmica de temor acusada por el equipamiento (emociones), un peso y una forma (synolon), y cuarta un temor en sí que le condiciona la fenomenología instrumental. Seguidamente lo sacrificamos. Observamos ahora entonces en él sólo dos cosas, a saber: el mismo peso y el cambio de forma (otro synolon), puesto que habiendo inactividad electromédica ha fenecido. Lo de destacar en esto es que el temor en sí que tenía ya no lo podemos argumentarlo como existente, puesto que no hay repercusión fisiológica; y ello en verdad ocurre porque ni antes ni después del experimento se hallaba en el animal, ya que al ser trascendental no transcurría. Lo único que sucedía y se espaciaba en él era su emoción visceral.
Nos complace concluir con estos excelentes párrafos de Schopenhauer08d:

"Si nos fijamos en que lo más imperfecto, lo situado en lo inferior de la escala, en una palabra, el reino inorgánico, permanece intacto, mientras que los seres más perfectos, las criaturas que viven, con organismos de complicación infinita y maravillosamente ingeniosos, tienen que renovarse continuamente y caer, tras corto intervalo de tiempo, en la nada, para dejar paso a otros seres semejantes que saldrán de la nada para entrar en la existencia; si nos fijamos en este hecho, veremos que es tan absurdo que no puede admitirse que sea el verdadero ser y estado de las cosas. No puede ser más que una apariencia exterior que nos oculta el orden real del mundo; o hablando con mayor precisión, no es más que un fenómeno condicionado por la constitución especial de nuestra inteligencia. [...]" (Libro IV, cap. XLI, p. 525)
"[...] Por eso nos vemos forzosamente conducidos a una especie de metempsicosis, mas con la importante diferencia de que no abarca una fnch entera, es decir, que no concierne a la inteligencia, sino sólo a la voluntad, lo cual descarta los propósitos con que se acompaña la doctrina de la transmigración de las almas. [... La] inteligencia, que es la única dotada de memoria, es la parte perecedera. El nombre de palingenesia es más exacto que el de metempsicosis para designar esta doctrina. [...]" (Libro IV, cap. XLI, pp. 557-558)
"[...] Si el hombre fuese eterno, ese carácter invariable le haría conducirse, siempre de la misma manera. Es preciso que deje de ser él; para que el germen de su ser pueda salir renovado y transformado. Con este fin rompe la muerte los lazos de la vida; la voluntad vuelve a ser libre, [...]." (Libro IV, cap. XLI, p. 564)


La trascendencia del comienzo y el fin

Quien les habla ha contemplado con su queridos hijos una botella de plástico que acabábamos de tirar al fuego. Vimos cómo se achicharraba, derretía y «contraía», tal cual como "venimos" «acurrucados» al mundo y nos "vamos" desechos de él. Y todas las cosas se reflejan en todas las cosas. Sabemos que la postura del mismo dormir lo refleja muchas veces. Podemos ver entonces en este ejemplo que la botella tiende a subsumirse, es decir a abstraerse, a volver a ser un «punto». De igual manera cuando morimos nos abstraemos a la infinitud trascendental.
Así, todo sucede como si no sucediera, y todo se espacializa y temporaliza transcurriendo en un punto e instante. Las especies vivas se suceden unas a otras como si fuesen una sola entidad: su especie; por ello Schopenhauer nos dice09a:

"Mirad vuestro perro, ¡qué tranquilo y contento está! Millares de peros han muerto antes de que éste viniese a la vida. Pero la desaparición de todos aquéllos no ha tocado para nada la idea de perro. [...] ¿Qué es, pues, lo que la muerte ha destruido a través de millares de años? No es el perro; ahí está delante de vosotros, sin haber sufrido detrimento alguno. Sólo su sombra, su figura, es lo que la debilidad de nuestro conocimiento no puede percibir sino en el tiempo."

Así, y apelando a los criterios de las leyes de la dialéctica, observamos que con la muerte se da una síntesis sistémica entre la tesis de la vida y su antítesis; o sea, como la doble negación que permite su misma cosa. La muerte, así vista, es como un cambio de sistema y no más.
Por ello, "venimos" de un plano trascendental como sentimiento y nos configuramos en otro material como sensación, y seguimos por "inercia" con sus lineamientos y queriendo por la voluntad natural seguir con nuestra vivencia. Así cuando uno quiere "ser y estar" felizmente con la compañía de un ser querido siempre siente que lo es a medias cuando es a la distancia porque no se cumple la contigüidad temporal; y viceversa, cuando viven la misma duración y no cumplen la extensión del fenómeno. Por ejemplo, si uno "comparte" un café por teléfono con un ser amado, uno es feliz a medias, ya que no se da la coparticipación espacial; si ahora, al revés, tomamos este café en la confitería donde solíamos ir juntos, también lo somos a medias, porque estamos desfasado en el tiempo; pero qué lindo es que venga a nosotros ese ser querido en presencia, y juntos, en esa misma confitería, tomemos en un mismo momento y lugar la taza de café.
Por otra parte, Schopenhauer nos enseña07c:

"[...] Nacer y morir son cosas que pertenecen al fenómeno de la voluntad y por consiguiente a la vida, cuyo atributo esencial es aparecer en criaturas individuales, manifestando fugitivamente y en el tiempo lo que en sí no conoce tiempo y debe precisamente manifestarse bajo esta forma a fin de poder objetivar su verdadera naturaleza. [...]"

Si reparamos en una sana introspección, veremos que no somos conscientes de que en algún momento de la historia hemos nacido, y ni que tampoco vamos a desaparecer. Tenemos dentro nuestro ese sentimiento que otorga la eternidad mayéutica que nos dirige y que en verdad muestra la realidad, puesto que nuestro aparecer y desaparecer es sólo fenoménico, o sea a nivel corporal.
Así el miedo, que es innato, prevé inconscientemente la muerte tal cual el niño que acaba de nacer lo hace ante la posible caída. Es decir, y como axioma intrínseco de la eternidad, ya «morimos antes de nacer»; en otras palabras, ya «se nace muriendo» tal cual «lo trascendental, que no pertenece al tiempo-espacio»; y no podemos esperar otra cosa que esto. Eros y tánatos van siempre juntos.
También y por otra parte se desprende de esto último que el miedo, como factor trascendental, no es una sensación sino sentimiento despierto por ésta como aferencia del mundo.


Si hay ciencia sobre la muerte

Somos conscientes que no podemos explicar lo comprensible. Hacer ciencia sobre la metafísica sólo se permite en la especulación de aquella hipotética indeterminación de la infinitud.
No hay ni se debe buscar el "¿por qué?" de la muerte. Eso es metafísico y trascendental en lo biológico. Y esto es así porque no hay respuesta, es decir, que no hay una línea explicativa en el sentido de lo extrasentido, sino que el interrogante sólo satisfacerá la línea epistémica comprensiva. Así, como científico, Schrödinger se muestra pesimista10b:

"[...] ¿De dónde vengo y a dónde voy? He aquí la cuestión impenetrable, la misma para todos nosotros. La ciencia no tiene contestación para ella; [...]."

El escritor Schmitt escribe06:

"[...] Condorcet, el gran matemático, considera el problema de la inmortalidad como un problema de cálculo infinitesimal [...]."

Por consiguiente, el terreno de la ciencia es invadido necesariamente por la filosofía. Por ese pensamiento holístico que conlleva lo trascendental en sí y para sí. Pero por eso, señores filósofos, no se nos autoriza a hablar sobre lo que no se conoce, ya que esto es mera especulación e impropio para la práctica de nuestras vidas, sino que es semejante a quien aboba sus horas mirando sus pérdidas.
Así, y no para el filósofo especulador de nadas vacías sino para aquél que versa de nadas llenas, será autorizado a construir sus calles y edificios en una metafísica existente. Porque en el fondo, es decir en aquél interior que sentimos como inefable, no dejamos sino de reconocer la existencia de otro mundo potencial y motriz que nos impulsa a declarar su realidad y aun cuestionárnosla.


Algunas características de la muerte


Su atemporalidad

Sabemos que nuestro cuerpo se degrada al morir y también que en soledad a sí mismo se construye al nacer. Simplemente nuestro cuerpo es prestado de una materia prima que la dirigimos de una forma vegetativa, o bien, inconsciente. Por ello, únicamente podemos afirmar una transmigración de las trascendentalidades a su propio plano de contención metafísico, pero no tenemos ningún derecho en especular que se formará o no en otro individuo. Empero esta negación de la metempsicosis entonces no negará necesariamente la metamorfosis04a.
Se ha dicho en otra parte, como observara Schopenhauer, que el dormir es una parte de la muerte. Mostramos otro pasaje07b:

"[...] La muerte es un sueño en que se olvida de despertar al durmiente, pero todo lo demás despierta, o mejor dicho, permanece despierto."

Así, en el sueño de onda lenta el individuo no comparte con otros su experiencia y, ajeno a lo fenoménico, es para sí y en sí sólo ser; es decir, trascendencialidad metafísica. Por ello, y como ejemplo, tenemos que en estos intervalos referenciados por el reloj mecánico suelen ser tan elásticos; en otras palabras, que a veces nos parece haber dormido mucho y otras veces muy poco. Será el sueño paradójico con su actividad oscilatoria, programada de antemano por la vida, la que nos despierte de este estado "vegetativo" o moribundo a través de excitaciones neurológicas en el interior de nuestro cerebro. De esta forma entendemos que morimos varias veces cada noche.
En el mismo acto sexual deviene esta significación de la muerte luego de su cópula, o sea, que luego de garantizada la gran probabilidad de perpetuar la especie deviene el descanso, ese relax físico de los cuerpos como indicador correlativo de la voluntad misma de la Naturaleza que repara en la eliminación de sus progenitores; y más se da esto en el hombre que en la mujer, pero no solamente por el desgaste, sino porque es a ella a la que apelará la Naturaleza de un tiempo extra para engendrar al hijo. Esto es un signo que encierra un referente, la referncia de que el sujeto luego de procrear puede morirse y a la Naturaleza ya no le importa. Sabemos que la araña viuda es un ejemplo.
Veamos lo que nos dijera Schrödinger11:

"[...] Entonces, ¿no hay nada después de la vida? No. No en la forma necesariamente espacio-temporal de la experiencia. Pero, en un orden de apariencia en el que no juega el tiempo, esta noción de «después» carece de sentido. El pensamiento puro no puede, claro, brindarnos una garantía de que algo así existe. Pero puede eliminar los obstáculos aparentes para que podamos concebirlo como posible. Esto es lo que Kant ha conseguido con su análisis y esto es, para mi, su importancia filosófica."

y antiguamente Heráclito:

"No encontrarás los límites del alma, aunque vayas y recorras todos los caminos, tan profundo es su sentido."

El sentir postfísico

Es lo más común encontrar en la gente la siguiente reflexión: «¿Qué pasa con los sentimientos cuando uno muere,... a dónde van a parar? Bien, la respuesta, en verdad, siempre será equívoca o incompleta si se la quisiera dar puesto que su argumentación está errada.
El error de esta pregunta se encuentra en que no podemos conjugar al sentir interno sino sólo el estar de lo visceral. Es decir, que los sentimientos no pasan o viajan nunca a ningún lado pues no se encuentran ni en el tiempo ni en el espacio.
Por otra parte, la muerte se caracteriza entre tantas otras cosas por ser un momento en el cual no sabemos cuando en verdad ocurre05,02 según lo demuestran personas que se han acercado al hecho, puesto que al fenecer, ya no hay conciencia —los feligreses pueden consultar esto en Las Sagradas Escrituras Bíblicas en Génesis 3: 9, Salmo 146: 3-4, Eclesiastés 9: 5 y 10, etc. Pero, sin embargo, eso no quita que sigamos sintiendo sentimientos sin sensaciones; esto es, que una vez acabadas las percepciones del espacio-tiempo nadie puede negar que lo que existía trascendentalmente como fuero íntimo en nosotros y ajeno a éstos deje de "serlo". De hecho, en esta obra se defiende este punto. Al respecto Schopenhauer dice08c:

"[...] la conciencia existe en la inteligencia, y he demostrado que ésta pertenece a la actividad cerebral; es una función orgánica que forma parte del fenómeno, por consiguiente, y desaparece con él. [...]"

Así como una muela que se saca ya no se siente, y solamente podrá sentirse a veces una sensación localizada que la identifique en el lugar orgánico que dejó pero no en el lugar donde quedara, de la misma forma en la muerte no sentiremos nuestro organismo degradarse.
Cuando uno muere no sentirá nada de lo visceral aunque sí las cuestiones que han sido metafísicas en esta vida como lo son todos los sentires, es decir las sensaciones y sentimientos, puesto que no son degradables sino trascendentables.
Estamos en un mundo de sensaciones, pero venimos y vamos a un mundo de sentimientos. "Allá" todo "será" lo que "fué": sentimientos —amor, miedo, moral, gusto y demás. Si bien el amor aquí es uno, el temor es uno, etcétera, todo sentir en sí se nos aparece como Uno; y cuando fenezcamos no es que "sigamos siendo", sino que "volvemos" al Todo que a todos afecta, es decir, a ese concepto holístico oriental.

El regreso a la trascendencia

Tal como la Naturaleza va proveyendo al niño de su adaptación a la vida, lo mismo lo hace con el anciano porque le va creando una nueva infantilidad, puesto que como ya no se encuentra en edad de progenie y ha ido perdiendo las pasiones, se interesa sólo en las vitalidades de su propio ser y las cuestiones de la edad madura ya le parecen superfluas, cuando también las muchas de las veces hasta cómicas. Todo esto en el anciano termina en la denominada postura demencial senil, en ese delirio de ensimismamiento y deslinde de responsabilidades mundanas.
Distinguimos este estado del denominado locura que consiste en la falta o deformación de la memoria porque, en realidad, si bien posee tales "defectos", son presencias necesariamente naturales. La locura propiamente dicha demarca algo no natural como fruto del accidente de la vida misma. Poco podemos hablar al respecto sino se es especialista en el tema. Pero, en cuanto a la vejez no es así, ya que consiste en una estado preparado por la Naturaleza para la transmigración de la trascendentalidad del individuo a ese mundo irracional, a ese dominio donde no existen los principios de razón y menos de la cordura —del sentido
La Naturaleza dispone de varias "lógicas". Una de ellas no es la vigilia, ni la onírica, sino la misma demencial, puesto que la utiliza e imprime en los ancianos como para ir preparándolos frente a la muerte; o sea, desarraigándolos de una "lógica" para entrar en otra —desapegos materiales, indiferencias, etc.
"Venimos" desde niños de un mundo trascendental y como tales con una "lógica" diferente. Es por ello que el infante se muestra incongruente y ávido a gozar de las cosas nuevas como en el disfrute de todo amanecer. Por el contrario, el anciano, que ya la Naturaleza le ha dado la oportunidad de perpetuar la especie —es decir mantener el follaje del árbol de la vida como indicara Schopenhauer—, la Naturaleza lo vuelve a preparar para el "regreso".
Es todo así oculto, no sólo bajo el velo de la real intención de la Naturaleza, sino por las equívocas interpretaciones que le ha dado el hombre a todos estos factores que, tras estar condicionado, estereotipado, prejuiciado, con un dogma occidental y eclesiástico, predominantemente Católico, explica equivocadamente las realidades que se plantean. Empero no es tan así en la sabiduría de oriente que ha podido, desde una mira trascendental, comprender mejor los íntimos de la especie.
De esta manera un cáncer, por ejemplo, descarna al vivo y lo hace sufrir; pero no así, en contraste, una muerte eutanásica dada por la vejez que de a poco y poco le va cambiando al individuo el estado de conciencia por el desapego de lo material y volver a las cuestiones trascendentales —que también cobran sumo interés en el niño.
Por todo ello la muerte está preparada por la Naturaleza y predispone al cansado anciano a dejar este mundo porque le duele todo lo que respecta a éste, ya sea en lo físico como en lo espiritual —moral, eudemonológico, etc. Aun sus hijos van dejando de sufrir al respecto porque han hablado y compartido todo cuanto les era en común, y ya no dependen de él tampoco. En la misma indumentaria del anciano se ve el desgano, el regaño, la entropía y la desazón; no así en el niño que le espera la vida. El primero gusta de vestir el color de la oscuridad, el segundo el de la luz como metafísica que transcribe el mundo que ha llegado a iluminar —se le ha "dado a luz" al nacer.
El humor es también fuente de contraste. La disminución de la risa como acierta el proverbio que dice "Nunca confíes en un viejo que ríe mucho, ni en un joven que ríe poco". Esto se da porque las canas han aumentado paralelas el conocimiento sobre la vida, es decir, han brindado información y por consiguiente incertidumbre, decayendo su ostensión trascendental.
Observemos lo que nos dijera el médico Ingenieros03:

"La sensibilidad se atenúa en los viejos y se embotan sus vías de comunicación con el mundo que les rodea; los tejidos se endurecen y tórnanse menos sensibles al dolor físico. El viejo tiende a la inercia, busca el menor esfuerzo; [...]."
"A medida que envejece, tórnase el hombre infantil, tanto por su ineptitud creadora como
por su achicamiento moral.[...]"

Según nuestros estudios "entrar" en la muerte es metafísico, lo mismo que "salir" a la vida. Por ello toda representación en este dominio carece de sentido; a lo sumo será de extrasentido. Así, toda disciplina, pensamiento, o lo que fuera, que propugna una representatividad en este plano se equivoca. Pero con esto no se niega la veracidad de tantas experiencias vividas por mucha gente, sino que se las debe presentar como que no han estado muertas sino sólo en un estado previo. Son parte de estos pensamientos las consideraciones de viajes astrales postmuerte, ciertas experiencias místicas, o bien las conocidas que se encuentran detalladas por el médico Moody en su libro Vida después de la vida.
De todo lo dicho podemos deducir que cuando nos morimos se pierden las sensaciones pero "quedan" sus revivicencias y los sentimientos; es decir, "queda" nuestro verdadero «yo» —amores, angustias, etcétera. La degradación de los órganos cesará toda actividad consciente, o sea de la conciencia —aprehensión de las objetividades. "Estos" últimos, los sentimientos, se "mantendrán" de igual manera que como "vinieron" al mundo desde el «más allá», y al cual "retornan". Así, el mundo deja de existir para el individuo —que «ni nació ni murió». Empero no se encuentran argumentos para afirmar la metempsicosis.
Debe por tanto el ser humano aprender a darle el real valor a las cosas. Y, entre ellas, saber mirar "con otros ojos" a las demás personas, animales y vegetales. A sus seres queridos que, algún día no "estarán" o no "estaremos"; aunque sí estará siempre el vínculo trascendente que homogeiniza los mundos físico-metafísico, a saber: el sentimiento en sí.


La angustia por la muerte

Todos tenemos este factor. Morir tal vez sería placentero si uno supiese qué es lo que hay del "otro lado". Bien, esta obra apunta a este único fin, ya se ha dicho: a disminuir la angustia por la muerte.
Quiere enseñarles esta obra que allí no hay una nada vacía, sino una nada llena. Que debemos convencernos que "allí experimentaremos" lo mismo que nuestros demás queridos, ser con ellos y con los que "llegarán".
Aunque los muertos no están, uno puede seguir sintiéndolos en forma consciente. El recuerdo de la memoria, como trascendental, se homogeiniza con ellos. Las mismas vivencias que podemos experimentar como sentimientos o sensaciones presentes se funden en el todo de la eternidad con ellos a cada momento. Recíprocamente, los sentires de ellos, que se han conjugado en este mundo mientras estaban se perpetúan como eternidad cada instante de todo el fenómeno que les está ausente. Esto es importante.
Por esto los ausentes no «están», sino «son». Es decir, y si se nos permite el equívoco de conjugar el verbo "ser" para acentuar la explicación, diremos simplemente que no están pero siguen siendo. Y esto se da para nosotros que seguimos en el medio fenoménico, es decir, en las espacio-temporalidades, por cuanto será válido no solamente sobre los ya fenecidos, sino también para aquellos ausentes como no-presentes o en estado vegetativo.
Por otra parte, si la Naturaleza nos ha parecido sabia en sus creaciones y desenlaces, y ha sido la responsable de formarnos en este mundo, sería prudente resignarnos a su entrega para desaparecer fenoménicamente del mismo. Debiera ser nuestro pensamiento en lugar de este mandato supuesto de ella: «vé y quédate», el reemplazo por este otro: «vé por un tiempo y regresa».
El animal, por ejemplo, se entrega a la muerte como se entrega al sueño, como se entrega al descanso y, según pareciera, lo asume como si supiera que ése no es un sueño como cualquiera.

Conclusiones

En suma, así como todo placer no tiene teleología, es decir, fin terminado, sino sólo el dolor, y un ser vivo se conforma en este mundo por la continuidad de dicho factor —ya sea fecundado o clonado—, se infiere que la muerte tampoco para su trascendentalidad tendrá final. En otros términos, debe necesariamente fenecer, puesto que ha sido engendrado del mismo placer que no posee perpetuidad fenoménica.
Así entonces, puesto que como "venimos" y "volvemos" de este otro mundo, habría que preguntarnos si tiene sentido o, mejor dicho, extrasentido el determinarnos acá, es decir, en el estar de este mundo fenoménico.
Sentimos a los ausentes —muertos o no— con la misma intensidad que si estuvieran presentes. No hay tiempo para ello, como tampoco hay localización espacial de su ubicación en nuestro organismo fisiológico. Y, como lo temporal-espacial es lo que configura lo fenoménico material, se desprende de que lo que sentimos es inmaterial.
¿Usted tiene dudas del sentimiento que tiene por su hijo u otro ser querido ausente que no ve ni puede tocar? Seguramente que no, puesto que aunque no lo perciba sensorialmente hay seguridad ya que esto es dado en un dominio fuera del tiempo y del espacio. Los "ojos espirituales" a que se refería Cristo no son más que las percepciones extrasensoriales, o sea trascendentales. Schopenhauer ha dicho021:

"[...] La vista grosera del individuo está turbada por lo que los indios llaman el velo de Maya; en lugar de la cosa en sí no ve más que el fenómeno en el tiempo y en el espacio, en el principio de individuación y en las demás formas del principio de razón. [...]" (§ 63, p. 164)

Queda, como desafío a los seguidores de nuestro pensamiento, la posibilidad de hacer una Segunda Filosofía Crítica Trascendental, es decir, de "indagar" qué es ese "otro mundo", cómo es, y, sobre todo, si existe la posibilidad de comunicarnos con él con la vía racional y explicativa.

Vivimos dormidos en un tiempo y espacio del fenómeno; es decir, en la apariencia de una metafísica donde yace el nóumeno.
A través de los efectos físicos que se producen en el synolon podemos cientifizarla y explicarla aquí, en el dominio físico, pero desconociendo su intrínseca realidad.
Sólo el sentir interno nuestro, fruto de las percepciones sensoriales como sensaciones y de las extrasensoriales como sentimientos, se nos "concede" indagar en lo trascendental que, siendo trascendente, es metafísico.
Este terreno trascendental es cuantificable pero no mensurable y por tanto, al no pertenecer al tiempo y espacio, no se encuentra sujeto ni al synolon, ni a la corruptibilidad entrópica, ni a la ley de la causalidad y, desgraciadamente por tanto, tampoco al lenguaje. Es de hecho, inefable, inexplicable y sólo captable por vía comprensiva.
Posee las características de infinitud dadas como eternidad, mostrándose como emociones viscerales en nuestro organismo. Su fondo es, pues, sin comienzo ni fin. Ni nace ni se lo puede matar. Simplemente, a saber: «es».

«He aquí, nuestro Paraíso de Platón».—


Bibliografía


01 ABENTOFÁIL, Abucháfar: El filósofo autodidacto (1100-1185), trasd. por Francisco P. Boigues, 2a ed., Bs. As., Espasa-Calpe, 1954, pp. 51-65.

02 DIDEROT, Denis: Conversaciones entre D´Alembert y Diderot, en Sainte-Beuve: Obras filosóficas, Bs. As., TOR, s/f Sueño D´Alembert, p. 82.

03 INGENIEROS, José: El hombre mediocre, Bs. As., Losada, s/f, cap. II, § IV.

04 LEIBNIZ, Gottfried W.: Principios de la Naturaleza y la Gracia, fundadas en la Razón, en Fundamentos de la Naturaleza, trad. por A. Gregori, Bs. As., TOR, s/f.
04a § 6, p. 63.
04b § 6, p. 62.

05 LEIBNIZ, Gottfried W.: Nuevo sistema de la Naturaleza y de la comunicación de las substancias, como asimismo de la unión que existe entre el alma y el cuerpo (1695), en Opúsculos filosóficos, trad. por Manuel G. Morente, Madrid, Calpe, 1919, § 7, p. 29.

06 SCHMITT, Carl: El Leviathan en la teoría del Estado de Tomás Hobbes (1938), trad. por Javier Conde, Bs. As., Struhart, Año, p. 34.

07 SCHOPENHAUER, Arthur: El Mundo como Voluntad y Representación (1819), Madrid, Orbis Hyspamérica, 1985, vol. I.
07a LIBRO CUARTO, Segunda consideración, § 54, pp. 98-99.
07b LIBRO CUARTO, Segunda consideración, § 54, p. 101.
07c LIBRO CUARTO, Segunda consideración, § 54, p. 99.

08 SCHOPENHAUER, Arthur: El Mundo como Voluntad y Representación (1844), trad. por Eduardo Ovejero y Maury, Bs. As., El Ateneo, 1950, vol. II.
08a Libro IV, cap. XLI, p. 540, 541, 542 y 543.
08b Libro II, cap. XVIII, p. 218; cap. XIX, pp. 230, 233-234 y 260.
08c Libro IV, cap. XLI, p. 549.
08d Libro IV, cap. XLI, pp. 525, 557-558 y 564.

09 SCHOPENHAUER, Arthur: El Amor, las mujeres y la muerte (¿1851?), s/trad., Bs. As., Malinca Pocket, 1964.
09a cap.: LA MUERTE, pp. 82-83.
09b cap.: LA MUERTE, pp. 81-82 y 85.

10 SCHRÖDINGER, Erwin: La naturaleza y los griegos (1948), trad. por Federico Portillo, Madrid, Aguilar, 1961.
10a cap. VII, pp. 103-105.
10b cap. VII, p. 107.

11 SCHRÖDINGER, Erwin: Mente y materia (1956), trad. por Jorge Wagensberg, 4a ed., Barcelona, Tusquets, 1990, cap.: Ciencia y religión, p. 74.

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