Alma de Brujo, Cuerpo de Caballero: Don Quijote como Metáfora.



Alma de Brujo, Cuerpo de Caballero: Don Quijote como Metáfora.


Antonio Palomo-Lamarca

University of Minnesota



Aún si les abriéramos las puertas del cielo y pudieran

Entrar en él, dirían: «Nuestra vida ha sido enturbiada

nada más, o, más bien, somos gente a quienes se ha encantado.»

Al-Korán 15: 14-15



I. Estética y Literatura en don Quijote.

El propósito de este artículo no es mostrar la obra del Quijote como estudio pormenorizado, sino más bien establecer un contacto directo con el personaje de don Quijote como metáfora hacia un “algo” oculto que su escritor quiere comunicarnos. Este lado oculto de su personaje puede ser entendido si comenzáramos a analizar la relación que existe en toda obra entre el cuerpo y el alma de don Quijote, y como ambos interactúan con el mundo circundante. La interconexión entre el cuerpo y el alma ha sido motivo de discurso desde los más remotos tiempos de nuestra civilización. La Filosofía se ha encargado de ello desde los más diversos ángulos y escuelas. Dependiendo de la forma de aproximación al problema se le ha dado un énfasis bien al cuerpo, bien al alma. Así pues han nacido corrientes materialistas que han enfatizado la función del cuerpo sobre el espíritu, u otras que han hecho precisamente lo opuesto. La ciencia anatómica sufrió una reforma total con la obra de Andreas Vesalio De Humanis Corporis Fabrica (1543) y la fisiología y teología de Miguel Servet . La Anatomía tan ligada a la Cirugía estaba empezando a ser considerada en Alcalá como un arte médico y no como una labor de barberos –en esto es preciso recordar en la historia del yelmo de Mambrino como el barbero aparece como cirujano-sangrador. Este hecho se debía a que las disecciones eran mejor consideradas en la península ibérica que en otros países de Europa, existía una mayor libertad a la hora de diseccionar cadáveres humanos.



La cuestión aquí radica no en ver cómo el cuerpo y el alma han protagonizado la historia de la Filosofía, sino muy por el contrario cómo la preocupación por el cuerpo y el alma invadió igualmente la Literatura. Para ello, vamos a recoger la más tierna tradición que se recoge en el Barroco español, y que en muchas referencias ha sido incluso puesta de relieve por el mismísimo don Quijote. Esta tradición que capta la literatura, nos viene dada desde la antigüedad en forma de literatura épica o incluso novelesca. Esa tradición está centrada en la preocupación por lo espiritual y lo anímico, y su repercusión y función en el cuerpo humano. Es concretamente en el Medioevo cuando tal tradición se fortalece a través de la mística y la magia populares. La tradición literaria recoge esa preocupación por el cuerpo y el alma, en esa manera que tiene el hombre de relacionarse con la sociedad y de resolver sus más hondas preocupaciones existenciales- preocupaciones que sin lugar a dudas afectan a su estado anímico. Cuerpo y alma son cantar principal del hombre medieval, independientemente si lo hace desde un ángulo literario o filosófico. Sin embargo, el arte plástico también absorbe tal sobrecogimiento por el cuerpo y el alma tal y como puede apreciarse en toda la pintura que se exhibe desde la Edad Media hasta el Barroco. Podríamos incluso aventurarnos a decir que la Edad Media es representante de la espiritualidad y utopía del alma, mientras que el Barroco padece de los tientos quejumbrosos de la materialidad del cuerpo.



Velázquez, gloria y orgullo de la empresa nacional de la pintura española del Barroco, recoge la preocupación por ambas secciones tan humanas: el cuerpo como materialidad mundana, el alma como expectación divina e incorruptible. La pintura de Velázquez es una pintura que nos habla de esa dualidad y conflicto existentes entre cuerpo y alma, entre lo material y corruptible, lo divino y lo eterno. Sin embargo, en Velázquez lo divino se torna material por medio de la acción de su pincel. Principalmente, esto es lo que diferencia la literatura, pintura y escultura de la Filosofía como arte de pensar en contraposición a los primeros que son más bien un arte de mostrar aquello que permanece oculto a los sentidos. Los filósofos hablan y describen la metafísica de los cielos, los atributos de Dios, pero en ningún momento pueden mostrar aquello de lo que hablan. La Literatura por el contrario, puede y de hecho muestra la metafísica y la utopía de nuestros sueños y devaneos. Uno de los filósofos que supo ver esta ventaja extraordinaria que poseía la literatura por encima del mero pensar filosófico fué Platón, quien en su forma dialogada de presentar cuestiones de importantísima relevancia a la filosofía trasloca lo que podría ser aburrido y tedioso en algo ameno e incluso novelesco. Por ello, no sería adverso decir que Platón es el primer filósofo con artes de novelista, y que su obra es la primera obra filosófica que posee los cortes más literarios que cualquier obra moderna pudiere depararnos.



Ya en el Barroco, cuando toda Europa convulsiona en guerras y revoluciones científicas, en España Cervantes absorbe elocuente e inteligentemente esta forma de literatura platonizada. La influencia de Platón es constante en la obra cervantina, de forma especial los temas relacionados con el amor en La Galatea. Este proceso de adaptación, en el cual se intenta extraer de la vida común sus elementos internos existenciales y mostrarlos a un espectador, se hace realidad con el nacimiento de la novela moderna, sobre todo con el impacto de don Quijote como obra artística. Con ello, se nos presenta una ineludible oportunidad si analizáramos el papel que tiene don Quijote como portador de ideas estético-morales concernientes a la época en que le toca vivir y actuar. Esencialmente, la labor de don Quijote como renovador de la Caballería andante, y al mismo tiempo como pensador utópico nos trae perfectamente a colación el tema de lo corpóreo como algo mediato, caduco y material. Don Quijote es un filósofo montado a caballo. Sin más, don Quijote es precisamente la antítesis de la estética proporcionada y diletante, un caballero que se nos presenta viejo, mal aliñado, enclenque, falto de dientes tras un encuentro con unos cabreros, sostenedor de media oreja menos tras el encuentro con un vizcaíno; todo esto y además totalmente desprovisto de una sola hebra de salud mental. Alucinado y falto de tacto en las más diversificadas situaciones, hambriento de pan y de aventuras, portador de una estética anticuada y pasada de moda, un atuendo ridículo y desfasado. Don Quijote es el antihéroe perfecto, siempre y cuando miremos el lado estético que representa, es decir, siempre y cuando estemos atentos a su cuerpo, a la perspectiva material que nos aduce. Labor que Cervantes prefirió para de este modo acentuar la otra cara de ese antihéroe que habría de ser emblema universal, y que en cierto sentido fue una creación llamada a dejar en entredicho los valores españoles hacia la Caballería.



En esta línea se podría hablar de los valores anti-nacionales que poseía Cervantes a la hora de diseñar el Quijote, a la hora de vestir y de estetizar esa creación literario-mística que le brindó la diosa Fortuna. Cervantes pone en entredicho los valores no ya nacionales de su época, sino la estética religiosa que a ellos iba implícita. En España el Quijote era publicado en 1605 y es visto como emblema nacional, sin embargo, en Inglaterra se publica la primera traducción en 1612 siendo acogida precisamente en dirección opuesta, o sea, como contra-nacionalista, anti-español en su mueca por lo ridículo y la locura, un modo en el cual Cervantes le decía al mundo cómo los españoles trataban a sus héroes. La interpretación nacionalista de Cervantes se ha centrado muy en específico en esa estética corporal, en esa funcionalidad que posee el caballero de La Mancha como loco idealista en busca de unas aventuras que ni existen, ni existieron jamás. Cabalmente no se ha precisado de modo suficiente cómo y porqué una persona de linaje hidalgo, un buen día decide dejarlo todo e ir a buscar aventuras bajo el cielo raso y cruel de la España barroca.



II. La transformación chamánica del cuerpo y el alma.



El cuerpo y el alma son la metáfora literaria que nos hablan del personaje como ser vivo. Pero el personaje, más que presentado como ficticio, es presentado como desdoblamiento de su autor. Mirando atentamente al personaje, hemos de percatarnos de la supina importancia que posee el hecho místico de que un tal señor Alonso Quijana pase a ser don Quijote. En ese cambio—más bien metamorfosis—el vulgar lugareño se transforma en un intrépido y universal caballero cuya misión es resucitar a los de la Mesa Redonda del Rey Arturo. Ergo, Alonso Quijana es el cuerpo y materia de lo que ha de ser, es una potencia de lo que va a ser acto. El hidalgo de La Mancha, lector voraz de libros de Caballerías es el cuerpo y materia de ese otro héroe y caballero que ha de venir a devolvernos la quietud y virginidad de aquella tan soñada Edad de Oro. Muy por el contrario, si dejamos el cuerpo de don Quijote—que es caduco, feo y desarreglado—tomando por ende sus cualidades morales y por ello su alma, nos encontramos que algo bien distinto nos ofrece el panorama.



Pero mi enfoque es que el cuerpo de don Quijote no existe, es más me apresuro a decir que el cuerpo de don Quijote jamás existió. Si hemos de hablar de un cuerpo, de una materia animada por unos nervios caballerescos, entonces hemos de dirigir nuestros esfuerzos a desglosar el pensamiento y acción de Alonso Quijana. El mismo desprecio que tiene don Quijote hacia su propio cuerpo nos puede ayudar a comprender lo que estamos exponiendo. Don Quijote habla constantemente de su misión como caballero andante, como restaurador de lo que en su día fue la noble tarea de guerrear por la verdad y por la justicia, tarea que en todo momento él mismo trasfiere al plano de lo anímico, al plano del espíritu; pues es el espíritu el que verdaderamente combate gigantes en las aventuras del caballero de La Mancha. El espíritu de Alonso Quijana—hecho carne y transformado en don Quijote—es el que lucha de forma constante contra esos malandrines y hechiceros negros que desean la perdición del mundo. Si el hidalgo había de combatir, que mejor sino abandonar su casa, su lugar natal, sus libros e incluso su cuerpo. Si el hidalgo de La Mancha había de demostrar al mundo su brazo fuerte y su animo valeroso que mejor que tomar las armar de la verdad, las armas de la justicia, esas armas humanísticas que pudiesen devolver a la gente lo que la mala fortuna se llevó. Si todo este proceso habría de tener lugar, Alonso Quijana tenía que morir, tenía que abandonarse a-sí-mismo, debía someter su cuerpo y la mente de ese cuerpo a una transmutación total e inmediata que validara la entrada a ese otro mundo desde el cual actuar y matar a los impíos. El precio a pagar era la alienación, la soledad, la injusticia, el dolor y la tortura del combate cuerpo a cuerpo, la desdicha de vivir en una época equivocada y con unos hombres y mujeres sin entendimiento. Alonso Quijana fue consciente de este tremendísimo hecho y lo afrontó, prefirió su muerte corporal y soportar la vergüenza de actuar solo, de vencerse a-sí-mismo con las armas de la moralidad y la humanidad para resucitar en espíritu. Francisco de Quevedo dijo que es mejor vida morir que vivir muerto, y en esto llevaba toda la razón; Alonso Quijana no aceptó el seguir viviendo por nada, el seguir sentado leyendo para sólo conversar con el cura y el barbero sobre asuntos vanos y faltos de acción. Alonso Quijana quiso aceptar su propio destino y actuar, pues la Caballería es asunto de hombres de acción y por ello murió para no seguir viviendo muerto, sino para morir y nacer de nuevo con nueva identidad, una nueva mente y unos nuevos propósitos; para hacer valer las leyes de la Caballería andante y para demostrar al mundo que aunque enclenque de cuerpo, poseía en espíritu la entereza y la valentía más fuertes que nadie pudiere creer.



La clave nos viene dada por el cambio de nombre, por esa transmutación nominal que termina de moldear la personalidad de este personaje. Este cambio de nombre supone una renovación radical “de quien antes se era”[1]. Podemos entender este cambio desde un punto de vista antropológico. La Antropología ha suscitado un agradable interés en la medicina y salud de otros pueblos y civilizaciones distintas a la nuestra. La medicina pasó a ser llamada chamanismo en esos otros pueblos que se denominaron “primitivos”, viéndose extraordinariamente conectada con el sistema religioso. El chamanismo es pues el sistema de creencias religiosas y médicas de tales pueblos. Uno de los aspectos más interesantes del chamanismo ha sido el ritual médico y de iniciación que los chamanes han transmitido a nuestra cultura. Muchas de nuestras creencias populares, de nuestros refranes o incluso gran porción de nuestro modo de pensar procede de los albores chamánicos de nuestra civilización. Dentro de los ritos de iniciación el más común y conocido es precisamente aquel en el cual el futuro chamán cambia de nombre y de personalidad, tal acción se denomina resurrección. Son muchas las semejanzas que se ha propuesto con tal rito chamánico y los albores del Cristianismo. Sin embargo, lo que más nos interesa aquí es el valor que tal mutación tiene en el alma del hombre – donde el cuerpo es solamente un vehículo de la primera. El futuro chamán cambia de nombre y de mentalidad pero no de cuerpo. Uno de los compromisos más fuertes que poseerá el chamán es curar a aquellos que necesiten de su medicina, y para ello tuvo que morir primero para luego resucitar. Una vez resucitado, el chamán cambia de nombre y de hábitos; su filosofía de la vida es completamente distinta y su forma de contemplar el mundo, sus acontecimientos y las cosas, no es en absoluto la misma que el resto de los mortales experimentan. El sistema perceptivo del chamán cambia completamente, él/ella está capacitado para ver aquello que está oculto a los ojos de los demás: no sólo puede ver espíritus y hablar con ellos, sino que además tiene el poder de controlarlos. En este sentido, la acción de cambiar de nombre va implícito al hecho de querer reformarse uno mismo, de querer ser algo mejor. Una vez comprendido esto no nos debe de parecer tan “quijotesco” el hecho de cambiar de nombre y hacerse a la aventura.



III. Don Quijote como brujo y caballero.



Después de todo ese cambio, don Quijote deja de sentir y ver el mundo como el resto de los seres humanos lo experimentan, lo que el resto ve como molinos para él son gigantes, las ventas no son posadas para gente de paso sino castillos para nobles caballeros. El elemento chamánico se ve en toda la obra de Quijote como algo implícito y esencial a ella. No sería sorprendente esto si atendemos al hecho de que la brujería o hechicería era un motivo claro y aceptado de la vida cotidiana del Barroco. La España del siglo XVII, tal y como ya ha mostrado eminentemente Caro Baroja en sus innumerables estudios, es una sociedad repleta de obscuridades míticas y supersticiosas: la brujería no era menos. Este formato mágico y brujeril es constante no solamente en el Quijote, sino en toda la obra cervantina. Lo mágico era algo aceptado, admirado y estudiado en aquellos días, y creer en ello no tenía porqué ser motivo de burla por parte de alguien. La brujería aislada de ese aroma exotérico que se le había provisto, era claramente el resto inmutable del pasado pagano del Hombre, de su relación con la Madre Naturaleza. La brujería como ente esotérico, ofrecía muy por el contrario un panorama bien distinto. Consecuentemente, la brujería puede ser considerada como chamanismo ya que todo el trasfondo cultural, emocional y ritual de ella es perfectamente equiparable a aquel. En definitiva, el brujo es la misma figura que el chamán la diferencia está en esto: el chamán posee un pueblo al cual está adherido cultural y emocionalmente, una mitología a la cual está comprometido y un sistema de creencias religiosas que caracterizan su proceder dentro de la medicina tradicional de su pueblo; el brujo por el contrario, es un chamán que ha perdido su pueblo, sus creencias religiosas y que emocionalmente sólo está comprometido consigo mismo y con su arte. El brujo aparece pues como un ser independiente de la sociedad y del credo que la caracteriza, es más debido a esto, se le ve como enemigo público, y su arte que supuestamente es un arte de curar, pasa a ser un arte de enfermar, es decir, el brujo pasa a ser popularmente considerado como un artífice del mal y un “enviador” de enfermedades y desgracias. De don Quijote podría decirse exactamente lo mismo, pues aparece en la sociedad del mismo modo en que lo habían hecho los brujos: como restos de una edad pasada y con ánimo de mantener y/o recuperar algo que se había perdido. Se le ve como un ser ennegrecido en su alma, feo y perverso en su cuerpo y avituallado con las armas del mal. Se reúne en perversos sabbats o reuniones de brujería, donde se dedica a entablar relaciones con el jefe de la maldad—el Diablo—y a partir de ello enlarga su sabiduría con el único propósito de fastidiar la vida de los componentes de la sociedad. Para poner fin a ello, la Inquisición se había envestido el poder de acabar con ellos por medio de la tortura, el encarcelamiento y la quema pública de sus cuerpos. Una vez que el chamán fue desmembrado de su tribu, de su sistema tribal de creencias y fue puesto en medio de una sociedad, pasó a ser un brujo por la sencilla razón de que no quiso aceptar las normas sociales que brindaban un obnubilado futuro. El brujo prefirió seguir conservando su saber tradicional, su relación con los dioses y espíritus los cuales habían pasado a ser de meros espíritus a servidores del espíritu del Mal o Satán. Por ende, el brujo era ahora un servidor del Diablo, una peste social y un desafiante de los poderes de la Iglesia; en conclusión un enemigo de Dios. En este ambiente confuso y vulgar es donde aparece don Quijote, un defensor de la verdad y del espíritu, un demoledor de cuerpos y materias y un soñador de mundos brujeriles. Los elementos brujos son obvios en don Quijote, no ya en su modo de actuar y pensar, sino en su modo de ver la vida. La vida para don Quijote es el producto de la acción de encantadores, de demonios malignos que nos acechan inminentemente.





Hans Baldung Grien, El escudero embrujado (1484-85)





Si Cervantes no nos presenta explícitamente a don Quijote como un brujo, el proceder del personaje responde en muchos aspectos al de éste. Sancho más que un escudero es la metáfora del aprendiz de brujo, del discípulo enmascarado en la simpleza. Tal máscara se percibe con más perfección en el tomo segundo de la obra cuando Sancho comienza por abrir la obra profiriendo toda clase de argumentos sensatos e incluso filosóficos. Toda una labor que hace para llegar a ser caballero como su maestro. La conceptualización que don Quijote tiene del Caballero es la misma conceptualización que en las sociedades “primitivas” el chamán tiene sobre el guerrero, el defensor de su pueblo y de la verdad. Además de chamán se es también guerrero, pues la vida es un guerrear constante. El guerrero nunca pierde batalla alguna, su orgullo y decisión están a la misma altura. Sus fronteras son su propio cuerpo, el cual es usado como vehículo perecedero, como algo que caducará y que su único sentido es transportar el alma del guerrero. Este guerrero se transforma en el Medioevo en el Caballero, y su conceptualización se profetiza a través de las órdenes de Caballería. Por ello, la misión de don Quijote es reavivar de nuevo al guerrero chamánico y no al caballero medieval; haciendo de su figura y su tesón la labor que le ha tocado llevar a término: combatir el mal para liberarse a sí mismo de las ataduras del mundo. Por esto, el caballero tiene que ser un ser curtido y servidor de la ley inmutable y eterna de Dios, un hombre que posea la virtud de haber logrado una exquisita vida interior. El caballero al igual que el chamán o brujo, debe de poseer una fuerza espiritual muy superior a aquella de su cuerpo, pues éste es decadente y caduco. Seguidamente, el caballero se nos presenta como un humanista que mediante el ejercicio de las armas desea el bien de su pueblo. Así, el caballero es un modelo a imitar, un dechado de orgullo y sabiduría. Lo primero que el caballero desea es reformar aquello que está deformado por el inexorable uso del tiempo. El caballero actúa como reformador cuya influencia humanista se acentuó especialmente con la corriente erasmista tanto en Europa como en España. Una época de obsesión exclusiva por el dinero, y un período histórico en el cual las virtudes eran vituperadas y desprovistas de importancia, tal esquema nos tendía el Barroco. En esta forma desnaturalizada de sociedad, el caballero desea restaurar lo perdido, y por ello vive acorde a sus ideales de una sociedad feliz y libre de todo yugo. Así la vida pastoril, de montaña o sencilla es el ideal supremo al cual puede aspirar el hombre. La sencillez se encuentra en el campo, en la vida retirada del bullicio y el egoísmo y violencia de la ciudad. El mensaje del humanismo es precisamente ese, o sea el recuperar la sencillez del hombre antiguo que vivía en pequeñas comunidades donde todo se compartía y todos conocían a todos. Si en el brujo hemos visto como su antepasado al chamán, y al caballero como recuperador de los valores éticos de aquella práctica chamánica; ahora, es la pequeña comunidad, el pequeño pueblo de montaña o llanura, el descendiente directo de la orden, de la tribu que en aquella Edad de Oro se fundamentaba sobre sus nobles principios. Este modo de ver la vida del hombre se remontaba ya a la Utopía de Tomás Moro, quien describe en su obra la vida y costumbres de los habitantes de una isla que destacaban precisamente por sus virtudes. Es necesario reiterar el hecho de que las virtudes eran cualidades del alma, que el cuerpo era –sin embargo, un reflejo de aquellas, por eso el arte pictórico del Barroco se esfuerza por plasmar cuerpos llenos de armonía y perfectos en su estructura.



IV. Don Quijote no es un caballero medieval.



Maravall en su obra El Humanismo de las armas en don Quijote ve básicamente en don Quijote una figura medieval con acentos renacentistas. Un ser humano con ansias de querer resucitar el arte de la Caballería medieval, y con fuertes preocupaciones y aspiraciones humano-erasmistas. Empero, pierde el enfoque antropológico que verdaderamente viste al personaje como metáfora. Don Quijote es pues la culminación del humanismo y la personificación de la filosofía de Erasmo de Rotherdam. En este sentido, tal y como Maravall señala, la figura del Quijote es una negación de la materialidad del dinero y la crítica de lo que socialmente representa. Para don Quijote la cuestión monetaria no posee importancia alguna, pues él mismo dice que los mismos caballeros no llevaban dinero consigo mismos: “Don Quijote se mueve aquí, por una parte, dentro de la vieja concepción estamental que distingue tres partes en toda sociedad orgánicamente establecida: los que oran, los que pelean y los que trabajan.”[2] Así pues, el ideal quijotesco se plasma en su discurso sobre la Edad de Oro que él tanto desea volver a recuperar. Sin embargo, tal y como Maravall añade don Quijote tampoco rechaza las riquezas sino que admite que se puede llegar a ser rico tanto por el camino de las letras como de las armas.[3] Don Quijote aspira al poder no a la riqueza. Pero también es cierto que él aspira a ser un héroe, un hombre de nobles fines que ha de ser mundialmente conocido por sus aventuras y logros. En consecuencia, don Quijote ve la guerra no como una empresa para ganar dinero, sino para formarse interiormente, para fraguarse a sí mismo en su nobleza.[4] En todo esto don Quijote es netamente medieval, un caballero perdido en el tiempo: “El representante del viejo espíritu caballeresco rechaza, porque no puede ni siquiera comprenderla, la situación política nueva, en la que a determinadas personas y no a otras se les constituye en función pública…”[5]



Lo que Maravall no se ve en absoluto es el trasfondo “primitivo” y chamánico que caracteriza las acciones de don Quijote. En ello existe un espíritu de contracorriente que va siempre anexo al Quijote, un elemento antagónico hacia la sociedad gubernamental del XVI, de modo que además rechaza la limpieza de sangre y la pureza de la misma. En todo eso don Quijote no es medieval sino más bien responde a la personalidad del brujo, y no es sorprendente si atendemos a que la época en que don Quijote surge es la época de la quema de brujas y de la obsesión católico-protestante por la limpieza de sangre y del dogma. Maravall introduce la concepción guerrera de don Quijote como una acción que ha de hacerse cuerpo a cuerpo: “Una batalla es un encuentro o una serie de encuentros, reducidos en número, entre caballeros. Es, por de pronto un cuerpo a cuerpo…”[6]



El mundo caballeresco “suponía un sistema de vida social en el cual el enemigo, el hostes, era un enemigo privado personal.”[7] Por consiguiente, nos podemos permitir el lujo de decir que la mayor batalla que don Quijote está librando es una batalla mortal consigo mismo, contra-sí-mismo, es decir, se nos presenta como un caballero espiritual con trazas de moralista: “Con su ejemplo y con sus armas él quiere combatir a los enemigos según la moral, no según el derecho y la política.”[8] Pero el carácter de don Quijote no solamente va madurando poco a poco, sino que va adquiriendo igualmente valores individualistas en su modo de proceder; cosa que es plenamente renacentista: “Descubrimiento del individuo que atañe tanto a la belleza y perfección de su cuerpo como a la riqueza psicológica y moral que en su interior encierra.”[9] Esto es el brujo del siglo XV y XVI y no tiene que ver nada con el renacimiento. Podemos encontrar ejemplos en Cornelio Agrippa y como en su Filosofía Oculta intenta hablar del todo en equilibrio incluyendo al cuerpo humano. Ese concepto queda claramente recogido en la filosofía de la vida de don Quijote. En el Renacimiento el cuerpo es visto como una entidad armónica con el alma: cuerpos perfectos para almas nobles, hecho que en España la pintura de Velázquez entre otros pintores del Barroco recogerá eminentemente. Sin embargo, en el Medioevo, el cuerpo era considerado como el contenedor del pecado, el móvil que nos lleva hacia la vida pecaminosa, y por ende la materia de la cual hemos de ser liberados demostrando una continua lucha contra él. Maravall resalta que existen unos interesantes paralelos entre las esculturas de Michelangelo y el pensamiento sobre el cuerpo y la anatomía que tiene don Quijote quien “resalta una alta estimación por el cuerpo humano: su hermosura, donaire, gentileza, fortaleza, preocupa en cualquier momento a Don Quijote y con frecuencia se alaba de poseer tales perfecciones.”[10] A este punto Maravall se contradice pues si fuera medieval, don Quijote no ensalzaría al cuerpo, sino que lo despreciaría. En el chamanismo, así como en la posterior brujería, el cuerpo es la materia en la cual está encerrada el alma del chamán, y por medio de la cual él agradecidamente puede actuar. Por lo tanto, el brujo más que despreciar su propio cuerpo lo protege, pero al mismo tiempo lo arriesga en todos sus combates. Seguidamente, la perfección del cuerpo debe ir en armonía con la perfección del alma, es decir, con los fines morales a los cuales debe de aspirar el hombre/mujer. Empero, y esto lo vuelve a omitir Maravall, el cuerpo de don Quijote es precisamente lo opuesto a la belleza y la armonía de las esculturas del Renacimiento.[11]





Michelangelo, La Vittoria (1532-34)



Es el mismo hombre el que se labra su futuro y no la diosa fortuna; uno debe luchar por su futuro mediante sus hechos, sus acciones morales y estas deben de ser lo más caballerescas posibles. Esta forma de hacerse-a-sí-mismo lleva a don Quijote a pensar que no existen clases sociales no divisiones y que todos somos iguales y tenemos las mismas oportunidades: “Nada hay que valga más que el individuo y en sus obras personales se encierra la causa de todo mérito. Con el brío de su poderoso individualismo, Don Quijote rompe los moldes de toda ordenación estamental. Y no sólo en su favor, sino también con vistas a su escudero.”[12] Este tipo de independencia sobre “lo aceptado” es típica del proceder de los brujos de la época, pues tampoco para ellos ni había estamentos ni reglas por las cuales regirse exceptuando aquellas de la brujería, que en don Quijote son enmascaradas por las de la caballería andante. La relación entre don Quijote y Sancho no es una relación entre caballero y escudero, sino más entre brujo y discípulo. El molde es roto por motivos brujeriles y no por aquellos de la caballería andante. Otro hecho es ver como don Quijote es profundamente humanista, y su dechado caballeresco es el Amadís de Gaula, tal y como él mismo testimonia en su aventura en la Sierra Morena.



V. La virtud del brujo.



La preocupación principal de don Quijote es llegar a ser virtuoso, siendo entendida tal virtuosidad como la acción moral de querer ayudar a los demás, de hacer geniales empresas que nos deparen un futuro de inmortalidad. Por tanto, ha habido no sólo un cambio de nombre sino de realidad en don Quijote, pero “nada destruye esa realidad para él de su mundo, y cuando los otros se niegan a ver como él asegura que son las cosas que le importan, son los otros y no él los que sufren la acción de los encantadores.”[13] Este es el proceder del brujo, su filosofía de la vida como continuo batallar de fuerzas que escapan a la inteligencia humana. Para ser brujo y conocedor de lo desconocido, para poder ver lo que está oculto y los demás no pueden ver ni oír, don Quijote no solamente tiene que renovarse por dentro, sino que además tiene que renovar – o mejor dicho re-inventar el mundo exterior. Este proceso de re-adaptación de uno mismo al mundo exterior viene dado por un cambio radical del sistema perceptivo del mismo. No son los ojos del cuerpo los que cambian ni los que se adaptan al mundo, sino los ojos del alma los que se ensanchan y amoldan a la exterioridad de la existencia. Por eso, don Quijote vive en un mundo de ilusiones ópticas, de fantásticos seres que nadie puede ver ni sentir excepto don Quijote. La corporeidad de los ojos desaparece para fundirse con la espiritualidad de los ojos anímicos. Los ojos del alma se funden en uno solo dando lugar a una percepción e interpretación de la vida completamente distinta de la que nosotros tenemos. Así pues, don Quijote tiene que construir un mundo a su altura, a la altura de su perspectiva y con las oportunidades y desastres que su mundo debe de poseer para llegar a ser virtuoso. Las contiendas, las desgracias, la sangre derramada no es sino un modo de adquirir poco a poco esa honra interior, esa virtud que es capaz de dar la serenidad de ánimo al estar completamente seguro de que su misión es noble y verdadera. Se trata de un brujo librando su propia batalla interior.

Maravall alude también al tema del amor como elemento esencial dentro del Quijote. Es mediante el amor como un ser humano alcanza su perfección, y es mediante el amor como don Quijote aspira a realizar su empresa. Tal concepto del amor es una virtud. Para don Quijote el amor es un punto de apoyo importantísimo a la hora de luchar cada batalla en la vida. Pues la vida es puro y duro batallar. La vida es para don Quijote una batalla constante donde uno ha de demostrar su valía, talento, bravura y decisión en aceptar la voluntad divina. Consecuentemente, es por el respeto y el amor por lo que don Quijote vive; ese amor y respeto a Dulcinea del Toboso. El caballero espiritual se caracteriza principalmente por su capacidad de amar, por su nobleza interior a la hora de amar de y llevar a cabo su amor por la gracia divina. Es la voluntad del Supremo quien dicta esa nobleza y quien despierta el verdadero amor en el corazón humano. Así, se puede hablar del desarrollo de una virtud a lo largo de toda una vida moral. Para ser digno de ese amor, uno tiene que ser virtuoso o, al menos luchar por la perfección moral. De nuevo, el hombre es hombre no por la belleza de su cuerpo, sino por la pulcritud de su alma. Don Quijote es un caballero andante que lucha con la fuerza de su voluntad avivada por la llama virtuosa del amor; siendo andante en el sentido de que viaja y corre por tierras que le traen aventuras y nuevas experiencias para mejor entender la vida. Viajar es por tanto, no una “simple peripecia física, un desplazamiento material, sino algo que acontece al hombre y que le hace de otra manera.”[14] Este desplazamiento es el verdadero movimiento que tiene que hacer el alma para re-adaptarse al mundo. En realidad Maravall pierde el sentido de esa metáfora, pues se trata de un viaje al interior del ser, es un viaje interior por las llanuras de lo humano cuyo fin será la renovación espiritual.

En efecto, no se trata de una cosa material sino netamente espiritual. El materialismo de don Quijote es prácticamente nulo. En ello, la verdadera batalla no es a campo abierto y material, sino en el terreno espiritual de nuestra interioridad. En esta batalla interna adquirimos nuestra virtud. Maravall habla en esto con propiedad al reconocer que “por consiguiente, (hay) que hacer de la vida entera un combate para de ese modo conseguirla. No otra cosa hace Don Quijote.”[15] La belleza del cuerpo no lo es todo, es más, uno puede llegar a ser capaz de ver la belleza del alma y transplantarla ésta sobre aquella. Este es el secreto de cómo y porqué don Quijote ve en el cuerpo de Aldonza Lorenzo toda una belleza anímica que llama él mismo “Dulcinea del Toboso”; el mismo don Quijote dice “píntola en mi imaginación como la deseo.” Una vez más para hacer esto, el brujo debe de estar interiormente cultivado y dispuesto a cambiar su percepción, dispuesto a ver el mundo desde el lado de su voluntad. De esta forma, el brujo es un guerrero espiritual que tiene que luchar contra su mismidad para llegar a y poder construir su voluntad. El caballero andante don Quijote lucha contra-sí-mismo porque “la victoria de sí mismo, el triunfo del ánimo esforzado, es su quietud…”, lo que transformándose en paciencia hace de sí mismo un caballero “cristianamente paciente y sufridor.”[16] Si es el amor lo que da sentido a la empresa de don Quijote, va a ser posteriormente la paciencia lo que va a darle la fuerza. Pero la paciencia no se experimenta si no se cultiva, si no se crea el hábito de hacerse paciente. Con todo esto, don Quijote “va a conseguir un hábito virtuoso, que, en cuanto hábito, es una Segunda naturaleza, una transformación de su primer ser, un ser otro que borra por completo lo que primeramente era.”[17]



VI. Amadís y Quijote: la coronación de la virtud.



También pueden verse tales rasgos espirituales en el Amadís de Gaula. En la época de los Reyes Católicos el ideal de caballero era Esplandián y no el Amadís de Gaula[18]. Detrás de este modelo estaba el ideal de la expulsión de razas y del genocidio que tan innato ha sido en la historia de España. Olmedo sabiamente dice: “El espíritu de Amadís no era este. Montalvo lo cristianizó con los ejemplos y doctrinas que añadió al texto primitivo, y bosquejó en el Esplandián la imagen del verdadero caballero a la española...”[19] La victoria personal es la conquista de la moral como sistema de vida, de una moral pura y caballeresca que aspira a sublimes obras. Este es cabalmente el sentido místico del Quijote, su lado oculto es su mismo misticismo en cuanto a entender los hechos cotidianos de la vida y cómo estos encajan en su modo de percibirlos: ese es el Quijote brujo. Este sentido oculto es un sentido que hay que aprender a descifrar y que posee una directriz específica en toda la obra. Esta directriz queda trazada en el tema de la “locura” de don Quijote, no ya en el modo en que habla o argumenta, sino en el modo en que actúa.



Algo muy importante a resaltar aquí es, que para don Quijote el modo de pensar y el modo de actuar van en perfecto equilibrio. Don Quijote actúa conforme a aquello en lo que cree, y se mantiene firme en tal credo. El credo no va dictado por su razón sino por su voluntad, la voluntad de hacer realidad aquello en lo que cree. El sentido de la voluntad de don Quijote es el mismo que el del brujo. Y aquello en lo que cree es lo que da sentido a su vida: el amor, las hazañas caballerescas y el coraje. Don Quijote tras ser vencido se autoproclama vencedor en su mismidad y racionalidad. El caballero andante de La Mancha puede ser enclenque y desaliñado en sus vestiduras, pero es firme en su propósito y noble en su acción. Así pues, este sentido de la voluntad coincide de manera especial con el Amadís de Gaula, quien no siendo más fuerte que sus combatientes sí es firme en su propósito y voluntad de llevar a cabo aquella misión en la que “Dios lo ha tomado como instrumento para abatir a los soberbios y castigar a los malvados.”[20] Por ello tanto el Amadís como don Quijote luchan contra el mal de la soberbia, contra la maldad del egoísmo. Sin embargo, todos al unísono creen muy cristianamente que sólo Dios da la victoria.[21]



Detrás de tal esquema místico lo primero que se fundamenta es la negación de la realidad del ego como tal, es decir, que el caballero espiritual se niega a sí mismo para llegar a ser otro, siendo ese “otro” un instrumento de la voluntad de Dios. En Amadís tenemos por ejemplo ese ideal de caballero espiritual cristiano que siempre ha de salir vencedor incluso en las más arduas hazañas. En ese sentido, en el Amadís se da –tal y como dice Olmedo una “superioridad del espíritu sobre la materia, de la gracia sobre el pecado, del ángel sobre la bestia…”[22] Esto es pura brujería tal y como era entendida por el Santo Oficio.



VII. El nacimiento del brujo.



El brujo nace por amor, para el amor y para amar. Uno de los más nobles enigmas en la obra cervantina es cómo y dónde nace el Quijote. Si fue producto de amor a la humanidad o de odio hacia ella. Se dice que fué en la prisión de Sevilla donde Cervantes sintió el vaho bendito del caballero andante de La Mancha. En la prisión de Sevilla Cervantes concibe don Quijote en este “castle of misery, where sadness was perpetually enthroned, in this stronghold of blackness and despair amidst unceasing cries of anguish and tears and blasphemy that Miguel de Cervantes met the Knight of the Rueful Countenance. It was here that for the first time the Ingenious Gentleman of La Mancha ambled up on Rosinante to succour and help him in his distress.”[23] El sufrimiento de Cervantes se vió equilibrado y redimido por el nacimiento de don Quijote quien siendo un “powerful magician…gave him (a Cervantes) his everlasting liberty. The prison doors were flung open wide; the chains fell from his wrists. For the good knight arrived bearing with him a stock of an infallible elixir against the foolishness and spitefulness of man. In his hands he carried sweet fancy, dreams without bourn, imagination-miraculous panaceas all which closed and healed the cruellest of wounds.”[24]



En realidad, lo que Cervantes desea introducir en su obra maestra no es un caballero loco y desaliñado, sino un caballero espiritual, un brujo que lucha contra la sociedad y contra el Santo Oficio no considerando normas algunas. Don Quijote es el guerrero que aún perdiendo toda batalla, sale airoso y vencedor en sus fueros internos, en su orgullo y nobleza de llevar a cabo la tarea por la cual a venido a nacer: luchar contra las injusticias en el mundo. Una vez que se cruza esa frontera de la realidad y se transmutan los valores y los planos de la existencia, una vez que se viaja a ese otro lado de lo real, lo que queda es el alma misma del ser humano. El brujo ha tenido que emprender ese viaje para hacerse-a-sí-mismo. En ese otro lado no existen ni perdedores ni vencedores, sino un mismo fin común para todo ser viviente, un fin que nos hace humanos, quizá como dijere Nietzsche demasiado humanos. Ese fin común es el amor. Por ello, don Quijote nunca pierde batalla alguna porque siempre le queda el amor como fuerza vivificadora de sus acciones. Desde el punto de vista orteguiano, Cervantes es un escritor realista y sensualista; realista porque centra su obra en la res, es decir, en la cosa del mundo, en la materia viéndola como mera apariencia; sensualista porque centra su realidad en la función del ojo como revelador de aquella realidad enmascarada, ya que el ojo posee la retina, la cual es “el órgano del concepto”.[25] Este sensualismo portador del Eros, que también se ve en la mascarada dionisíaca, parte de los sentidos para llegar a internalizar las vibraciones recibidas del exterior, vibraciones que son reflejos o sombras, es decir, apariencias o fenómenos. Por ello, para conocer el mundo es necesario saber su sentido, o sea, “la sombra mística que sobre ella vierte el resto del universo”.[26] Ortega nos dice que el sentido de la existencia, de las cosas del mundo proporciona la pregunta existencial. La pregunta por el sentido de la vida viene condicionada por la respuesta en el amor:



“Decir de un objeto que lo amamos y decir que es para nosotros centro del universo, lugar donde se anudan los hilos todos cuya trama es nuestra vida, nuestro mundo, ¿no son expresiones equivalentes?”[27]



De esta forma, el Eros es expresión del mundo y de la vida. Esa es la conceptualización de lo erótico en los ritos de brujas. Fue precisamente por amor por lo que don Quijote se lanza a la aventura. La aventura quijotesca es una aventura erótica, por erotismo don Quijote cambió de plano de la realidad. Cervantes habla de don Quijote como de una panacea para sus males existenciales, sobre todo los acarreados a partir de su regreso del cautiverio. Cervantes vuelve a España con la mirada escéptica en su corazón, olvidado por su valor pero hecho un caballero espiritual “rico como ninguno en la ciencia de conocer lo humano, doctor de almas…”[28] En Cervantes sería necesario ver al guerrero que no se da por vencido nunca, y que incluso siendo “perdedor” y “sufridor” de injurias y desgracias se siente un ganador de la paz eterna, de esa paz y sosiego interior que sólo a través del fuego purificador del dolor y la miseria se puede alcanzar. Ese es el más íntimo significado de la obra maestra de nuestro escritor, que el hombre aún siendo derrotado puede salir vencedor en sus empresas.



El caballero cristiano, al igual de Cristo como su modelo y maestro superior, se auto-afirma a sí mismo mediante sus acciones, es decir, a través de sus acciones se ve quién es cada uno de nosotros. Si Cristo fue crucificado y vejado y además resucitó, es obvio y evidente que no fue ningún perdedor, sino que sus obras y su vida fueron ejemplo eterno para la humanidad. El caballero cristiano, el caballero espiritual es exactamente un imitador de Cristo, quién estando herido y colgado de la cruz había vencido su batalla en el mundo. Por ello, don Quijote puede ser vapuleado, golpeado brutalmente hasta perder media oreja e incluso sus dientes, puede ser un loco que lucha demonios, fantasmas y gigantes. Don Quijote puede ser un iluso que cree en un mundo irreal, tal vez sea un caballero perdido en el tiempo y en busca de una utopía que no existe en ninguno de los mundos posibles. Don Quijote bien pudiere ser todo eso y aún más, pero–y este es el verdadero misterio de la obra, sin embargo don Quijote sale vencedor en todas sus acciones gracias a la firmeza de su corazón y a la fe que profesa a la orden de la caballería andante. Por estas razones, don Quijote es un caballero espiritual, un brujo cuyo “mensaje era para el mundo, fuera del espacio y del tiempo, dirigido por lo alto de su siglo a todos los siglos, escrito en fijación del alma de una lengua y de una raza para todas las razas y lenguas.”[29]



VIII. La risa quijotesca.



Finalmente, podemos sacar de ello como directriz de nuestra investigación que en don Quijote no ya se dan los caracteres trágico-cómicos sino que además, la risa de don Quijote es el humor del caballero andante, un humor místico, es decir, en don Quijote se da lo que Nietzsche llamara la risa dionisíaca. Nietzsche analiza el hecho de que la sabiduría posee unos efectos embriagadores que producen la risa, un ditirambo embriagador que nos convulsiona hasta hacernos reír del mundo y de nuestros valores y convicciones. Zarathustra en la obra nietzscheana es el portador de tal risa, el que busca una vuelta a la naturaleza y el que bendice la sabiduría mediante el dolor de lo humano. En este sentido podemos establecer un paralelismo entre él y don Quijote. Paralelismo que se da también entre lo dionisíaco, la risa y lo carnavalesco en la obra cervantina, pues la risa dionisíaca es una risa de carnaval. Dionisos es un dios embriagado, salido de sí mismo, un dios enloquecido por la eternidad de la existencia, por la desollez del sufrimiento humano. Por ello, Dionisos lleva una máscara que le previene de mostrar su verdadero “yo”, la risa y la máscara van unidas, pues la vida en los ritos dionisíacos son vistos como mero carnaval, mera apariencia donde todos jugamos nuestro rol impuesto. Este concepto es claro y evidente tanto en la vida como en la acción de don Quijote. El caballero andante de La Mancha no sólo es un brujo que ha perdido su Edad de Oro y su “tribu” con la cual vivía, sino también es un claro exponente de lo carnavalesco y dionisíaco. El dolor en lo carnavalesco produce la risa, esa risa convulsionante de corte dionisíaco. Don Quijote se ríe del dolor, y es más aún, necesita de él para purificarse y para demostrar que tiene una misión que llevar a cabo y que él es hijo de sus obras. Cervantes vio en lo carnavalesco la idea precisa para escapar de la realidad y refugiarse en lo ideal, es decir, mediante lo carnavalesco Cervantes es consciente de la apariencia y mentira de la vida, por ello la “risa le preservó del mal, le sirvió de tinta y de tintero, con su natural mezcla de lágrimas y sol…”[30] La risa pues, se presenta como medio purificador del alma, como medio de ascensión hacia la dimensionalidad de lo sagrado, del plano divino de la redención. Esta visión de la realidad es típica en la obra cervantina, donde lo real y lo platónico se entremezclan.



El verdadero brujo es ante todo un guerrero, un guerrero espiritual que lucha no ya por el bienestar de los demás, sino por alcanzar la perfección divina. La caballería espiritual se funda en el hecho de cambiar el ser de una persona y transformarse en otra distinta, es decir, en un hombre mejor a los ojos de Dios. Esta es la clave de la búsqueda espiritual, por ello el brujo aparte de ser un guerrero pasa a ser también un místico, ya que la distancia—que debido a sus acciones existe—es cada vez más corta al centro de la divinidad. En don Quijote podemos ver todas estas cualidades de querer ser místico, espiritual y guerrero que lucha por el bienestar del mundo y mandado por la voluntad de Dios. Esas características entre otras son las que hacen al caballero de La Mancha un guerrero espiritual. La creencia en un Dios, la motivación mediante el amor y la consciencia de llevar a cabo la voluntad divina son los atributos del caballero espiritual, y todos esos atributos coinciden perfectamente en la figura de don Quijote.












[1] José Antonio Maravall: El Humanismo de las armas en Don Quijote. Instituto de Estudios Políticos, Madrid: 1948; pg.160.



[2] Maravall, El Humanismo de las armas, pg.31.

[3] Ibidem, pg.33.

[4] Ibid., pg.39.

[5] Ibid., pg.46.

[6] pg. 52-53.

[7] Pg. 56.

[8] Pg. 58.

[9] Pg. 69.

[10] Pg.70.

[11] Maravall, pg.72.

[12] Pg. 78.

[13] Pg.186.

[14] Pg. 114-15

[15] Pg. 127.

[16] Pg. 135.

[17] Pg. 160.

[18] Sobre este punto ver Félix G. Olmedo: El Amadís y El Quijote. Editora Nacional, Madrid:1947.

[19] Olmedo, pg.13.

[20] Olmedo, pg.30.

[21] Olmedo, pg.33.

[22] Olmedo, pg. 71 y ss.

[23] Roger Boutet de Monvel: Cervantes and the Magicians. Haskell House Publishers Ltd., New York:1973; pg. 216-217.

[24] Boutet de Monvel: Cervantes… pg. 233.

[25] Ortega y Gasset: Meditaciones del Quijote. Revista de Occidente, Madrid:1966.

[26] Ibidem, pg. 99.

[27] Ibid., pg.100.

[28] Eugenio Orrego Vicuña: Historia del Ingenioso Hidalgo Don Miguel de Cervantes. Universidad de Chile, Santiago de Chile: 1947.

[29] Orrego Vicuña: Historia del Ingenioso Hidalgo… pg. 66.

[30] Orrego, pg. 157.

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