EL MUNDO ESPIRITUAL DE LOS SELK'NAM

MARTIN GUSINDE

EL MUNDO ESPIRITUAL DE LOS SELK'NAM
(Fragmento)
b. Memoria y facultades de imitación
La predisposición natural y el constante ejercicio, a que están obligados estos indígenas por su falta de escritura y de cualquier otro medio de retención, convierten su memoria en especialmente fidedigna. Nunca olvidan las cosas que les parecen de importancia, todo lo que los alegra o los entristece, ante todo las ofensas de un enemigo; tampoco se escapan de su memoria las circunstancias que rodean un acontecimiento, el tenor literal de un insulto, el desarrollo de una lucha y las personas participantes. Hay que añadir: su propia vida, la historia de sus parientes cercanos, de su linaje y de sus antepasados, y, por último, toda su tradición tribal, que es bien conocida por cada uno. Es cierto que para esta gente existe muy poca distracción y esparcimiento, por lo que pueden dedicar todo el esfuerzo de su memoria a lo que acontece a su alrededor; pero ese poco lo conservan con fantástica seguridad.

Si los europeos les hacían promesas que luego no cumplían, cosa que sucedía bastante a menudo, raras veces eran increpados al respecto por los aborígenes; pero éstos sentían tal conducta como una ofensa o un desprecio y la comentaban entre ellos, a solas. Recién cuando, muy a disgusto mío, me recordaron, después de meses, ciertas promesas que había efectuado con mucha ligereza, aprendí a expresarme con mayor cautela. Para mi disgusto tuve que aceptar ser equiparado con aquellos visitantes de la Tierra del Fuego que, por la exacta descripción personal que recibí, pude identificar perfectamente y que, como indignos representantes del europeísmo, habían causado grandes daños a los indígenas. De la misma manera como GALLARDO (Los Onas, Buenos Aires 1910, p. 129) asigna a los adultos "una memoria privilegiada", también los misioneros tienen mucha razón al decir que "la memoria de algunos niños podrían envidiarla muchos de los civilizados" (Del Turco en BS; 1904).

La memoria local extraordinariamente segura de esta gente nunca los abandona. De este modo conocen con absoluta exactitud cualquier pequeño sitio de su terruño y descubren cualquier modificación que se produzca; nunca siguen una senda equivocada y tampoco se extravían cuando dan rodeos. Están constantemente en marcha y, por lo tanto, en condiciones de determinar sin lugar a dudas cualquier punto de cita. Esto lo hacen con gran seguridad, aunque el punto de reunión se encuentre en lo más recóndito de los bosques o quebradas. El hombre avanza en línea recta hacia el sitio donde está el nido de ave que hace días había descubierto en la espesura del bosque, tal vez a mucha distancia de donde se encuentra ahora. Lo mismo acontece con los trozos de carne o con las máscaras, que ha escondido muy bien (ver GALLARDO, p. 129). Es que en todas sus caminatas observa ininterrumpidamente y con gran atención todo lo que sale a su encuentro1.

La memoria de esta gente tiene un buen complemento en su agudo talento observador y en su facilidad de comprensión. Sin dificultad alguna captan, por ejemplo, sonidos de lenguas extranjeras, y los repiten con exactitud. Ya DARWIN mismo sabe decir (en Narrative; III, 229) en favor de los haus: "they could repeat with perfect correctness, each word in any sentence we adressed them, and they remembered such words for some time..." De allí resulta comprensible por qué mis indios perdían la paciencia cuando yo les pedía que pronunciaran repetidamente tal o cual palabra, que deseaba fijar fonéticamente con exactitud. Muy a menudo tuve que escuchar: "¿Para qué quieres que te diga nuevamente esta palabra? ¡De todos modos no la aprenderás!" La gente joven y de mediana edad logra con enorme facilidad aprender la lengua de los blancos, que por su esencia está en el polo opuesto de su propio lenguaje. Aparte de este dominio particular ellos recuerdan con seguridad y sin esfuerzos todo aquello que registra su atención siempre despierta –o sea prácticamente todo lo que ocurre a su alrededor, trátese de los hombres mismos o de la naturaleza animada e inanimada2.

Con esta memoria segura e infalible se combina aún una sobresaliente capacidad de imitación, que los beneficia grandemente en su quehacer económico, en su actividad vital y en sus charlas. El relincho de los guanacos machos, el rugido de los leones marinos, el gorjeo de los pájaros suena en su boca igual que lo produjeran esos mismos animales, por lo que éstos prestan atención o se acercan3. Lo que en la conducta de un forastero les resulta desacostumbrado o extraño, ridículo o jocoso, lo captan con mucha seguridad y, en rueda de buenos amigos, lo reproducen con naturalidad. En las exageraciones, de las que nunca se carece, se atienen estrictamente a la línea de lo verosímil y nunca caen en distorsiones injustificadas. Ante quienes son objeto de tales diversiones nunca se atreverían a efectuar este tipo de representaciones, pues su sentido del tacto se lo impide. Esta predisposición ya se manifiesta en los niños, y es muy divertido espiar a muchachos vivaces y despiertos cuando están entre ellos y se disponen a imitar a un anciano torpe en su caminar, en sus movimientos y en su forma de expresarse. Todo esto lo hacen con sorprendente naturalidad y, al mismo tiempo, con divertida gracia4. En su misma disposición natural están dados los mejores supuestos para la adquisición de ciertas habilidades técnicas, como la confección de armas y utensilios, y la ejecución de determinados movimientos corporales o de actuaciones ceremoniales, como ocurre en los papeles de los numerosos espíritus del Klóketen, o en la actuación formal de un hechicero. De todos modos sorprende la fabulosamente exacta coincidencia de todos los actores en la representación del mismo papel o en las actuaciones ceremoniales. No se equivoca uno entonces si afirma que todos los gestos expresivos, o las ceremonias, danzas e interpretaciones, reproducidas según fórmulas rígidas, no han sufrido alteraciones apreciables a través de los siglos. Por otra parte, los indígenas no escatiman el largo e insistente camino del ejercicio y los constantes ensayos.

Probablemente sea difícil de determinar si nuestros selk'nam llevan considerable ventaja sobre otros pueblos primitivos en cuanto a estos dones de la naturaleza, es decir, su feliz memoria, su agudo don de observación y su excelente talento de imitación.
c. Desarrollo de la fantasía y de los sentidos

Puesto que estos indígenas dependen incondicionalmente en todos y cada uno de los aspectos de la muy mezquina naturaleza circundante, y como ni siquiera la actividad económica puede abstraerse de la opresión de la naturaleza para ser llevada a los carriles de una cierta independencia, estuvieron obligados a captar, con mucho mayor agudeza de sentidos y con vigilante atención, todo lo que pueda serles útil y facilitar su existencia o simplificar su economía. Disponen de una extraordinaria sagacidad, a la que se une una atención extraña para nosotros, los europeos; ambos talentos dan origen a una rápida comprensión y a una combinación muy segura de ideas, todo lo cual lleva a rápidas decisiones que exigen una inmediata ejecución. El selk'nam se nos aparece muy a menudo como repentino y atropellado en toda su conducta; pero, al margen de ello, sorprende su tenaz y silenciosa espera, hasta que tal vez después de meses o años se asesta el golpe largamente preparado o se hace realidad el plan.

Toda la Tierra del Fuego asusta al forastero por la mezquina uniformidad de toda su naturaleza exterior y de las estaciones, por su pobreza de forma y de colores, por la escasa variedad de plantas y animales, por el silencio sepulcral y el vacío del largo invierno. Es cierto que tampoco allí falta, de ninguna manera, una suficiente multiplicidad de todo aquello que está en condiciones de dar vida a una comarca; pero también esto se convierte en cosa natural, uniforme, desprovista de estímulos, para quien debe pasar allí invariablemente un año tras otro. Pero en lugar de sucumbir entonces en un embrutecimiento aletargado, el selk'nam –mediante un activo ejercicio de la fantasía– ha espiritualizado y personificado las fuerzas de la naturaleza que lo rodean. Es más, ha logrado las creaciones más audaces, de modo que para él incluso los vientos, los copos de nieve, las montañas y los lagos son los antepasados de épocas remotas que siguen viviendo y obrando. Todas estas numerosas figuras de la mitología y del mundo de las leyendas viven en su imaginación de la misma manera como si fueran de carne y hueso, en intensa actividad y con la particularidad de una conformación de carácter altamente especializada, plenas de pasiones o de nobleza digna de ser imitada, de modo que la multiplicidad de estas creaciones de la imaginación ya no puede, probablemente, acrecentarse en forma sustancial. Los mismos espíritus del Klóketen, las ideas supersticiosas acerca de ciertos animales, el mundo imaginario de la institución de los xon y la creencia que ha dado origen a los Yósi, todo ello evidencia asimismo mucha fuerza creadora y riqueza imaginativa. La capacidad de fantasía de estos indígenas crea mundos que son vedados e incomprensibles para el europeo5, pero que enriquecen su vida interior y los mantienen espiritualmente ocupados.

Por lo tanto, un anciano capaz expone de manera sumamente emocionante, vivaz y cautivante las leyendas y mitos largamente conocidos, de modo que las figuras familiares para todos adquieren nuevo color y sangre fresca en boca de un narrador experimentado. Una modulación de la voz, casi nunca observable en la vida diaria, diferencia claramente las distintas partes entre sí, y las experiencias propias o vivencias personales constantemente intercaladas, proporcionan a cada narración tantas formas particulares y características exclusivas –según el carácter, la disposición de ánimo y el humor momentáneo del narrador–, que el relato es oído en cada oportunidad con gran placer, porque contiene mucho de novedoso además de las ideas básicas ampliamente conocidas. Aquí no faltan de ningún modo las exageraciones; los superlativos y la magnificación en el caso de cantidades y medidas, fuerzas y resultados, se repiten continuamente. Las luchas y las cacerías en que el narrador mismo, sus amigos o su linaje lograron sensacionales triunfos son expuestas en detrimento de la verdad. Este éxito narrativo no se debe a la retórica de brillantes giros idiomáticos, de los que carece esta lengua de pobre vocabulario, sino a la fuerte sensibilidad del narrador y a la nota puramente personal con que hace vibrar el relato en su máxima vivacidad. La exposición narrativa de una leyenda adquiere vida propia por la imitación de los sonidos naturales de diferente tipo, por interjecciones onomatopéyicas, por el chasquido de los dedos o de la lengua, golpes dados con la mano o el martilleo con los puños, o golpes dados con los pies, así como por las constantes variaciones en acentuación y en modulación de la voz, que recorre de uno a otro extremo las posibilidades expresivas. El narrador gusta muchas veces detenerse en una profusión de detalles describiendo todas las circunstancias y utilizando las particularidades más insignificantes para construir su exposición. Los oyentes le siguen entusiasmados y con la más tensa atención; cada espectador asimila la historia narrada con los ojos y con los oídos. Una extrema movilidad, que surge de la vivaz participación y de la excitación interior, pero, ante todo, del talento histriónico, recorre al narrador y se traslada necesariamente a los oyentes. Los selk'nam también son afectos a la broma, al chiste y a la diversión, si el hombre adecuado está sentado en rueda con ellos, y todos se revuelcan de risa. Si, por último, los hombres están entre ellos, gustan hablar de "mujeres y chicas"; se narran "cuentos verdes", que reciben como aplauso sonoras carcajadas o gestos jubilosos. En la compañía de buenos narradores o excelentes bromistas todos reviven y pasan horas estimulantes, de las que se acuerdan por días y semanas durante el silencio de su soledad. No menos animada y ruidosa suele ser a menudo una rueda de muchas mujeres.

En cuanto al desarrollo de los sentidos, el europeo no alcanza ni remotamente al indio. Éste sabe interpretar con mucha sagacidad los indicios y las más diversas impresiones, y deducir de ellas sus conclusiones6. El mundo circundante lo impresiona e influye sobre él con mucho mayor vivacidad que sobre nosotros. Hechos puramente naturales, por más inesperada que sea su aparición, de ninguna manera tienen sobre el indígena un efecto tan molesto e inquietante como sobre nosotros, ni lo sacan de su equilibrio emocional, pues rápidamente sabe adecuarse a la nueva situación. Con agudo juicio y segura decisión domina el cambio de la situación o los obstáculos que se le presentan. El conocimiento de la naturaleza y de sus fuerzas, el infalible sentido de orientación7 y su nunca debilitada atención le permiten encontrar en todas partes una salida recta de todas las complicaciones. Estos aborígenes conocen perfectamente cualquier rincón de su patria más o menos cercano, conocen la dirección de los vientos y la posición de los astros, entienden las costumbres de los animales y las particularidades del bosque de hayas; en caso necesario, hacen de todos estos factores sus deducciones y llegan a conclusiones que raras veces los engañan. La razón es que se atienen a los detalles exactamente observados, pues han aprendido a utilizar sus sentidos y a perfeccionarlos constantemente. Es probable que las predisposiciones naturales sean esencialmente iguales en indígenas y blancos, pero los primeros desarrollan mejor estas fuerzas distintas y las incrementan hasta alcanzar su mayor perfección. Por lo general, el aborigen se sirve de las impresiones de los sentidos de una manera completamente diferente a la nuestra; pues mientras nosotros nos conformamos con la imagen total y con el panorama general, el indígena descompone aquella imagen en sus particularidades y casi nunca asimila el todo como algo cerrado en sí, pues se atiene a los fenómenos parciales más pequeños y valora o interpreta cada uno por sí.

Este instinto del indígena, de dedicarse con gran exactitud a los detalles mínimos, también explica que no escape a su observación ni la más mínima pequeñez. Nosotros lo interpretamos como sentido de la vista especialmente agudo, pero en realidad se trata más del resultado de una autoeducación que le ha enseñado a ver todo con exactitud y a fijar su vista en cada partecita de un objeto que se presenta ante sus ojos. Yo mismo no he visto muchas veces buena cantidad de detalles y circunstancias secundarias, y solamente los capté y reconocí cuando me los señalaron expresamente. Pero no cabe duda de que los indígenas, en general, nos superan en agudeza visual8. Mucho les ayuda para ello la incansable atención y el exacto conocimiento del paisaje; pero lo que yo a veces sólo podía captar con los prismáticos, ya lo habían observado los indígenas a simple vista9. En eso reside, en parte, su sorprendente certeza de disparo en el tiro con arco. Su agudeza visual tiene verdaderos triunfos cuando se trata de observaciones de cerca. Constaté este fenómeno en múltiples ocasiones, cuando encontrábamos rastros de animales. Así, por ejemplo, los indígenas se regocijaban verdaderamente haciéndome interpretar las pisadas de un guanaco. En estos casos debía determinar y fundamentar si estas huellas en la tierra arcillosa o en la arena provenían de un animal joven o viejo, de un macho o de una hembra, si caminaba despacio o había pasado corriendo rápidamente, si la huella era reciente, de algunas horas, o de ayer. Ellos nunca se equivocan en tales interpretaciones; y ven confirmada su opinión cuando siguen la huella para cazar al animal. Cualquier observador también extrae valiosos detalles de las huellas de los pies de individuos o de pequeños grupos, detalles que le sirven para su advertencia o para su beneficio10. Por lo tanto, quien desea huir de su enemigo debe disimular indefectiblemente sus huellas borrándolas, o escabullirse con lluvia y densa nevada. También intenta a veces confundir al perseguidor y enviarlo en una dirección equivocada corriendo irregularmente de un lado a otro en determinados sitios. Por último, algunos saben pisar con tanto cuidado que ni siquiera producen huellas de pisada que puedan comprometerlos11. En caso necesario, incluso se borran sin dejar rastros las huellas de una choza o de un campamento transitorio12.

Estos indígenas conservan su excelente agudeza visual hasta una edad muy avanzada, aunque algunos ya no alcanzan a captar nítidamente el extremo más lejano del campo visual. Los selk'nam no padecen de un acentuada hipermetropía, tal como se produce entre los europeos a edad avanzada; en cambio se desarrollan formas leves, y yo mismo observé cómo dos personas muy ancianas alejaban a veces de sus ojos algunos objetos muy pequeños.

Cuando más arriba señalábamos reiteradamente la facultad de observación siempre despierta de estos indígenas, no quisimos decir con eso que en cada caso particular hagan ostensibles gestos de escuchar y abran desmedidamente los ojos. Muy a menudo se hacen los desentendidos, o simulan directamente desinterés. Cualquier persona inexperta seguramente se equivoca cuando interpreta la aparente falta de atención del indígena como modorra, o displicencia, o como distracción. Con toda seguridad no se le escapa la más mínima pequeñez; por otra parte, es signo de buena educación para el selk'nam no mirar fijamente a ciertos oradores, ni escuchar con gestos muy ostensibles. Incluso cuando a alguien se le dirige la palabra a solas o se le enseña algo, ése nunca se comportaría como un alumno ávido, sino que se muestra totalmente indiferente y desinteresado13. Así sucede porque no quiere comprometer su dignidad, pues ésa es la costumbre entre estos indios.

Es increíble lo que logran en la comunicación muda con insinuaciones e indicios, o sea con lenguaje de gestos. Incluso en rueda de muchos individuos es posible que dos o tres compañeros se comuniquen acerca de tal o cual tema inadvertidamente y a escondidas de los demás, mediante guiñadas de ojo, fruncido de la frente, movimientos y giros de la cabeza y del cuerpo, y otros recursos similares. Aquí empieza a obrar nuevamente la atención y observación agudas,14 que ayudan a una segura transmisión de pensamientos entre los confidentes, sin que el resto de los circundantes se dé cuenta de nada.

A gran distancia se comunican con la ayuda de una densa nube de humo; esta nube se produce colocando sobre la brasa extendida un único manojo grande de ramas verdes de haya. El humo que se desarrolla repentinamente se mantiene unido y asciende como una gran bola. Esta conformación siempre es de origen exclusivamente artificial y es interpretada correctamente como llamado o señal por los observadores domiciliados en lugares alejados. Quien ha descubierto un lugar playo y favorable para vadear un río hinca en la tierra de la orilla una vara, como señal para otros. De la misma manera, varias estacas colocadas a corta distancia una de la otra señalan el piso firme para cruzar los pantanos. Muchos otros indicios y huellas, objetos y señales sirven al indígena observador para obtener de ellos sus informaciones y extraer sus conclusiones. Por ello en la Tierra del Fuego es muy difícil pasar inadvertido a los ojos de los demás y mantener oculta la propia actividad.

El oído de estos indígenas seguramente no está desarrollado con menor agudeza que su órgano visual. Tensamente escuchan durante sus caminatas por los bosques y praderas; captan los sonidos más leves y los interpretan correctamente, reconocen por sus trinos o llamados a los pájaros, a los cururos por el ruido de la fuerte fricción de sus dientes, a los leones marinos dormidos por su audible respiración15. En realidad, estos hombres siempre están atentos y vigilantes, comparables en ello a un perro. Cualquier sonido o ruido desacostumbrado les hace prestar atención y la más leve perturbación les quita el sueño nocturno, que de suyo nunca es profundo.

Hasta el día de hoy no adquirí completa claridad acerca de este extraño fenómeno: el sentido del olfato de los selk'nam reacciona a veces de manera totalmente diferente al nuestro. A ciertos olores, como ser olor cadavérico, u olor de carne de pescado o guanaco en descomposición, nuestros indígenas son incomprensiblemente sensibles; en cambio las repugnantes emanaciones de las pieles de guanaco aún húmedas, de pedazos de cuero enmohecido, de perros sarnosos o de trozos de tocino de ballena o de león marino en mal estado parecen no molestarlos en lo más mínimo16. Las mujeres se enloquecen directamente con el perfume de jabones o de cosméticos agradables.

A pesar de que estos indígenas puedan ofrecer a su sentido del gusto poca variedad y escasa posibilidad de desarrollo, ese poco alcanza para saber que son selectivos en lo que comen. No todo lo que es bueno para saciar su hambre les resulta igualmente apetitoso; también quieren disfrutar verdaderamente de lo que comen, y en aras de esta necesidad sacrifican incluso dinero y trabajo o viajes dificultosos. La preferencia de algunas personas por el tabaco y el alcohol, así como también el gusto por todo tipo de dulces, demuestran que su paladar se ha acostumbrado también a ciertas innovaciones. Porque hasta que se produjo el contacto con los europeos, tuvieron que prescindir totalmente de los dulces, pues las bayas de Berberis y Pernettya no maduran suficientemente y contienen poco azúcar. Mientras les resultan verdaderamente agradables los dulces y las grasas, un bocado sumamente caliente o el agua helada, desprecian la pimienta y la sal, el vinagre y las bebidas amargas (ver GALLARDO, p. 123).

Resulta asimismo extraño el sentido del tacto de que disponen estos indígenas. Comparados con nosotros, son en todos los casos mucho menos sensibles a las influencias exteriores. No les asustan las inclemencias del tiempo: Los hombres están parados o bailan durante horas y horas en su papel de "espíritus" delante de la choza del Klóketen, y lo hacen desnudos y en medio de la nieve y del huracán. El cazador, también desnudo y transpirando, persigue durante muchos kilómetros a su presa a través de malezas y bosques, con sol o con lluvia; cruza ríos de aguas heladas o arrastra todo su cuerpo por el suelo pedregoso o pantanoso cuando acecha una presa; apenas si siente los guijarros y las piedras filosas cuando camina descalzo; y se apresta a dormir sin más lecho que el duro suelo de tierra. Los chicos disfrutan una enormidad vagando y jugando todo el día completamente desnudos en la nieve. Aquí se combinan la insensibilidad17 con la sobriedad y la sencillez. Pero después de un cierto tiempo, luego de haber caminado largo tiempo y especialmente durante la noche, exige el indígena imperiosamente la brasa del fuego en su choza; aquí se siente bien. Le gusta acercarse mucho a la llama, y si un flanco ya sumamente enrojecido le produce escozor, se da vuelta y presenta al fuego el otro flanco, castigado hasta entonces con ráfagas de viento helado. La piel del cuerpo en general, y especialmente la de manos y pies, parece reaccionar con mucha dificultad y lentitud; pues la gente toma en sus manos por breve tiempo carbones en brasa, o los empuja con el pie; por lo general no prestan ninguna atención a rasguños y otras heridas superficiales que se producen a menudo.

Pero, fuera de ello, los hombres son capaces de realizar trabajos muy delicados con sus manos toscas y sus dedos gruesos y rígidos. En verdad tienen una mano sorprendentemente firme; cómo, de otra manera, podrían fabricar las bellamente trabajadas flechas,18 y su certeza en el disparo sería mucho menor. Ciertamente: "la destreza de sus manos es notable" (GALLARDO, p. 122).

La forma de vida y el quehacer económico de nuestros selk'nam seguramente han contribuido significativamente al sobresaliente desarrollo de los sentidos que han logrado. El hecho de que se hayan perfeccionado simultáneamente tantas habilidades es un testimonio de su elevada capacidad espiritual, capacidad que les ha permitido dominar su patria y adentrarse ventajosamente en sus particularidades.


NOTAS
1

Los dos ejemplos siguientes del "diario" de Lucas BRIDGES son, por así decirlo, cosa de todos los días: "Near the Lago Fagnano is an unbroken forest of many square leagues extent, and through this I was passing with an ona companion when a startled guanaco rushed from us. I fired one hasty shot as it disappeared and the Indian made a guttural exclamation which meant that I had missed it. Over a year after we were encamped for the night with a large party of Onas in the same trackless forest, when one of them walked off a short distance and started hacking at a tree from which he dug out an old bullet and asked me if I remembered my arrow. He had seen the bullet strike and knew the individual tree from million of others a year after.

"On another occasion with a small party of Indian hunters, all with the noiseless mocasins on our feet, we were walking through a forest full of wild currant bushes, when the leader paused, and pointing, whispered 'Whash', which means fox. I stepped on to a fallen tree, and spying the creature sneaking off, stopped his flight with a bullet. I knew the Indian could not have seen the fox and asked him how he knew it was there; he answered that some small finches on a branch had looked down excitedly, and he knew they were looking at a fox" (MM: XLVI, 128; 1912).
2 "Los onas observan con cuidado lo que pasa a su alrededor y registran en la memoria todo lo que les llama la atención... Los sitios por donde pasan les quedan grabados hasta en sus más insignificantes detalles, y notan antes que cualquiera de nosotros, las particularidades de un hombre, de un animal, de un árbol o de un objeto. Su espíritu observador les ha hecho fijarse en la influencia de tal o cual viento, de las nubes, del arco iris, del grito de las aves, etcétera..." (GALLARDO, p. 127).
3 Confirmando dice BORGATELLO (Maggiorino Borgatello, Nella Terra del Fuoco. Memorie de un missionario Salesiano. Torino 1924. p. 45): "Sanno molto bene imitare i diversi canti e cinguettii degli uccelli, in modo da trarre in inganno gli stessi uccelli e qualsiasi persona". Wilkes (p. 117) escribe: "These people were admirable mimics, and would repeat all kinds of sounds, including words, with great accuracy: the imitation was often quite ridiculous".
4 Al respecto escribe GALLARDO: "Es tal el hábito de la observación que les basta echar una mirada para ver los defectos físicos de un hombre y con placer los imitan, exagerándolos, para burlarse de él. Asimismo imitan el andar y el grito de los animales".
5 Así por ejemplo se expresa GALLARDO, p. 130, que en estos indígenas la "imaginación es tan fértil que llegan a inventar hechos imposibles". Pero para eso ya están dotados por la naturaleza, y no fueron incitados a ello "por la imaginación del ona civilizado", como él afirma erróneamente.
6 GALLARDO, p. 129, menciona un ejemplo muy apropiado; pero también yo sabría informar de muchos otros de igual bondad, sin esfuerzo alguno.
7 Según SPEGAZZINI (Carlos Spegazzini, "Costumbres de los habitantes de la Tierra del Fuego", Anales de la Sociedad Científica Argentina, vol. XIV págs. 159-181, Buenos Aires 1882, p. 178) y según mis propias observaciones, este sentido de orientación está desarrollado tan admirablemente, que un indígena "tomado y llevado a cualquier paraje, sabe volver a su campamento aunque no conozca absolutamente los lugares donde fue abandonado".
8 Repetidamente, pero siempre en vano, había intentado medir la agudeza visual de algunas personas con las habituales tablas de medición ocular. Estas cosas ciertamente les gustaban, pero un cierto grado de inhibición los paralizaba.
9 También COJAZZI (Antonio Cojazzi, Gli Indii dell'arcipielago fueghino: Contributi al folk-lore e all'etnografia dovuti alle missioni salesiane, Torino 1911, p. 96) expresa exactamente la misma afirmación, repitiendo ese juicio de Darwin, y por cierto no exagera cuando dice: "La loro vista è qualche cosa di meraviglioso". También BARCLAY se muestra de acuerdo (William S. Barclay, "The Land of Magellanes, with some account of the Ona and other indians", Geographical Journal; vol. XXIII, pág. 62-79. London 1904, p. 73): "In both men and women the sense both of sight and hearing is extraordinarily acute. They will distinguish details with the naked eye as far as a white man, even a sailor, can with a good field-glass". Por último señalaremos el ejemplo dado por GALLARDO, p. 122.
10 Cualquier viajero que visita Tierra del Fuego sabe informar al respecto. Por lo tanto solamente repito las palabras de L. BRIDGES (Vocabulario y frases de la lengua de los Onas, Manuskript, 32 ss. Aufbewahrt im Museo Mitre zu Buenos Aires): "The Ona have splendid sight and follow the track of a man, over camp and story ground in a manner, it is not possible to explain".
11 También SPEGAZZINI (p. 178) escribe en este sentido: "Tienen la habilidad de no dejar rastro de su paso, a lo menos para nuestros ojos".
12 Una sorpresa de ese tipo la sufrieron muchos europeos, y SEGERS ("Tierra del Fuego: Hábitos y costumbres de los indios Onas", Boletín del Instituto geográfico argentino, vol. XII, p. 56-82, Buenos Aires 1891, p. 62) escribe, por ejemplo, sumamente sorprendido: "Una tribu numerosa... al amanecer había desaparecido como por encanto, sin dejar huella de su presencia anterior".
13 GALLARDO (p. 128) observó con mucho placer esta conducta singular: "Simulan no prestar atención a las explicaciones que se les dan, a los relatos que se les hacen, hasta a las operaciones que efectúan ellos mismos cuando están ocupados en confeccionar armas u otras cosas; pero no es así, la atención es grande, intensa... y no la demuestran porque su educación no se lo permite".
14 De esto también hablan otros observadores. Ambos, COJAZZI (p. 99) y BORGATELLO (p. 48), escriben: "Notevole è nel tipo Ona lo spirito di osservazione..."
15 Ver al respecto COJAZZI, p. 97. Más extensamente se expresa GALLARDO (p. 122) acerca de este tema: "Su oído es tan perfecto como la vista. Es tal el grado de educación de este órgano, que el ona puede interpretar inmediatamente cualquiera de los sonidos que se producen en los bosques, sierras, campos o demás sitios que él frecuente".
16 GALLARDO (p. 123) difiere parcialmente de esta interpretación mía, pero lo hace sin fundamento.
17 Por eso me parece una exageración cuando BORGATELLO (p. 45) escribe: "In quanto al tatto essi sono molto sensibili al freddo... poichè amano stare di continuo vicini al fuocco". Lo cierto es que necesitan por naturaleza la cercanía del fuego cuando están quietos en la choza o bajo cielo abierto, solamente después de haber superado un fuerte enfriamiento del cuerpo.
18 Sus armas están confeccionadas "colla massima cura e rivelano negl'indi un notevole sviluppo mentale, il che manifestamente contradice a quanto, dopo Darwin, fu detto di quella razza, da qualcuno ancor ora collocata all'infimo grado della scala umana" (COJAZZI, p. 50).



*obre Martín Gusinde (1886-1969) y su obra Los Indios de la Tierra del Fuego ver el fragmento anterior. El presente es un fragmento del Tomo I, Vol. II.
LOS INDIOS DE LA TIERRA

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