El Arte tiene su Ciencia

El arte tiene su ciencia

Anthony Freeman, Director de la redacción del Journal of Consciousness Studies


Las ocho leyes
de la experiencia artística

1
En virtud del “efecto de intensidad máxima”, los elementos exagerados
atraen la mirada.

2
Aislar una sola pista visual ayuda a concentrar la atención.

3
La agrupación de las percepciones destaca los objetos del fondo.

4
El contraste da más fuerza.

5
La solución de problemas visuales da más fuerza también.

6
Un punto de vista único es sospechoso.

7
Las metáforas o “juegos” visuales realzan el arte.

8
La simetría gusta.


Una nueva y audaz teoría afirma que todas las artes plásticas tienen varios denominadores comunes.

Si un marciano etólogo (especialista en el estudio de los animales en su medio natural) desembarcara para observarnos, muchos aspectos de la naturaleza humana lo dejarían perplejo, y el arte—nuestra propensión a crear cuadros y esculturas, y a admirarlos— figuraría entre los más enigmáticos. ¿Qué función biológica puede tener este misterioso comportamiento?
“Factores culturales determinan la sensibilidad de cada cual a una determinada forma de arte. Pero, aun cuando la belleza está en buena medida en el ojo que contempla, ¿por qué no existiría una suerte de regla universal, una “estructura profunda” subyacente a toda experiencia artística?” A esta difícil pregunta, Vilayanur S. Ramachandran, director del Centro de Estudio del Cerebro y de la Cognición de la Universidad de California (San Diego), da una respuesta tan audaz como controvertida: una nueva teoría científica del arte que explica numerosas experiencias familiares. ¿Por qué, por ejemplo, un simple croquis suele evocar un rostro conocido mejor que una foto en colores? o ¿por qué muchos hombres encuentran atractivo el talle de avispa de Marilyn Monroe?
La teoría del profesor Ramachandran versa sobre tres puntos. ¿Cuáles son las “reglas del arte” que crean lo “bonito”? ¿Por qué se han desarrollado y por qué de ese modo? ¿Qué circuito cerebral interviene en su apreciación? Las teorías estéticas anteriores habían estudiado una o dos de estas cuestiones; pero es la primera vez que las tres se abordan conjuntamente.
Con su colega William Hirstein, Ramachandran estableció un corpus de “ocho leyes de la experiencia artística (...) que los artistas aplican, conscientemente o no, para inducir un estímulo óptimo de las áreas visuales del cerebro”, y en particular lo que se da en llamar el sistema límbico.1 De las ocho (véase recuadro 'Las ocho leyes de la experiencia artística'), tres parecen tener una importancia especial: el fenómeno psicológico del “efecto de intensidad máxima”, el principio de asociación y la facultad de concentrarse en una sola pista visual.2
El “efecto de intensidad máxima” es un principio conocido por los etólogos: por ejemplo, si se enseña a un ratón a distinguir un cuadrado de un rectángulo y se lo recompensa por el rectángulo, se dirigirá con más frecuencia hacia este último. Mejor aún, si se utiliza un rectángulo de 20x30cm para entrenar a ese ratón, que luego se reemplaza por uno de 10x40 cm, el animal reaccionará aún más positivamente. El ratón no aprende a valorizar un rectángulo en particular, sino una regla: los rectángulos valen más que los cuadrados. Por consiguiente, cuanto más pronunciada es la diferencia entre los lados del rectángulo —o sea, cuanto menos se asemeja a un cuadrado— más lo aprecia el ratón. Es el “efecto de intensidad máxima”. Según Ramachandran, en este principio reside la fuerza evocadora de un número apreciable de obras de arte.
¿En qué medida el “efecto de intensidad máxima” influye en la manera como los seres humanos reconocen las formas y determinan sus opciones estéticas? Veamos cómo procede un caricaturista dotado para dibujar un rostro famoso, el del ex Presidente Richard Nixon, por ejemplo. ¿Qué hace inconscientemente? Considera el promedio de todos los rostros, lo compara con el de Nixon, observa las diferencias, luego acentúa las variaciones para llegar a la caricatura. De ello resulta un rostro que se parece más a Nixon que el propio Nixon. El artista ha acentuado las características del rostro del presidente —así como un rectángulo muy alargado es una versión exagerada del prototipo original al que el ratón fue enfrentado. De ahí el aforismo de Ramachandran: “Todo arte es caricaturesco.” Aunque admite que no es una verdad absoluta, se observa de manera extraordinariamente frecuente. El artista no se contenta con captar la esencia de las cosas; procura acentuarla para activar mejor los mecanismos de las neuronas de los aficionados al arte.

El principio de asociación
Miremos un bronce de la época Cola —la diosa Parvati, con sus caderas y su busto generosos (fig. 1): se advierte de inmediato que es la caricatura de una forma femenina. El escultor ha optado por exagerar la “esencia” (la rasa para los artistas hindúes) del ser “mujer”, cargando las tintas de lo femenino. La exageración artística produce un “superestímulo” ante el cual, según Ramachandran, ciertos circuitos cerebrales reaccionan. Los artistas pueden procurar también despertar una respuesta emocional fuerte y directa explotando el “efecto de intensidad máxima” en planos que no sean el de la forma: un Van Gogh, un Boucher o un Monet pueden ser percibidos como caricaturas en el “espacio color”.
La segunda regla propuesta por Ramachandran es el principio de asociación o vinculación. El dálmata representado en la figura 2 ayuda a entenderlo. Esta imagen aparece en primer término como un conjunto desordenado de manchas arbitrarias, cuyo número de asociaciones potenciales es infinito. Pero, en cuanto se ha visto al perro, el sistema visual no vincula más que algunas de esas manchas entre sí, y siempre del mismo modo: se torna imposible ver otra cosa. Pues el descubrimiento del perro y el vínculo establecido entre las manchas pertinentes para distinguirlo procuran una agradable sensación de calma. En el “espacio color”, llevar un chal azul con flores rojas y una falda roja produce el mismo efecto. El vínculo visual entre las flores y la falda rojas es estéticamente agradable. Los artistas entienden el placer que surge de este tipo de asociaciones. Desde un punto de vista evolucionista el interés de esta agrupación de los estímulos es evidente: facilita la localización de la presa o del predador. Pero, ¿cómo se produce esta agrupación? Como el cerebro sólo tiene una capacidad de atención limitada y el espacio neural es demasiado restringido para permitir representaciones concurrentes, en el proceso de información visual cada etapa brinda una oportunidad de enviar una señal del siguiente tipo: “He ahí una pista hacia algo que podría asemejarse a un objeto” Soluciones parciales (o conjeturas) a los problemas de percepción son enviadas, por un sistema de retroacción, de cada nivel jerárquico a todos los módulos precedentes, para imponerles una pequeña desviación en el tratamiento de los datos: la percepción final surge de esta contracción progresiva.

La eficacia de la caricatura
La “hipótesis” perro dálmata estimula la vinculación de las manchas correspondientes la que, a su vez, confirma la forma canina de la percepción final. Y cuando en definitiva todo concuerda, nos sentimos bien. Lo que el artista trata de hacer es introducir el mayor número posible de esos indicadores de objetos potenciales —lo que explicaría por qué agrupación y resolución de problemas visuales son explotados tan a menudo en el arte y en la moda.
Tercer principio importante para Ramachandran: la necesidad de aislar una sola modalidad visual, antes de ampliar la señal en esa modalidad. La aptitud del cerebro para realizar esa operación explica por qué un dibujo o un esbozo tiene mayor eficacia artística que una fotografía en colores. Imaginemos una foto en colores de Nixon, con la intensidad, el matiz, el color de la piel, sus imperfecciones, etc. Lo que es único en Nixon es la forma de su rostro (que la caricatura acentúa, fig. 3). El color de la piel hace que la imagen sea más humana, pero no más “nixoniana” y, por consiguiente, disminuye el impacto de la forma. Remitirse a los contornos no es un mero remedio para salir del paso: son realmente más eficaces que una foto en colores en medios tonos, aún cuando ésta contenga más información. De ahí el aforismo: en arte, “más = menos”.
El síndrome llamado del “sabio” vendría a apoyar también este punto de vista. Algunos niños autistas dibujan admirablemente bien. Los animales dibujados por Nadia, artista de ocho años, son casi tan gratos a la vista como los de Leonardo da Vinci (fig. 4). Ramachandran propone una explicación: en el autismo, el trastorno fundamental es, según él, una distorsión del “paisaje de los rasgos sobresalientes”; los autistas “sabios” cierran numerosos canales sensoriales importantes, lo que les permite dirigir toda su capacidad de atención hacia un solo canal.
Ramachandran estima posible someter a prueba el principio del “efecto de intensidad máxima” por experimentación directa. El método descansaría en la skin conductance response (SCR), la transpiración de la piel. Es la tecnología utilizada en los “detectores de mentiras”. El nivel del SCR mide directamente la importancia de la estimulación límbica (emocional) provocada por una imagen. Se la mide mejor así que interrogando a alguien sobre el nivel de emoción que siente ante una imagen: su respuesta es filtrada, corregida y a veces censurada por el espíritu consciente. Medir el SCR permite acceder directamente a los procesos mentales “inconscientes”.
La experiencia consistiría en comparar el SCR de un individuo frente a la caricatura de Einstein o de Nixon con el registrado frente a la foto de éstos. Intuitivamente se espera que la foto provoque un SCR superior puesto que es rica en datos y, por tanto, excita más módulos. Si, paradójicamente, la caricatura suscitara un SCR mayor, ello probaría que el “efecto de intensidad máxima” funciona: inconscientemente el artista habría creado un superestímulo.

Una teoría reductora
Asimismo, se podría comparar el nivel del SCR ante caricaturas de mujeres (o ante un bronce de Cola, o un desnudo de Picasso) y ante la foto de una mujer desnuda. Cabe imaginar que en el nivel consciente el sujeto se declararía más atraído por la foto, pero tendría una “reacción estética inconsciente” muy fuerte ante la representación artística —en forma de un SCR superior. Que el arte se nutra del “subconsciente” no es para nada una idea nueva, pero esas mediciones del scr constituyen quizás el primer intento de probarlo experimentalmente.
El propósito de Ramachandran de reducir la experiencia estética a un conjunto de leyes físicas o neurobiológicas ha suscitado ya vigorosas críticas. El empleo que hace del término “bonito” ha despertado desconfianza: ningún crítico de arte serio lo utiliza, salvo para descalificar una obra con una expresión falsamente amable. “Bonito” no es un sinónimo de “bello”, sino que evoca superficialidad e impostura. Ahora bien, Ramachandran lo emplea sin ironía, como un calificativo positivo. Se le podría perdonar este paso en falso aislado, pero otros aspectos de su trabajo también se han puesto en entredicho.
En primer lugar, su insistencia en las formas femeninas y el erotismo en sus ejemplos. Luego, la confusión que al parecer hace entre la “emoción” (que el SCR mide) y una reacción estética positiva —lo que, a juicio de sus detractores, presupone la tesis reductora que pretende probar. Para algunos de ellos, esos dos puntos considerados juntos lo llevan en definitiva a confundir la pornografía con el arte de alto nivel.
La “ciencia del arte” también ha sido atacada por algunos científicos. Se ha reprochado a su promotor no haber realizado ninguna verificación empírica seria de sus tesis y proponer en el mejor de los casos un programa de investigación, completado con algunas pistas de investigación. Y la gama de sus ejemplos, se ha dicho, es demasiado pobre para justificar su pretensión de tratar el arte en su totalidad. Por no hablar de su descubrimiento de las “leyes de la experiencia estética”. Ramachandran tampoco se ha hecho muchos amigos al enganchar su vagón al tren budista, en virtud de una aproximación entre sus ocho leyes y el camino de ocho ramas de Buda, paralelo que el mismo considera, hay que reconocerlo, un poco extraño.
Las críticas señalan sobre todo la desproporción entre la estrechez de la teoría del arte de Ramachandran y la exagerada trascendencia que le atribuye, si bien admite que la propuso al principio “como un juego”. Sin embargo, el aplomo con que la enuncia basta para que estemos seguros de oír hablar mucho de ella en el futuro.

1. Región cerebral que comprende en particular el hipocampo, los bulbos olfatorios y el septo.
2. Una exposición más completa de V. S. Ramachandran y William Hirstein sobre el tema aparecerá en 1999 en el Journal of Consciousness Studies, con el título: “La ciencia del arte, una teoría neurológica de la experiencia estética.”

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