Hay vida después de la muerte?

Hay vida después de la muerte?


Retorno del pasado
El desencanto por los trasmundos de las religiones tradicionales no fue reemplazado por las doctrinas espiritualistas ni por las experiencias espiritistas. No seducían los cielos con final congelado, ni era atractivo convertirse en un fantasma o en un espectro que podía manifestarse de forma ectoplasmática en sesiones mediúmnicas. Quizá lo que más asusta a quienes reflexionan sobre la muerte es la idea de una supervivencia fantasmal y saberse muerto e impotente para establecer relaciones con el mundo de los vivos. Pero, si no se cree en un después, resulta absurdo sentir angustia por disolverse en una nada sin retorno. ¿Quién se enteraría? La ignorancia del “después” no fue disipada por la casuística de las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) (MÁS ALLÁ, 47 y 56), que hicieron furor en la década de 1980. Las investigaciones y los testimonios recopilados por Raymond Moody (MÁS ALLÁ, 43, 54 y 100) y Elizabeth Kübler-Ross (MÁS ALLÁ, 47) sostenían que las ECM eran vivencias de personas que habían retornado de la muerte trayendo información que procedía del otro lado. Pero realmente ninguno de todos los que decían haber penetrado en un túnel de luz y visualizado o entablado diálogo con seres celestiales o con parientes amados fallecidos habían sufrido muerte cerebral. Sin duda se vieron sumidos en una situación psíquica dramática y extraordinaria, pero no atravesaron la línea sin retorno. No obstante, haber sentido una paz y un amor de enorme intensidad durante la experiencia borró todo temor a la muerte. Al regresar los inundó un sentimiento de seguridad y confianza que los llevó después a dar un nuevo sentido a sus propias vidas.
Los neurofisiólogos opinan que el organismo posee un sofisticado arsenal de sustancias alucinógenas y tranquilizantes que bloquean el dolor y la angustia final. Si bien los testimonios de ECM no constituyen una prueba fehaciente de nuestra continuidad en el Más Allá, tampoco sirve para negarla el argumento científico que atribuye lo experimentado a causas químicas. Todo fenómeno psíquico tiene su correlato químico o eléctrico en el cerebro, lo que no puede ser interpretado como “causa” o fundamento de lo vivido.
Para apoyar la hipótesis del alma como un “campo” psíquico que puede existir con independencia del cuerpo físico, las ECM fueron homologadas a las Experiencias Extracorpóreas (EEC) (MÁS ALLÁ, 224), un fenómeno que suele acontecer bajo anestesia en intervenciones quirúrgicas. Quienes lo experimentan pueden verse a sí mismos tendidos en la mesa de operaciones, observar la tarea de los cirujanos y escuchar las conversaciones. Tienen la clara sensación de estar fuera del cuerpo contemplando lo que ocurre desde cierta altura. Lo que relatan al despertar se corresponde exactamente con los detalles de la intervención. El interrogante que plantean las EEC es si la percepción puede producirse sin conexión con el cerebro o, más aún, si la mente puede existir sin base física. Aunque a priori parezca que sí, mirada con detalle la EEC muestra que, si bien expresa una capacidad desconocida de la mente para ampliar su capacidad de percepción y para reubicarse en el espacio, lo visto y oído ha seguido los patrones de decodificación sensorial del cerebro humano, lo cual indica que éste ha participado del fenómeno. La forma en que los sentidos pueden extenderse espacialmente y seguir operando a través del cerebro constituye un gran misterio. Se ha constatado que el aislamiento sensorial –tapar los oídos, vendar los ojos– es burlado por algunos individuos que pueden ver u oír a pesar de los bloqueos. Pero podrían hacerlo... ¿sin participación del cerebro? ¿Puede existir una mente independiente del cerebro?


Lo inexplicable

La hipótesis de que la memoria se almacena en el cerebro, como lo hace en el disco duro de los ordenadores, suponía que el deterioro o la muerte cerebral debían destruir también los registros, la identidad y la conciencia. Pero todos los estudios destinados a encontrar localizaciones específicas para los recuerdos arrojaron resultados negativos. La destrucción de zonas cerebrales en ratas y monos mostró que, si bien por un tiempo eran incapaces de recordar tareas aprendidas y ejecutar determinadas acciones, pasado un período de tiempo determinado las habilidades reaparecían. Sólo si se llevaban a cabo grandes destrucciones de tejido no había posibilidad de recuperación y, menos aún, lo que era obvio, de respuesta funcional. Por otra parte, la idea de conservación física de la memoria tampoco resistía la evidencia de la continua renovación molecular. En días, o a lo sumo en meses, la totalidad de la materia cerebral era reemplazada por otra. ¿Cómo podrían conservarse recuerdos grabados en moléculas transitorias? La certeza de que no había una localización específica y que era improbable una transmisión física del recuerdo, derivó en la hipótesis de un “campo” o “banco” sutil de información que se expresaría, o actuaría, a través del cerebro. Un ejemplo burdo de esta función fue la semejanza que podía establecerse con un receptor de televisión que traduce en sonido e imágenes información no contenida en sus circuitos. Pero, a su vez, el cerebro actuaba como transmisor al “banco de memoria” procesando la información procedente del exterior y del cuerpo. ¿Cómo se creaba la memoria y, sobre ella, la personalidad, el ego y la conciencia? Sin duda, el “campo” inmaterial no localizable iba más allá de un órgano; abarcaba todo el cuerpo, mantenía la continuidad de sus formas y funciones a pesar de la renovación molecular y se prolongaba en el territorio más vasto de la realidad exterior presente y pasada. Correspondía entonces hablar de un campo individual jerarquizado de información que emerge dentro de un megacampo universal o cósmico. Llegados a este punto, la comprobación científica no puede avanzar con certezas verificables. Donde concluye la detección de energías comienza el debate filosófico, la deducción, la inferencia y el testimonio de lo inexplicable. Lo inmaterial, que está presente en la estructura fantasmal de los átomos y parece gobernarlos, es también uno de los dos términos inseparables del fenómeno singular de la vida. No hay forma de saber científicamente si el campo psíquico puede continuar existiendo en una zona virtual cuando el dedo de Dios, o del Universo, aprieta el off del cuerpo físico, interrumpe su energía y disgrega sus elementos.

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